Por la calle que comparte apellido con el cardenal transita el futuro de la Iglesia Las mujeres llaman a las puertas de la Sixtina, donde se encierran en cónclave los herederos de Ottaviani

Desde una colina cercana, un grupo de mujeres de la WOC les recuerdan con una fumata rosa que les vayan haciendo sitio en la Sixtina. Es su particular intra mulieres
Una farola acoge una pegatina reivindicativa sobre la apertura del papado a la mujer. Ni en las más enconadas diatribas conciliares ninguno de los cardenales que hacían historia -y muchos menos Ottaviani- se hubiesen imaginado semejante afiche a unos metros de donde aposentaban sus reales
La Iglesia es mujer, y por la vía que lleva un apellido como el del cardenal de la inmutabilidad discurre el futuro de la Iglesia que ya no quiere no sólo regresar al pasado, sino ni siquiera retroceder una década
La Iglesia es mujer, y por la vía que lleva un apellido como el del cardenal de la inmutabilidad discurre el futuro de la Iglesia que ya no quiere no sólo regresar al pasado, sino ni siquiera retroceder una década
Semper Idem. Es uno de los lemas episcopales más fáciles de recordar. Se viene a la cabeza mientras camino de mañana por la calle Ottaviani, que va a morir al pie de los Museos Vaticanos. Y aunque esa vía comercial no recuerda la memoria del cardenal Alferedo Ottaviani, que desemboque en un museo es algo que castiga por partida doble el recuerdo del aguerrido cardenal a quien Juan Pablo II destacó por su “ejemplar fidelidad” cuando murió en 1979.
Hasta esa fecha y durante medio siglo, el cardenal Ottaviani fue un muy destacado representante de lo que algunos han llamado “la tensión central de la Iglesia” por la fidelidad al mensaje revelado y la ineludible cohabitación con el mundo, por más que la Iglesia no sea de este.
Lo que, traducido, significa que este hijo del popular barrio del Trastévere romano, amigo íntimo del cismático Lefébvre, fue un enconado contrario al Concilio y en sus sesiones se batió y maniobró todo lo que pudo para resistir contra viento y marea a los aires reformistas que propició el pontificado de Juan XXIII.
Calle Ottaviani arriba (¿o es abajo?) no puedo evitar pensar que este casi medio siglo que ha pasado desde el fallecimiento del cardenal viene a equivaler, visto lo acontecido los últimos 13 años en el seno de la Iglesia, a un par de siglos en el tiempo del mundo que es sólo mundo.

Se viene a la cabeza también en la calle Ottaviani al replicante de Blade runner y su “he visto cosas que no creerías”. El cardenal que hace medio siglo defendía enconadamente la inmutabilidad de una Iglesia al margen de acontecer histórico, de haber visto lo que hoy desemboca en San Pedro tampoco se lo creería y se lo tomaría como una pesadilla.
Por ejemplo, la farola que acoge una pegatina reivindicativa de la apertura del papado a la mujer y, por tanto, de la ordenación femenina. Ni en las más enconadas diatribas conciliares ninguno de los cardenales que hacían historia -y mucho menos Ottaviani- se hubiesen imaginado semejante afiche a unos metros de donde aposentaban mullidamente sus reales.

Porque es una pegatina no casual, una simple gamberrada; es una reivindicación por la que, no lejos de allí, un puñado de mujeres de la Women’s Ordain Conference (WOC) celebran una liturgia dirigida por laicos bajo el lema de “Espíritu Desbloqueado”. Es su particular manera de llamar la atención en la víspera de un cónclave al que reivindican poder entrar un día, convencidas de que no es el Espíritu Santo quien evita su presencia la Sixtina.
En este sentido, llama la atención vía Ottaviani abajo (o arriba, porque es lo mismo) la cantidad de mujeres que la transitan. Hay muchos más grupos de mujeres solas que de hombres. Claro que hay grupos mixtos, pero, como decía Francisco, la Iglesia es mujer, y por la vía que lleva un apellido como el del cardenal de la inmutabilidad discurre el futuro de la Iglesia que ya no quiere no sólo regresar al pasado, sino ni siquiera retroceder una década, aunque los logros con Francisco, que los ha habido, han sido contados y costosos en este campo debido a los herederos de Ottaviani que hoy tienen su primera cita en el cónclave. Desde una colina cercana, un grupo de mujeres de la WOC les recuerdan con una fumata rosa que les vayan haciendo sitio en la Sixtina. Es su particular intra mulieres.
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