El perdón de Asís
L´Osservatore Romano / El 2 de agosto de cada año, Asís se convierte en una especie de capital mundial de la misericordia. Y la Porciúncula, la minúscula iglesia en la basílica de Santa María de los Ángeles, se convierte en una «puerta santa siempre abierta». Apertura hacia el paraíso donde resuenan las palabras de san Francisco: «Hermanos, yo os quiero mandar a todos al paraíso y os anuncio una gracia que he obtenido de los labios del Sumo Pontífice». Esa gracia es la indulgencia plenaria del perdón, concedida hace ocho siglos, en 1216, por Honorio III al «Poverello».
«En los recuerdos de mi juventud», narró en 1996 el cardinal Ratzinger, «el día del Perdón de Asís ha permanecido como un día de gran interioridad»: «reinaba un silencio particularmente solemne. Se sentía que el cristianismo es gracia y que se abre en la oración». En la cima del edificio se lee Haec est porta vitae aeternae. La Porciúncula, efectivamente, como dijo Benedicto XVI, es un lugar «gracias al cual podemos acceder también a la historia de la fe». Y esto fue lo que vio santa Ángela de Foligno, la mística canonizada por el Papa Francisco, cuando llegó como peregrina en 1300 por la indulgencia: «cuando puse el pie en el umbral de la puerta, entonces mi alma alcanzó el extasis» escribe Ángela, y continúa: «vi una iglesia de admirable grandiosidad y belleza que entonces fue agrandada por la mano divina».
En 1966, con motivo del 750° aniversario de la Porciúncula, en un clima en el cual se ponían en discusión aspectos de la fe, entre los cuales, las indulgencias, Pablo VI, en cambio, quiso subrayar la importancia del privilegio concedido a la pequeña iglesia de Asís con la epístola Sacrosanta Portiunculae. La indulgencia no es «una vida más fácil con la cual podemos evitar la necesaria penitencia de los pecados», escribía Papa Montini, esa es «más bien un apoyo, que cada uno de los fieles, con humildad, para nada ignorantes de su propia debilidad, encuentran en el místico cuerpo de Cristo». Y deseaba que la Porciúncula fuese «verdaderamente un lugar sagrado para conseguir el pleno perdón y la consolidada paz con Dios».
El perdón es un bien inestimable porque sin él no hay reconciliación, y sin reconciliación desaparecen las bases de cada comunidad. Lo ha reiterado el Pontífice el pasado 24 de julio. El perdón es antes que nada todo «aquello que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina, puede hacernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna». Y «si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá cumplir un gesto de reconciliación».
Nunca como hoy, el tema del perdón y de la reconciliación es tan actual y contracorriente. Este año, efectivamente, en el Jubileo de la Misericordia concurre el aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz, deseada por Juan Pablo II y que hace treinta años, el 27 de octubre de 1986, tuvo inicio ante la Porciúncula. Líderes de muchas religiones del mundo se encuentran bajo el signo de la paz y de la reconciliación. Aquello que entonces infundía miedo era la competición atómica entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy en día, una guerra líquida, caracterizada por viles atentados terroristas, está ensangrentando los continentes con un diabólico rastro de muerte y terror.
El perdón de Asís, en cambio, nos exhorta a buscar la vida eterna. Y nos invita a mostrar al mundo el verdadero rostro de Dios: misericordioso, compasivo, creador y padre de todos los hombres, Ante la Porciúncula el 27 de octubre de 1986 Juan Pablo II dijo: «el resultado de la oración aun en la diversidad de religiones, expresa una relación con un poder supremo que supera nuestras capacidades humanas». Y puede obtener de Dios más de lo que pedimos.
de Gualtiero Bassetti
«En los recuerdos de mi juventud», narró en 1996 el cardinal Ratzinger, «el día del Perdón de Asís ha permanecido como un día de gran interioridad»: «reinaba un silencio particularmente solemne. Se sentía que el cristianismo es gracia y que se abre en la oración». En la cima del edificio se lee Haec est porta vitae aeternae. La Porciúncula, efectivamente, como dijo Benedicto XVI, es un lugar «gracias al cual podemos acceder también a la historia de la fe». Y esto fue lo que vio santa Ángela de Foligno, la mística canonizada por el Papa Francisco, cuando llegó como peregrina en 1300 por la indulgencia: «cuando puse el pie en el umbral de la puerta, entonces mi alma alcanzó el extasis» escribe Ángela, y continúa: «vi una iglesia de admirable grandiosidad y belleza que entonces fue agrandada por la mano divina».
En 1966, con motivo del 750° aniversario de la Porciúncula, en un clima en el cual se ponían en discusión aspectos de la fe, entre los cuales, las indulgencias, Pablo VI, en cambio, quiso subrayar la importancia del privilegio concedido a la pequeña iglesia de Asís con la epístola Sacrosanta Portiunculae. La indulgencia no es «una vida más fácil con la cual podemos evitar la necesaria penitencia de los pecados», escribía Papa Montini, esa es «más bien un apoyo, que cada uno de los fieles, con humildad, para nada ignorantes de su propia debilidad, encuentran en el místico cuerpo de Cristo». Y deseaba que la Porciúncula fuese «verdaderamente un lugar sagrado para conseguir el pleno perdón y la consolidada paz con Dios».
El perdón es un bien inestimable porque sin él no hay reconciliación, y sin reconciliación desaparecen las bases de cada comunidad. Lo ha reiterado el Pontífice el pasado 24 de julio. El perdón es antes que nada todo «aquello que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina, puede hacernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna». Y «si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá cumplir un gesto de reconciliación».
Nunca como hoy, el tema del perdón y de la reconciliación es tan actual y contracorriente. Este año, efectivamente, en el Jubileo de la Misericordia concurre el aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz, deseada por Juan Pablo II y que hace treinta años, el 27 de octubre de 1986, tuvo inicio ante la Porciúncula. Líderes de muchas religiones del mundo se encuentran bajo el signo de la paz y de la reconciliación. Aquello que entonces infundía miedo era la competición atómica entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy en día, una guerra líquida, caracterizada por viles atentados terroristas, está ensangrentando los continentes con un diabólico rastro de muerte y terror.
El perdón de Asís, en cambio, nos exhorta a buscar la vida eterna. Y nos invita a mostrar al mundo el verdadero rostro de Dios: misericordioso, compasivo, creador y padre de todos los hombres, Ante la Porciúncula el 27 de octubre de 1986 Juan Pablo II dijo: «el resultado de la oración aun en la diversidad de religiones, expresa una relación con un poder supremo que supera nuestras capacidades humanas». Y puede obtener de Dios más de lo que pedimos.
de Gualtiero Bassetti