#pascuafeminista2025 La desclericalización no es un lujo, sino una necesidad vital

La desclericalización no es un lujo, sino una necesidad vital
La desclericalización no es un lujo, sino una necesidad vital
La demanda de desclericalización de la Iglesia Católica no es una simple petición; es una exigencia nacida de la profunda crisis de credibilidad que la institución enfrenta. La resistencia al ordenamiento sacerdotal de mujeres, lejos de ser un obstáculo teológico inamovible, se revela como una excusa que enmascara una falta de voluntad para afrontar cambios estructurales necesarios. Argumentar que la ordenación femenina conlleva una "doble clericalización" es una falacia que ignora la verdadera naturaleza del problema. La clericalización no reside en el género, sino en la estructura de poder piramidal y patriarcal que concentra el poder en una élite clerical, perpetuando una cultura de privilegio y opacidad.
La solución no radica en la simple inclusión de mujeres dentro de una estructura clerical ya disfuncional. Se requiere una transformación radical que desmonte el sistema jerárquico y promueva una Iglesia más participativa, horizontal y transparente. Esto implica una redefinición del sacerdocio, alejándose de la concepción tradicional de un poder reservado a unos pocos, hacia un modelo de liderazgo compartido y servicio a la comunidad. El acceso a los ministerios y responsabilidades de la Iglesia debe basarse en la vocación, la formación teológica y la capacidad de liderazgo, sin distinción de género.
La resistencia al cambio se fundamenta en el miedo al cuestionamiento del poder establecido. Sin embargo, la perpetuación de esta condición existente solo profundiza la crisis de fe y aleja a las nuevas generaciones. El Papa Leon,  ha heredado  una tradición profundamente arraigada, tiene la responsabilidad histórica de impulsar una desclericalización efectiva. Esto no implica una revolución violenta, sino un proceso gradual pero firme de reformas estructurales, teológicas y culturales. Se necesita una apertura al diálogo, una escucha atenta a las voces de los laicos, especialmente de las mujeres, y un compromiso real con la justicia y la equidad.
La desclericalización no es un lujo, sino una necesidad vital para la supervivencia de la Iglesia Católica. El futuro de la Iglesia no reside en la defensa de dogmas caducos, sino en su capacidad para adaptarse a los tiempos, abrazando la diversidad y empoderando a todos sus miembros. La llamada a  la desclericalización es una llamada a la renovación espiritual y a la construcción de una Iglesia verdaderamente al servicio del pueblo de Dios.
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