#LectioDivinaFeminista La trinidad del amor: Dios, el prójimo y yo

Lc 10, 25-37
| Mayte Olivares Cruz
Lectio (Lectura)
Leemos el pasaje de Lucas 10,25-37, donde Jesús responde a la pregunta de un maestro de la ley sobre quién es el prójimo. Jesús narra la historia de un hombre asaltado en el camino, ignorado por un sacerdote y un levita, pero ayudado por un samaritano, quien muestra misericordia y cuidado.
Meditatio (Meditación)
Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y corazón a la reflexión sobre las lecturas de este domingo.
Dividamos el comentario siguiendo el orden en que se nos presenta cronológicamente. Primero, se nos muestra a Jesús camino hacia Jerusalén. En medio de un sermón, un maestro de la ley intenta ponerlo a prueba preguntándole qué se debe hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús le responde con otra pregunta: según su entendimiento, ¿qué manda la ley para obtener ese regalo? El legista contesta con el primer mandamiento de la Ley de Moisés: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.
En primer término, se nos habla de un mandamiento que, como hemos explicado anteriormente, en el sentido hebreo no proviene del verbo mandar, sino del acto de conferir, de poner en manos del otro aquello que, para mí (o en este caso para Dios), es importante. Como lo dice la primera lectura del libro del Deuteronomio: “Estos mandamientos que te doy no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance... todos mis mandamientos están muy a tu alcance: en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos”. Se dice que Dios nos da solo lo que nos corresponde, no por mérito ni reconocimiento, sino por capacidad. Esto incluye dones y responsabilidades. Lo que nos pide es que estemos “atentos”, conviviendo en su amor con todo lo que somos: corazón, alma, fuerza y mente. Sin restricciones, sin peros, siendo todo en Él, que todo lo es, tal como nos recuerda la Carta de san Pablo a los Colosenses: “Todo fue creado por medio de Él y para Él”.
Ahora bien, Mateo y Marcos presentan esta misma escena, sin embargo, es Lucas quien profundiza con el ejemplo de la misericordia hacia el otro. “Amar al prójimo como a uno mismo” puede sonar a una frase trillada, pero en la práctica es un ejercicio complejo, por al menos tres razones:
- ¿Qué es el amor y cómo se ama a Dios si Él lo es todo? El amor bien podría compararse con la luz: sabemos que existe, pero no podemos contenerla. A nivel de partículas, sabemos que existen los fotones que irradian luz debido a la velocidad con que se desplazan, liberando energía electromagnética que produce luz visible al ojo humano. Sin embargo, la luz no se ve si no se refleja en un objeto. Las estrellas, como el sol, son grandes cúmulos de gas que se consumen a sí mismos y liberan colosales cantidades de fotones al momento de su combustión. Esos fotones viajan rápidamente por el espacio, hasta que llegan a un cuerpo y “rebotan” como luz. Así es el amor: no es un concepto ni una idea abstracta, es algo que existe en la naturaleza de Dios y que busca un lugar donde reflejarse en la creación.
La invitación, en primera instancia, es ser ese objeto donde la luz se refleja: amar a Dios es aceptar primero su amor, contenerlo y reflejarlo al mismo tiempo.
- ¿Amarse a uno mismo? En los últimos años se ha extendido una tendencia hacia el autocuidado y el amor propio. En teoría suena bien, pero en la práctica muchas veces no sabemos diferenciar cuándo actuamos por verdadero amor propio o cuándo disfrazamos nuestro egoísmo como tal. Retomando la explicación anterior: el egoísmo es la ausencia de Dios, vendría siendo la oscuridad. Jesús dijo una vez a sus apóstoles: “Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de la cama, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz” (Lc 8,16).
Es fácil reconocer en el otro los síntomas del egoísmo, pero no tanto cuando hacemos el ejercicio en nosotras/os mismas/os. Peor aún: muchas veces no sabemos cómo amarnos porque tememos no merecerlo. La propuesta es, nuevamente, estar atentos y poner todo nuestro corazón, alma, cuerpo y mente en reconocernos primero como hijas/os de Dios, tomar nuestra dignidad como el regalo que Él nos da en el abrazo del amor. Después, soltar. Entregarse a Dios es aceptar que todo nos es dado gratuitamente: la vida, la libertad, los dones. Vivir en un ejercicio constante de examen no para reprendernos, sino para sanarnos, abrazar nuestras luces y sombras, porque Dios obra incluso en lo roto.
- ¿Quién es el prójimo? Etimológicamente, la palabra refiere al próximo, al más cercano físicamente a nosotros. Si bien los tres evangelistas nos enseñan que debemos amar a todos aquellos que están cerca —sea cual sea su condición física, sexual, socioeconómica, etc.— desde el amor compasivo con el que Dios nos mira, es Lucas quien pone un acento especial: la misericordia.
Misericordia es acompañar en el dolor. En la parábola, Jesús propone un escenario en el que un hombre es asaltado y herido casi hasta la muerte. Pasan primero dos personas que, según la tradición judía —un sacerdote y un levita— estaban más obligados que nadie a observar la ley de la caridad. Sin embargo, pasan de largo, quizás porque la ley ritual pesaba más que el amor. Si el hombre estaba herido al borde de la muerte, es muy probable que se encontrara sangrando. Y sabemos, según el libro del Levítico, que los sacerdotes y levitas tenían prohibido tocar sangre o cadáveres, pues esto los hacía ritualmente impuros (Lev 21,1-3; Núm 19,11-13).
Entonces aparece un samaritano, que no estaba obligado por esa ley, y que además pertenecía a un pueblo tradicionalmente enemistado con los judíos. Él se detiene, cura y atiende al herido hasta que sanan sus heridas.
Jesús no dice si el hombre herido era rico o pobre, joven o anciano. El mensaje es claro: no importa quién sea, socorre a tu hermano en su dolor. ¿No somos también, a veces, como aquellos dos personajes judíos que pasan de largo por algún rito de nuestra soberbia? ¿Cuántas veces hemos ignorado al prójimo porque nos resulta más importante conservar la ley de nuestro egoísmo: comodidad, imagen, poder, recursos... antes que mirar al otro/la otra?
La invitación es entonces, a ser como el Buen Samaritano, y acoger a aquél que sale en nuestro camino cotidiano, herido de fe, hambre, sed, amor y seamos el reflejo de la luz de Dios.
Oratio (Oración)
Señor Jesús, tú que eres la luz que todo lo ilumina, enséñame a no esconder la lámpara que has encendido en mí. Dame un corazón atento para reconocerte en mi interior, y en los rostros heridos que me salen al encuentro.
Enséñame a amarte con todo lo que soy: con mi mente que duda, con mi corazón que se cansa, con mis fuerzas que a veces flaquean, y con mi alma, que tantas veces te olvida.
Muéstrame cómo amarme sin orgullo ni miedo, cómo reconocerme como tu hija amada, y cómo entregarme con libertad a los demás. Hazme capaz de reflejar tu amor como la luz que rebota y transforma todo lo que toca.
Amén.
Contemplatio (Contemplación)
Contémplate dentro de la escena, estás en ese camino entre Jerusalén y Jericó. Escuchas el viento, ves la tierra seca, el calor golpea la piel. Ambiéntante en el espacio-tiempo de la escena. De pronto, descubres a un hombre caído, golpeado, apenas respira. Te detienes. Lo miras. Te duele. Ahora observa: pasa un sacerdote. Se aparta. Pasa un levita. También se va. Y luego… tú.
¿Te acercas? ¿Sientes miedo? ¿Te molesta? ¿Te conmueve? ¿Lo cargas? ¿Lo abandonas?
Pide al Espíritu que te muestre en quién te pareces: ¿Eres quien cruza de largo? ¿Eres quien sana? ¿O eres también el herido, esperando que alguien te vea?
Quédate en silencio con esta imagen. Habla con Jesús sobre lo que ves y sientes.
Actio (Acción)
- Recibe la luz: Elige un momento del día para agradecer el amor de Dios que habita en ti. Haz una pausa real. Toca tu corazón y di: “Soy luz en Él”.
- Refleja la luz: Piensa en alguien cercano que está herido (emocional o físicamente). Acércate, escúchalo, acompáñalo. Aunque no tengas una solución, tu presencia es ya un acto de misericordia.
- Revisa tu camino: Antes de dormir, haz un examen breve:
¿Dónde fui reflejo del amor hoy? ¿Dónde me negué a amar por miedo, prisa o indiferencia? ¿Qué puedo entregar a Dios para amar más libremente mañana?
