El silencio del sepulcro



Guillermo Gazanini Espinoza / 15 de abril.- Después de la crucifixión, el cadáver de Jesucristo era una masa deforme y sanguinolenta sin apariencia humana (Is 52, 14), pero el ajusticiado era judío, creció bajo la Ley y los mandamientos dados al pueblo y tenía preceptos rigurosos en cuanto al trato a los muertos y la deposición de los cadáveres en la sepultura para demostrar el respeto a los cuerpos tocados por el sueño de la muerte.

Sabemos cuál fue el destino del nazareno terminado el suplicio de la cruz. El cuerpo debía prepararse para observar el duelo según la Ley. Las Escrituras coinciden en afirmar que eran las vísperas del día del descanso –sábado-, cesaría cualquier actividad hasta el primero de la semana. Jn 19,13 y ss. describe la forma de deposición del cuerpo envolviéndolo en vendas con aromas, una mezcla de cien libras de mirra y áloe. Los estudiosos de las costumbres judías dicen que los encargados de llevar el cuerpo de Jesús eran la comitiva de nobles responsables de dar sepultura a los restos del ajusticiado y los símbolos dicen que debería gozar de un reposo digno.

Cada elemento funerario en el judaísmo implica un símbolo de dignidad. Cristo fue llevado a un sepulcro nuevo propiedad de un hombre bueno y justo, José de Arimatea (Mt 27, 57-61). Según las costumbres, la fosa era preparada el día del entierro para no dejarla abierta porque equivaldría a dejar libres las fauces de la tierra.

Si bien Jesucristo fue bajado de forma apresurada y sin el trato debido, el judaísmo preserva el altísimo respeto y valor en el trato a los muertos por funerales dignos con todos los honores. “Ritos y símbolos judíos”, obra magna del rabino S. Ph de Vries quien perdió la vida en el campo de Bergen-Belsen, ofrece una descripción detallada de este universo funerario. Un cadáver recibe honra como si se tratara de una persona viva, no son los restos mortales de un animal inferior y no puede concebirse olvidar a los difuntos para someterlos a la indiferencia de los deudos.

El respeto se demuestra en el mínimo trato, tocarlo con cuidado y prepararlo para las honras fúnebres como se constata en el proceso que recibiría el maltratado cuerpo de Cristo al que deberían ungir, (Mt 16, 1; Lc 24, 1). Ningún cuerpo muerto debe ser expuesto al ridículo, escarnio público o tratamientos infames porque sería un pecado de profanación. La obligación de los deudos es devolver al muerto al seno de la tierra donde debe descomponerse hasta ser polvo. Los ritos judíos tienen este mensaje demostrando la espera del Juicio final de parte de Dios. Si bien los relatos sinópticos nos dicen que la sepultura de Cristo era de la propiedad de José de Arimatea, las creencias del pueblo de Israel afirman que la tierra donde es acostado el difunto es como de su propiedad para siempre dándonos un dato específico sobre el inestimable don que hizo el propietario original a Cristo quien, hasta en el momento de su sepultura, jamás tuvo un lugar donde reposar la cabeza (Mt 8,20) Para el judaísmo, el cuerpo hospedó al alma humana y ha sido templo de Dios, estará en el sepulcro cubierto de una tela únicamente, purificándolo, para recordar las palabras de Lv 16,24-25: “En el santuario se lavará con agua y, después de vestirse, saldrá para presentar su propio holocausto y el que debe ofrecer por el pueblo y así obtendrá el perdón por sus pecados y los de su pueblo…”

Para un judío, cumplir con los ritos funerarios es un mandamiento de caridad. En la antesala del silencio sepulcral definitivo, los deudos despiden al difunto recitando el pasaje de Dn 12, 13: "Camina hacia tu fin y reposa que en los últimos días te levantarás para recibir tu recompensa".

El silencio del sepulcro de Cristo esconde el interés noble y humano por conservar la memoria reconociendo a alguien diferente que pasó haciendo el bien a los demás. Sin embargo, el dolor anunciará lo extraordinario. En “Jesús de Nazaret”, Benedicto XVI explica la atención que las mujeres darían al cuerpo de Jesús en la antesala del don de la Resurrección: “La mañana del primer día las mujeres verán que su solicitud por el difunto y su conservación ha sido una preocupación demasiado humana. Verán que Jesús no tiene que ser conservado en la muerte, sino que Él –y ahora de modo real- está vivo de nuevo. Verán que Dios, de un modo definitivo y que sólo Él puede hacer, lo ha rescatado de la corrupción y, con ello, del poder de la muerte. Con todo, en la premura y en el amor de las mujeres se anuncia ya la mañana de la Resurección”. La Cruz es escándalo y realidad de cosas nuevas.
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