Un santo para cada día: 4 de enero San Manuel González (El obispo de los sagrarios abandonados)

Manuel González García
Manuel González García

Todos le conocen como “el apóstol de los Sagrarios abandonados”. Hablar de él es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Corazón de Jesús, pues decía que la oración es la “llave de oro” que abre de par en par sus puertas

Todos le conocen como “el apóstol de los Sagrarios abandonados”. Hablar de él es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Corazón de Jesús, pues decía que la oración es la “llave de oro” que abre de par en par sus puertas.  

Don Manuel González García nace en Sevilla el 25 de febrero de 1877. Fue el cuarto de cinco hermanos. Desde muy pequeño ingresa en el “Colegio de San Miguel”, donde se formaban los “niños de coro” de la Giralda. Antes de los 10 años era ya uno de los “seises” de la Catedral, que cantaban y danzaban ante el Santísimo en las fiestas del Corpus y de la Inmaculada. A los 12 años ingresa en el Seminario, donde obtiene la calificación de sobresaliente en todos los cursos y en todas las asignaturas. 

Tardó 15 años en completar el Doctorado en Teología y la Licenciatura en Derecho Canónico, siendo ordenado sacerdote por el Padre Marcelo Espínola, el 21 de septiembre de 190. Al estrenar su primera “misión popular” queda sobrecogido por el deterioro y el abandono en que se encuentran la iglesia y el sagrario y esto le marcará profundamente para el resto de su vida. A los 4 años de ser ordenado sacerdote es nombrado Arcipreste de Huelva y funda su primera revista de catequesis eucarística, llamada “El granito de arena”. Funda también la obra de “las Marías de los sagrarios” y para los niños “los Juanitos del sagrario”. Su libro más conocido en esta época fue “Lo que puede un cura hoy”. Que gozó de gran difusión. 

Consagrado Obispo de Málaga el 16 de enero de 1916, crea los “Misioneros Eucarísticos Diocesanos” y un poco más tarde la “Hermanas Marías Nazarenas”, conocidas hoy como “Misioneras Eucarísticas de Nazaret”. Hasta 1935 parecía que todo estaba tranquilo, pero al estallar las algaradas anticlericales el 11 de mayo de 1931, una masa enardecida avanzó hacia el Palacio Episcopal, incendiando todo cuanto encontraba a su paso: archivos, tesoros, documentos irrecuperables, etc. Así en todos los templos y conventos de la ciudad. D. Manuel y su familia se refugiaron en los sótanos, saliendo después por una puerta trasera y buscan refugio en Gibraltar. Se traslada después a Madrid, en calidad de exiliado, hasta que en 1935 es nombrado obispo de Palencia. 

Un tapiz del Beato Manuel González
Un tapiz del Beato Manuel González

El destino de Palencia sería el último de su carrera. Fueron los últimos años de su vida. Desde su nueva sede episcopal soporta con dolor la tragedia de la Guerra Civil y con ello sufre al pensar en los sagrarios profanados, según él “el mayor número en toda la historia de España”. Al final, enfermo de gravedad, ingresa en el sanatorio del Rosario en Madrid, donde fallece el 4 de enero de 1940, a los 63 años. Le llevan a sepultar a la Catedral Palentina, en la Capilla del Santísimo, donde hasta hoy reposan sus restos mortales, con este epitafio, que él mismo dictó: “Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos después de muerto-como mi lengua y mi pluma en vida- estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! No lo dejéis abandonado” 

Fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de abril de 2001 y canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016. 

Reflexión desde el contexto actual: 

Casi no podemos añadir nada más, después de lo que él hizo y lo que él testimonió durante su vida tan bien aprovechada, solamente  decir que en  D. Manuel González tenemos a un santo de nuestro tiempo que supo  vivir con dignidad nuestras mismas inquietudes y nuestros mismos miedos, porque aunque parezca una exageración lo que hoy  está sucediendo en estos tiempos nuestros  nos hace recordar los suyos. Agravios, profanaciones e irreverencias, han dejado de ser cosas del pasado. Seguramente de estar hoy entre nosotros, habría de sufrido mucho D. Manuel al ver los sagrarios vacíos y las iglesias cerradas a cal y canto, porque han dejado de ser un lugar sagrado que todo el mundo respeta. 

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