Luz verde al Papa para que lleve a la Iglesia hacia las aguas de la misericordia No ganan ni Kasper ni Müller: Se impone el consenso entre conservadores y reformistas
(José M. Vidal).- El listón estaba demasiado alto. Había tantas expectativas puestas en las resoluciones del Sínodo de la familia (que duró nada menos que dos años) que sus conclusiones se han quedado cortas a la fuerza. De ahí que el documento final, aprobado por la asamblea sinodal, defraude a unos y a otros. A los moderados y progresistas (mayoritarios en el aula), porque no ofrece soluciones ni a los gays ni a los divorciados vueltos a casar. Y a los conservadores, porque les parece demasiado el mero hecho de haberse planteado la cuestión y haberla dejado abierta de cara al futuro.
No gana ni Walter Kasper, el jefe de filas del sector reformista, ni Gerhard Müller, el prefecto de Doctrina de la Fe, guardián de los ortodoxia y referente del sector conservador. En términos futbolísticos (si se me permite la irreverencia de la comparación), un empate. Y las espadas siguen en todo lo alto entre ambas sensibilidades. Y mientras haya espadas en alto, el Papa, custodio de la comunión eclesial, no podrá zanjar ni decantarse, para evitar cismas y rupturas.
El Sínodo se clausuró con un discurso del papa muy aplaudido y un documento final de 94 puntos, que fueron todos aprobados por más de los dos tercios de los votos. "No hubo vencedores ni vencidos", proclama, en rueda de prensa, el cardenal Schonborn, arzobispo de Viena y uno de los sinodales de mayor prestigio. Es amigo de Benedicto XVI, pero también de Francisco. Y, por eso, se esfuerza por ver, en el documento final, la parte buena. Pero previene que "algunos se sentirán desilusionados". Por no decir, muchos o todos.
A su juicio, los aspectos positivos son fundamentalmente dos. En primer lugar, el núcleo del mensaje es un canto a la familia, "un sí a la familia", en la que los sinodales no ven "un modelo superado", sino una maravilla natural, que resiste el paso del tiempo como ninguna otra institución y que sigue siendo válida para la sociedad moderna. Y la prueba del nueve de la familia, según el purpurado de Viena, es que se sigue comportando como "la red más segura en tiempos de crisis".
En segundo lugar, hay dos palabras que, para el prelado austríaco, retratan a la perfección el documento sinodal: Discernimiento y acompañamiento. Es decir, la familia es bella, pero también frágil. Es hermosa, pero tiene heridas. Una rosa con espinas. Por eso, necesita acompañamiento. O dicho de otro modo, cercanía, ternura, cuidados, conciencia de las dificultades y de los retos.
Y también necesita discernimiento. Una palabra muy jesuítica y muy utilizada en los ejercicios de San Ignacio. Se trata de acompañar a las familias, para poder discernir, en cada caso y con conocimiento de causa, qué es lo que necesita y qué medidas concretas se pueden tomar.
En clave de acompañamiento y de discernimiento, el documento no se moja en salidas concretas para las dos situaciones más complejas de la moral matrimonial y sexual: la comunión de los divorciados vueltos a casar y los homosexuales.

De los gays apenas se habla y, cuando se hace, es para repetir la doctrina clásica, la de siempre, la del Catecismo: respeto y misericordia con el pecador, pero sin absolución de su pecado. Para el Sínodo, las parejas homosexuales no son familias en el sentido católico del término. Y, por lo tanto, la tendencia homosexual se sigue considerando antinatural. "¡Poca misericordia es ésa", pensarán muchos dentro y fuera de la institución.
Se aborda un poco más el tema de la eventual comunión de los divorciados vueltos a casar. Pero, tampoco aquí, se quiso decir un sí o un no tajantes. Y se optó por "ofrecer criterios fundamentales para el discernimiento de cada situación". Porque, como dice Schonborn, "ante situaciones diversas sólo caben respuestas diferentes". Y apropiadas a cada caso.
Respuestas que quedan, pues, en manos de cada obispo. Ahí está el avance respecto a la praxis anterior, en la que la contestación era siempre el no y, además, sólo la podía dar Roma. Un paso adelante en la descentralización. La pastoral tiende la mano a las familias en dificultad, pero se mantiene firme en la doctrina de siempre. Misericordia sin cambios doctrinales. Algo así como la cuadratura del círculo católico.
El Papa tiene la última palabra. Seguramente publicará una exhortación, basándose en el documento sinodal, pero yendo más allá. Aplicando a los "descartados" de la Iglesia una dosis mayor de misericordia. De hecho, en su discurso de clausura quiso dejar bien claro que "los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu".
También alabó la libertad de expresión de los padres sinodales, pero criticó algunos "métodos no del todo benévolos" y reiteró que "el deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas, sino la misericordia de Dios". Francisco, el misericordioso.
