El papel de la mujer con el sacerdocio




Semanario Koinonía / Arquidiócesis de Puebla.- 23 de agosto. La mujer está llamada a desempeñar un papel importante en la edificación de la Iglesia. La Iglesia es sobre todo Pueblo de Dios, ya que quienes la forman, hombres y mujeres, participan, cada uno a su manera, de la misión profética, sacerdotal y real de Cristo.

Predicar el Evangelio es realizar la misión profética de Cristo, que en la Iglesia tiene diversas modalidades según el carisma dado a cada uno. Si leemos atentamente los relatos evangélicos y especialmente el de San Juan, llama la atención el hecho de que la misión profética, considerada en toda su amplitud, es concedida a hombres y mujeres. Baste recordar, por ejemplo, la Samaritana y su diálogo con Cristo junto al pozo de Jacob (Jn 4,1-42): es a ella, samaritana y además pecadora, a quien Jesús revela la profundidad del verdadero culto a Dios, al cual no interesa el lugar sino la actitud de adoración en espíritu y verdad. Y ¿Qué decir de las hermanas de Lázaro, María y Marta? En este caso es a Marta a quien Jesús revela los misterios profundos de su misión: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25-26).

Durante la narración de la Pasión ¿No es quizás un dato incontestable que fueron precisamente las mujeres quienes estuvieron más cercanas a Jesús en el camino de la Cruz y en la hora de la muerte? Numerosas mujeres de Jerusalén le demuestran espontáneamente compasión a lo largo del camino (cf. Lc 23,27). La figura de la Verónica, aunque no sea bíblica, expresa bien los sentimientos de la mujer en la vía dolorosa. Al pie de la Cruz hay varias mujeres: la Madre de Cristo; Salomé, la madre de los hijos del Zebedeo; María, madre de Santiago el Menor y de José; y María Magdalena. Todas ellas son testigos valientes de la agonía de Jesús; todas están presentes en el momento de la unción y de la deposición de su cuerpo en el sepulcro. Después de la sepultura, al llegar el final del día anterior al sábado, se marchan pero con el propósito de volver apenas les sea permitido. Y serán las primeras en llegar temprano al sepulcro, serán los primeros testigos de la tumba vacía y las que informarán de todo a los Apóstoles (Jn 20, 1-2). De este modo las mujeres, junto con los hombres, participan también en la misión profética sacerdotal y real de Cristo.

Hoy, en algunos ambientes, el hecho de que la mujer no pueda ser ordenada sacerdote se interpreta como una forma de discriminación. Pero, ¿Es realmente así? Ciertamente la cuestión podría plantearse en estos términos, si el sacerdocio jerárquico conllevara una situación social de privilegio, caracterizada por el ejercicio del poder. Pero no es así: el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo, no es expresión de dominio sino de servicio. El sacerdocio es un sacerdocio ministerial para el servicio del Pueblo de Dios y debe garantizar la participación de todos, hombres y mujeres, en la triple misión profética, sacerdotal y real de Cristo.

La relación del sacerdote con la mujer como madre y hermana se enriquece, gracias a la tradición mariana, con el servicio e imitación de María sierva. Es preciso vivir el sacerdocio ministerial en unión con la Madre, que es la sierva del Señor. El sacerdocio no puede estar mejor y fielmente custodiado que en sus manos, más aún, en su corazón: en la manos y en el corazón de la mujer.
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