#25N2025 Crítica a las esperanzas de justicia y liberación en el discurso del Reino de Dios, a partir del ejemplo de las llamadas madres solteras*
| Verónica Rozotto Reyes
Crítica a las esperanzas de justicia y liberación
en el discurso del Reino de Dios,
a partir del ejemplo de las llamadas madres solteras*
Mgtr. Verónica Rozotto Reyes
Guatemala
Introducción
Hoy me encuentro ante ustedes con este tema entre las manos, unas pequeñas manos heredadas de mi madre, que son herencia de su madre, y de la madre de mi abuela, como testigos visuales, no sólo de una dura etapa de mi vida, que al final, es la vida de muchas madres solteras, sino como esa crítica necesaria que se presenta cuando lo creído no tiene más cabida y validez ante la realidad que golpea de frente. Tiene que ver con la puesta sobre la mesa de tres conceptos básicos de la fe cristiana y de la Teología de la Liberación, como lo son: la esperanza, la justicia y la liberación.
Permítanme comenzar desde el principio, y el principio fue que yo creí ciegamente en estos conceptos, tal y como los había aprendido. Pero hoy ya no. Y no es porque no tenga esperanza, o no siga luchando por la justicia, o no desee con todas mis fuerzas la liberación de todas las formas de opresión y exclusión. No. Me explico. La fe, no tiene nada que ver con creer o no creer en la esperanza, la justicia y la liberación, tiene que ver en cómo éstas tienen sentido y presencia en los momento más cruciales de una persona, que está inmersa en una sociedad, la cual está regida por normas y creencias que, ya sabemos por reflexiones y análisis constantes, no pueden ser tomadas como tabula rasa para sustentar el mismo centro de la existencia. Por lo tanto, la fe supera los mismo límites de la teología y de los conceptos bíblicos más dogmáticos del Reino de Dios. La fe es, pues, el soplo de vida, y cada uno lo inhala con el propio ritmo de su respiración, por lo tanto, es imposible encajonarla. Y menos para una madre con sus hijos.
1. ¿Madre soltera, o madre abandonada?
Yo no tenía apuntado en mi agenda de vida, llegar a ser una madre que le tocó enfrentar la crianza y el cuidado de sus hijos sin el apoyo paterno. Y de un día para otro, me encontré con el “estado civil” de “madre soltera”, a partir de ahí he vivido y reflexionado sobre la tremenda carga social,cultural, religiosa y política que nos dejan caer en las espaldas a quienes no tuvimos al padre de nuestros hijos a nuestro lado, cumpliendo con su tarea también. Perdí el status y privilegios de la madre casada, y una serie de circunstancias llegaron como consecuencia de esto. Me fueron quitados los trabajos de orientadora de estudiantes y docente de teología y de ética, por el “mal ejemplo” que daba, claro, de ser divorciada. El dedo apuntando al “fracaso” en que había caído, no dejaba de señalarme. Las puertas se fueron cerrando en un mundo en donde se anunciaba el amor al prójimo a diestra y siniestra, en donde el Reino de Dios era el eje del discurso donde los pobres y excluidos iban a encontrar justicia y liberación. Y un día me vi totalmente sola, sin el apoyo del padre de mis hijos, ni de la sociedad, sin trabajo, sin amigos, sin la comunidad de fe y quedé únicamente con tres hijos y mis manos heredadas de la abuela, de la madre de mi abuela, y de mi madre. Entonces supe que no era madre soltera, sino madre abandonada. Y pensé en el sinonismo que ambas expresiones representaban.
2. ¿Qué pasó con la esperanza?
Ante esto, sólo me quedaba la esperanza en Dios. En la Teología de la Liberación, la esperanza se entiende como una fuerza transformadora que impulsa la acción liberadora de los oprimidos y se manifiesta en la búsqueda de la justicia social y la construcción de un mundo más equitativo. Esta esperanza no es meramente una expectativa pasiva, sino un compromiso activo con la realidad, basado en la fe cristiana y en la promesa de un Reino de Dios que se construye en la historia. Pero nada de esto pasó cuando más se necesitaba, es decir, cuando mis hijos tuvieron hambre y tuve que salir a vender reciclaje para tener unas monedas para la comida del día. Tampoco se cumplió la promesa de que “los que esperan en
Yahvé tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán, caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:31) porque yo estaba exhausta y a punto de morir, muchas veces, durante los 10 años más difíciles de mi vida.
3. ¿Qué de la justicia y su consecuente liberación?
Pasé treinta y dos años de mi vida creyendo férreamente en la justicia y la liberación, desde que me encontré con la Teología de la Liberación, y la enseñé de continuo a muchas personas en las facultades universitarias y en las pastorales eclesiales. El Dios que sacó de la tierra de Egipto a su pueblo, de la casa de servidumbre y los llevó a la tierra prometida, el revolucionario Jesús de los evangelios que optó por los pobres, los incluyó y los liberó, fueron mi horizonte de acción y con ese horizonte, yo no tenía pierde. Hasta que descubrí en carne propia la pobreza, la opresión, la exclusión y la injusticia más terrible de la sociedad y de la iglesia: el abandono de la madre y sus hijos.
Nadie se hace cargo de una madre que cría hijos para después dárselos a la misma sociedad que los explota, los oprime, los exprime en beneficio de sus propios intereses. Cierto, hay veces, muy pocas, en que alguien es movido a misericordia y se aparece con una bolsa de comida o unos cuantos billetes. Abundaron, eso sí, las oraciones que no tuvieron respuesta, y las bendiciones dichas mil veces, que no llegaron a tiempo. El tiempo pasaba, como una viscosidad que no se puede limpiar, y todo empeoraba, y los días de las madres eran celebrados con algarabías, pero a mi me parecían una ofensa, porque como rito social magnificaban el amor incondicional de las madres, agradecían el sacrificio hecho por sus hijos, convirtiéndose así en cómplices silenciosos de la opresión y abandono materno, y de los imperios que piden hijos para la guerra e hijas como concubinas para los palacios de los reyes.
No hubo justicia, ni su consecuente liberación. Un día caí de rodillas y grité a voz en cuello: “Padre, ¿por qué nos has abandonado?” Y desde ese momento, perdí la fe en el Dios del Jesús Liberador en el que había apostado toda mi vida, porque volteó su rostro de mi necesidad, tal y como lo hizo en la cruz del calvario con su propio Hijo.
4. Una frase muy trillada, pero tan cierta: “Deconstruir para construir”
Y las tinieblas me habitaron, bajé al Hades, y por primera vez no le tuve miedo al infierno. ni a la condena, ni a la desesperanza. Las vi de frente y me dejé seducir por sus incertidumbres y vulnerabilidades, porque sus temores eran infundados. Con valentía, pero más con el deseo de la búsqueda de sentido, me sumergí en ellas, pues entendía que si vamos a pasar por el valle de sombra y de muerte, no debemos salir de él siendo los mismos, porque de nada servirá haberlo caminado.
Un día alguien me dijo, vos no sos cristiana, sos teóloga, y eso me agradó, porque me hizo sentirme liberada de dogmas. Ser teóloga es un arma poderosa, ¿quién te puede apedrear? Por supuesto, muchos. Pero eres más libre, más valiente, te escuchan, te creen. Eres un ser capaz de romper las palabras enclaustradas, mancilladas, manipuladas. Puedes ser teóloga y ser atea, o renegar de los todopoderosos y encontrar los sentidos o sin sentidos de las cosas, de las palabras, de las falsas esperanzas, de la muerte, del pecado, de los pecados en los que te sientes viva, o de la salvación en donde te sientes muerta.
Y en pro de mi propia libertad, decidí deconstruir al Dios en el que había creído, al todopoderoso Yahvé de los ejércitos que destruía vidas para que otros no perecieran. Fue una tarde, encerrada en el cuarto contiguo al de mi hija que yacía postrada en cama con una enfermedad degenerativa, y yo sin un centavo para aliviar sus insufribles dolores. cuando con la justa ira aristotélica, enfrenté a Dios y peleé con él como Jacob lo hizo en su propia desesperación.
Génesis 32.
22 Y se levantó aquella noche, y tomó a sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. 23 Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. 24 Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. 25 Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. 26 Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. 27 Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. 28 Y el varón le dijo: No se
dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. 29 Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. 30 Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel, porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.
No quiero hacer aquí una interpretación tradicional y ortodoxa de este texto que muestra en toda su crudeza a un hombre común y corriente peleando con Dios. Tampoco quisiera que se dijera que por qué no fue elegido un texto en donde aparecían mujeres, porque, aunque la vida es diferente para hombres y mujeres, al final, lo humano que tenemos es lo que nos identifica.
Al igual que Jacob, yo me encontraba sola, mientras cada día iba poniendo a mis hijos a salvo. El asunto era que yo no tenía tiempo para utopías, para esperar la plenitud del Reino de Dios, yo tenía que dar de comer cada día, de suplir, de sostener tres vidas, y el Reino de Dios se avizoraba muy tardía y lejano. Me convertí entonces en la salvadora de mis hijos y de mi misma, y si yo quería que Dios siguiera a mi lado, debía ser totalmente reconstruido su papel en mi vida. Era tiempo de enfrentar a Dios.
¿Saben lo que es luchar con Dios hasta el amanecer? Es una fuerza que nunca antes uno ha conocido, una fuerza que sale desde las entrañas indignadas, desde las incoherencias de los preceptos teológicos y doctrinales entre la fe y la vida. Se necesita la cordura que da la locura para verlo cara cara y aún así seguir peleando sin importar la gran posibilidad de morir, porque, en cierta medida, la muerte se presentó de varias maneras en tantas situaciones a lo largo de esos años, que, en ese momento, morir sería una alternativa, no una condena, y no le tenía miedo a la muerte. Por eso no lo solté, por eso seguía peleando con él, porque el Dios en el que había creído debía explicarme por qué no tenía la fuerza de hacer maravillas en este momento de mi vida, así como lo pudo hacer con su pueblo en los momentos más cruciales. Yo, que era una simple mujer, empobrecida, como muchas a las que Jesús se acercó, ¿acaso no tenía el derecho de ver su poder? Dios había estado callado, inmóvil, lejano. Hasta parecía que antes de dejar de creer en Él, Él ya no existía.
Luché y luché con la fuerza de una loba que defiende a sus hijos. Y cuando Dios vio que no podía conmigo, me hirió, me hirió y me hirió, tocaba mi muslo y lo descoyuntaba una y otra y otra vez, creyendo que yo lo soltaría, pero no fue así. Le grité a voz en cuello y, viéndolo firmemente a los ojos, le dije: “No te soltaré hasta que me bendigas”. Y es que Dios no sabía quién era yo, hasta que preguntó mi nombre, y yo respondí: “Me llamo Verónica, hija de David y Elba”. Y él guardó silencio, no cambió mi nombre pues no era necesario. Él entendió que si yo quería seguir creyendo en Él, yo debía vencer la vieja creencia que tenía sobre su ser y su hacer, que debía dejar de verlo como omnipotente, como el que no podía ser tocado, ni visto, ni enojarse con Él, puesto todo eso parecería que llevaría a mi muerte.
Dios entendió que debía sentirlo más cercano, más humano, menos cruento, menos imaginado. Y me bendijo, y en ese mismo momento se derrumbó la falsa imagen que había aprendido en la iglesia, en mis estudios, dando clases, y descubrí que las teología tradicionales y la teología de la liberación se habían quedado encerradas en las teorizaciones de lo que realmente significan la esperanza, la justicia y la liberación, es decir, salvar la vida. Y es que hay que luchar con Dios cara a cara (Peniel) para poderlo conocer, para que sea desmitificado su poderío y encontrar su grandeza en su humildad, no en las maravillas a las que se aspiran, sino cuando una se da cuenta de la fuerza personal que se tiene para llegar hasta aquí. Me quedé con este Dios y llegamos a un trato: Tú te encargas de las cosas buenas, y yo me encargo de las malas, porque para eso tú me has provisto de la fuerza que me has revelado al haber peleado contigo.
Y no morí. Al contrario, mi vida fue salvada como la de Jacob. Luché contra Dios y contra los hombres y vencí, al igual que Jacob, porque miré el verdadero rostro de Dios. Entonces, mi alma fue liberada, y encontré justicia, y así fue como recobré la esperanza.
En conclusión
Podéis llamarme hereje o mujer de fe, no importa, que al final, para mí, viene siendo lo mismo, pues la fe, en mi caso, no fue “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1), al contrario miré a Dios cara a cara sin
fe, y sólo así pude descubrir quién era él y quién era yo. Entonces comprendí que si yo hubiera dejado atrás, mucho antes, las creencias equívocas que aquí he compartido, hubiera sufrido la mitad de lo que me tocó sufrir, porque el mundo de las ideas, mis estimados y estimadas, pesan tanto o cuanto, como el mundo de la realidad.
Creo firmemente que acercarse a la Biblia para sacar de ellas verdades absolutas, sólo nos aleja más del verdadero rostro de Dios. Me encanta la idea y praxis del Reino de Dios, media vez éste deje abiertas las puertas para la crítica, deconstrucción y reconstrucción constantes de su validez, de sus certezas y sus debilidades, pero también de la posibilidad de pensar en voz alta, aún y con miedo o no, nuestros propios pensamientos y sentimientos, en donde la tan mencionada experiencia personal con la divinidad sea tal, que el ser humano realmente se sienta pleno de vida, fortalecido, no por utopías inalcanzables, sino por aquellas que su corazón sea capaz de alcanzar. Sólo así, la esperanza retorna al alma, y la justicia y la liberación será un camino en el que Dios y yo nos pondremos de acuerdo cómo transitarlo
* Ponencia presentada en el III Congreso Internacional de Estudios Bíblicos “Exégesis bíblica en la sociedad contemporánea: Conflictos, fundamentalismos y resistencias”. San José, Costa Rica. 23-27 de Junio de 2025.