Un nuevo sucesor de Pedro



Pbro. Mario Ángel Flores Ramos / SIAME. 05 de marzo.- El Papa Benedicto XVI sorprendió a la Iglesia y al mundo al anunciar su renuncia al ministerio de Pedro, una decisión, como él mismo lo ha dicho, “de gran importancia para la Iglesia”. Inmediatamente han surgido en el mundo entero infinidad de opiniones y comentarios, desde los más ingenuos, que hablan de supuestas profecías hasta los más maliciosos que argumentan luchas de poder al interior de la Iglesia. Lo más sensato es darle crédito al Papa Benedicto XVI; debemos comenzar por creerle a él mismo, que ha estado al frente de la Iglesia para ayudarla a vivir en la unidad y en la verdad.

Lo expresó con mucha sencillez y claridad el 11 de febrero: “muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma”. No se trató de una decisión improvisada, ni mucho menos algo que haya decidido de manera superficial, tampoco por situaciones externas que lo presionaran, sino a causa de su propia situación, como él mismo lo comunicó con toda claridad: “Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino”.

Una lección para el mundo

Nos ha dado toda una cátedra durante casi siete años de su pontificado, sobre dos elementos fundamentales de la vida cristiana: la verdad y la caridad, con ellos ha sellado su ministerio, al reconocer con humildad, una verdad personal frente al dinamismo del mundo; y al decidir con una gran sabiduría, por amor a la Iglesia, dar paso a una nueva generación. Todo esto se ha convertido en un testimonio para el mundo entero, especialmente para quienes tienen la responsabilidad de ejercer la autoridad en cualquiera de sus formas.

Ahora que se ha cumplido el tiempo de su renuncia y con ello ha llegado el tiempo de su silencio y su retiro definitivo del mundo, para dedicarse a la oración y la contemplación, comienza la gran responsabilidad de todos los Cardenales electores, a fin de elegir, bajo la inspiración del Espíritu Santo, al nuevo sucesor del apóstol Pedro y continuar con el deseo de Cristo: “sobre esta piedra edificaré la Iglesia y las fuerzas del mal no podrán destruirla” (Mt 16,18).

Cuál Papa para nuestro tiempo

Surge espontáneamente la pregunta sobre las características que debe tener el Obispo de Roma para ser el Papa de nuestro tiempo. Los señores Cardenales tendrán que tomar distancia de las presiones que se reciben en estos casos; deberán iniciar el conclave en un clima de oración y reflexión, para poder dar la mejor respuesta a lo que Jesús, el Buen Pastor, quiere para su Iglesia y para el mundo; deberán contemplar las necesidades del mundo y confiar en la Providencia de Dios, que nunca nos abandona. ¿Cómo debe ser el sucesor de Pedro?

En primer lugar, debe ser un hombre de fe profunda y auténtica, que tenga en el centro de su corazón una sólida experiencia de Dios, y desde allí sepa comunicarlo a través de toda su persona. Uno de los problemas más graves de la cultura de nuestro tiempo es el vacío espiritual en el que se desarrolla la vida de millones de personas; por ello Benedicto XVI invitó a la Iglesia a vivir un “Año de la Fe” lo largo de este 2013. El Papa debe estar claramente identificado con Cristo y con el Evangelio, para comunicar la belleza y la fuerza de la fe. “La fe mueve montañas”, nos ha dicho Jesús; sólo la fe podrá encender nuevamente el entusiasmo de la juventud por la vida, por el auténtico amor, por el compromiso y la responsabilidad, por los ideales hacia el futuro y la trascendencia.

En segundo lugar debe ser un pastor con un corazón grande y sensible hacia los acontecimientos del mundo. Alguien plenamente dedicado a cuidar a las ovejas, dispuesto a ir en busca de las que se han perdido, a sanar a las que están heridas, a llevar hacia aguas cristalinas al rebaño que permanece, a cuidar del lobo y los falsos pastores a los corderos; en otras palabras, debe ser un servidor fiel del único Buen Pastor, Jesucristo, que le ha dicho a Pedro: “apacienta mis ovejas”. Más allá de cálculos meramente humanos o alianzas políticas, el Papa debe ser un hombre entregado al bien de la Iglesia y del mundo.

En tercer lugar, debe ser un hombre de diálogo. Diálogo con la cultura, con los gobiernos, con las instituciones, con los hombres y mujeres de cada rincón del mundo. Diálogo desde los medios de comunicación, pero con una gran cercanía a las distintas situaciones y regiones del mundo para expresar la verdadera catolicidad de la Iglesia, que tiene un horizonte mucho más amplio que la globalización del mundo contemporáneo, tan excluyente y unilateral.

Todos somos Iglesia

Finalmente, todos los que formamos la Iglesia, como creyentes y discípulos de Jesucristo, debemos vivir estos momentos unidos en la fe y la oración con el Colegio Cardenalicio, con una gran esperanza porque estamos convencidos de que la Iglesia, la historia y el tiempo, son llevados por la misericordia de Dios hacia la plena salvación que nos ha dado en Cristo.
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