Por la extremeñidad de Guadalupe Peregrinación protesta

(Antonio Aradillas).- Se protesta hoy por mucho. Algunos dirían que por todo o por casi todo. Por supuesto que en la mayoría de los casos sobran razones que justifiquen el memorial de condenas y reprobaciones, por extenso y desahogado que sea. Los planos, áreas y esferas en las que se generan y expresan las protestas son coincidentes con las de la vida, por lo que su número ronda los linderos de la infinitud. En la misma, y en lugar predilecto, se encuentran los reductos eclesiales y eclesiásticos, por muy sagrados que sean. Los procedimientos empleados para cursar las referidas protestas con tantos como variados.

En esta ocasión informativa el marco y el contenido de nuestras protestas nos vienen impuestos por el ramillete de comentarios aquí efectuados a propósito del insólito y ofensivo caso de perenne exilio de la administración eclesiástica de la extremeñísima Virgen de Guadalupe de la región Comunidad Autónoma e iglesia metropolitana a la a que le debe su advocación, y que sigue instalada en la ex poderosísima archidiócesis toledana, por más señas "Sede Primada" de España.

No hay derecho a que siga manteniéndose todavía el estatus de la distribución diocesana por el que la Virgen de Guadalupe -su monasterio y su Puebla- pertenezcan eclesiásticamente a Toledo, y no a cualquiera de los diócesis extremeñas. Lo que resultaría inexplicable en todo planteamiento de carácter político, civil o administrativo en general, es sorprendente que tenga que ser forzosamente aceptado por el Pueblo de Dios extremeño.

Ninguna suprema autoridad de la Iglesia española, con mención particular para la Sede Primada, -hoy devaluada a consecuencia de la creación de las Conferencias Episcopales-, puede echar en olvido que la Virgen de Guadalupe y su monasterio son signos fervientes de extremeñidad por antonomasia. Y no sólo en las áreas puramente religiosas, tal y como lo demuestran la declaración oficial de su patronazgo y las caudalosas corrientes de devoción mariana por pueblos y ciudades de sus dos provincias. Demuestra y reclama su adscripción a la Iglesia extremeña también, y de manera sorprendente, el hecho de que las mismas autoridades civiles optaran y decidieran a su debido tiempo, -por más señas, socialista-, que la fiesta autonómica coincidiera en esta ocasión con la religiosa.

Resultaría inimaginable que en cualquier otra Comunidad Autonómica la Iglesia, en su calidad de Primada, le usurpara a la de otra región un símbolo religioso de tanta dimensión como en nuestro caso la titularidad de su Virgen de Guadalupe. Cuando algo similar acontece en el marco político-administrativo son muchas y sonoras las voces reivindicativas que se levantan, en ocasiones hasta con la participación de las propias autoridades eclesiásticas.

Con respeto y consideración a la Jerarquía, pretendo contribuir desde aquí a que, por fín, el pueblo extremeño acabe de tomar conciencia de situación tan injusta y discriminatoria que regionalmente padece en un tema de tan singular importancia y que además puede muy bien ser exponente de lo que acontece en otros y que reflejan las estadísticas, con expresa y lamentable alusión a que esta Comunidad ocupa los últimos puestos en los índices de desarrollo. Para colaborar en el empeño, me atrevo a sugerir la organización de una magna peregrinación-protesta al monasterio de Guadalupe, con la prevalente y decidida intención de reivindicar la plena extremeñidad de la Virgen. A quienes nos comprometiéramos con tan devota peregrinación-protesta nos satisfaría pensar que a la misma no faltarían los obispos de las tres diócesis extremeñas, sin objetivas razones para descartar que igualmente habría de hacerse presente el arzobispo de la diócesis de Toledo, quien con seguridad se tiene que estar sintiendo pastoralmente incómodo, de mantenerse durante más tiempo la absurda situación actual

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