150.000 personas abarrotan la plaza de San Pedro en una de las ceremonias más importantes de este pontificado Pablo VI y Romero, santos
(Jesús Bastante).- No cabía un alfiler. La plaza de San Pedro acogió, entre aplausos y mucha emoción, una de las canonizaciones más importantes de la historia reciente de la Iglesia. Un Papa, un arzobispo, dos monjas, dos sacerdotes y un laico, pero sobre todo más de 150.000 corazones acompañaron al Papa en el ascenso a los altares, entre otros, de monseñor Romero y de Pablo VI.
El Papa portaba el cíngulo de Romero, y el báculo (y la casulla) de Pablo VI. Durante un momento, tras bendecir el altar y las reliquias, Bergoglio pareció detenerse para contemplar a la multitud. Más allá de la plaza, más allá de la Via della Conziliazione, portando banderas de decenas de países de todo el mundo, desde El Salvador hasta Corea, países que esperan la pronto llegada de Bergoglio.
Y es que, por primera vez en mucho tiempo (seguramente desde el saludo, en mitad de la lluvia, del primer Paspa llegado del fin del mundo), la plaza de San Pedro parecía representar a toda la cristiandad. Y es que esta canonización tiene detrás muchos datos, y mucha simbología. 90 cardenales, 3.000 sacerdotes, y todo el pueblo detrás. Con Pablo VI, un Papa que es punto de referencia para entender este pontificado, ya son 83 los 'santos padres' en convertirse en santos, un 31%. Tres de cada diez pontífices están canonizados, una cifra que tendría que hacernos pensar.

Pero además, con Romero, se canoniza a la Iglesia de los pobres y el martirio por la libertad, especialmente en América Latina. Con Nunzio, a los jóvenes. Con Nazaria, a las mujeres valientes. Pobres, mujeres, jóvenes son tres de los ejes de esta reforma de la Iglesia con la que sueña Francisco y contra la que luchan muchos que, hoy, habrán bajado los ojos y se habrán mordido los labios al ver al arzobispo mártir del Salvador (e, incluso, al 'cobarde' Pablo VI) elevados a los altares.
Acompañado por los postuladores de las causas, el cardenal Becciu reclamó al Papa que inscribiera a los siete beatos en el libro de los Santos. A las 10,37, Francisco hacía santos a Romero, Pablo VI, Francisco Spinelli, Vicente Romano, María Catalina Kasper, Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús y Nuncio Sulprizio. La plaza estalló en una rotunda ovación, que duró varios minutos.
