"Signos de esperanza”, el proyecto social de la Conferencia Episcopal Española en el Año Jubilar "Gracias por escucharme": Las voces de la trata en el Jubileo de la esperanza

"Gracias por escucharme" no es una fórmula de cortesía. Es el eco que tantas mujeres repiten cuando la entrevista concluye y queda solo el silencio
Es la gratitud de las víctimas hacia quien les ha devuelto la voz
Son las palabras que oye Sandra Milena Osorio Ocampo, misionera idente y técnica audiovisual que ha recorrido con estas mujeres el itinerario de sus heridas y de su reconstrucción, cuando apaga la cámara
Son las palabras que oye Sandra Milena Osorio Ocampo, misionera idente y técnica audiovisual que ha recorrido con estas mujeres el itinerario de sus heridas y de su reconstrucción, cuando apaga la cámara
| Eleanna Guglielmi
(Vatican News).- “Gracias por escucharme” no es una fórmula de cortesía. Es el eco que tantas mujeres repiten cuando la cámara se apaga, cuando la entrevista concluye y queda solo el silencio. Es la gratitud de las víctimas hacia quien les ha devuelto la voz. En esas tres palabras cabe un desgarro y, al mismo tiempo, una restitución: alguien ha escuchado y no ha dejado que su historia se disuelva en el anonimato.
En torno a ese gesto sencillo se sostiene“Signos de esperanza”, el proyecto social de la Conferencia Episcopal Española en el Año Jubilar, y también la mirada de Sandra Milena Osorio Ocampo, misionera idente y técnica audiovisual, que ha recorrido con estas mujeres el itinerario de sus heridas y de su reconstrucción.
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Una cámara que busca rostros
Para Sandra no es un empleo ni un encargo técnico. La comunicación es parte de su vocación consagrada. “Es una necesidad y una alegría poder contar lo que Dios hace dentro del ser humano, incluso en medio de la herida”, afirma.
Misionera idente, ha puesto su vida al servicio de dar voz a lo que suele quedar oculto, convencida de que el mal tiene demasiados altavoces y de que urge mostrar el bien que, en silencio, germina en quienes parecen haberlo perdido todo.
Su cámara no busca espectáculo, sino rostros que devuelven dignidad, relatos que rompen prejuicios, silencios que se convierten en palabra. “Lo más doloroso para una víctima no es solo haber sido usada como mercancía, sino que le arrebaten la posibilidad de hablar, de tener voz”, advierte. De ahí su elección por la producción audiovisual: herramienta para rescatar esa palabra perdida, para devolver visibilidad y dignidad. “El mal hace mucho ruido, tiene demasiadas ventanas de comunicación”, añade.
“Pero ¿dónde están la verdad, la bondad y la belleza que anhela el corazón humano? Eso es lo que me mueve a comunicar”. Al concluir una grabación, muchas veces escucha: “Gracias por escucharme”. Para ella, ese instante tiene la hondura de la adoración: comunicar es misión, dar voz a lo silenciado y mostrar que, aun en medio de la herida, germina un bien secreto.
El Jubileo y un proyecto que rescata la palabra perdida
Ese es el trasfondo en el que nace este proyecto, encomendado por la CEE a la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana. Su objetivo es abrir espacio a voces habitualmente sepultadas bajo la indiferencia: mujeres y hombres atrapados en redes de trata y explotación sexual o laboral. Visibilizar la trata y mostrar, al mismo tiempo, la respuesta de la Iglesia.
A lo largo del Jubileo se publicarán materiales audiovisuales y textos para acompañar los tiempos litúrgicos, con el fin de invitar a la oración y a la reflexión comunitaria. Pero, más allá del calendario, lo decisivo es que sus vidas no permanezcan anónimas.

"Pero, más allá del calendario, lo decisivo es que sus vidas no permanezcan anónimas"
Historias que rompen el anonimato
Camila huyó de la violencia de su pareja y cayó en una red de trata; en Villa Teresita escuchó por primera vez “Mira, tú puedes” y volvió a creer que era posible. Micaela atravesó desiertos y violencias, perdió a su hermano en el camino y fue obligada a lo que no quería: “He visto lo peor del ser humano, pero también encontré mujeres que me levantaron; gracias a ellas hoy tengo una vida normal y puedo decir que soy una mejor persona”.
Neftalia llegó engañada y al borde de la muerte, pero entre las Adoratrices pudo “tocar la orla del manto de Jesús” y recuperar el valor de ser mujer. Patricia, hundida en la ansiedad y convencida de que podía sola, admite: “Descubrí que no era tan fuerte como pensaba”; en las Oblatas halló “una mano tendida que me devolvió confianza”.
Jayder fue explotado en el trabajo hasta encontrar en Cruz Blanca “como una familia”, y el franciscano Julio José reconoce: “A través de ellos yo mismo me he ido humanizando y transformando”. Feath, antes incapaz de salir sola, hoy afirma gracias a las Hijas de la Caridad: “Ya no estoy sola; puedo hablar, acudir al médico, cuidar de mis hijos”.
El mal hace ruido, el bien germina en silencio
“Para mí es un privilegio mirar a estas personas a los ojos, conmoverme con sus palabras, bajar la mirada para engullir sus silencios, dejar correr mis lágrimas con las suyas. Pero también sonreír, porque tanto sufrimiento no ha sido en vano: ha abierto caminos de esperanza”, confiesa Sandra.
“Comprobé por mí misma cómo no solo destruye a un ser humano el ser ultrajado y reducido a mercancía, sino también el que le sea arrebatada la posibilidad de hablar, de comunicar, de tener voz”. Ese es, para ella, el núcleo de Signos de esperanza: rescatar la palabra perdida.
Las historias de estas mujeres ya no son anónimas; tienen nombre, rostro, peso en la memoria colectiva. No se trata únicamente de un capítulo oscuro de la condición humana, sino también del más luminoso: aceptar la mano que ofrece ayuda, perdonar, volver a empezar.

"Gente de otra pasta"
Sandra insiste en que el alma del proyecto es eclesial: “Allí donde hay una necesidad, la Iglesia se hace presente”. En ese horizonte, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos tejen una red silenciosa que demuestra que el mal no tiene la última palabra.
“Gente de otra pasta”, así las describen las propias víctimas. La fe que sostiene, la compañía cotidiana y el calor de una comunidad son el terreno donde incluso las heridas más hondas comienzan a cicatrizar.
“Cada una de estas mujeres me mostró que la esperanza no es una idea abstracta, sino una realidad encarnada en historias que se pueden tocar, escuchar y contar”, concluye.
Dejarnos transformar por esas voces
En la memoria de Sandra permanecen algunas frases imposibles de olvidar: “Me sentí querida”, “Era como estar en una familia”, “Tal religiosa fue como una segunda madre”.
Palabras sencillas que condensan todo un itinerario de sanación. Allí donde antes solo había desgarro, apareció una relación capaz de restaurar confianza. Por eso, cuando concluye una grabación y alguien le dice “gracias por escucharme”, Sandra sabe que no se trata de cortesía, sino de una verdad que compromete.
El Jubileo de la esperanza se juega en ese instante mínimo: escuchar lo que parecía condenado al silencio y dejarse transformar por ello. La pregunta queda abierta: ¿estamos dispuestos también nosotros a escuchar esas voces y a dejar que nos cambien por dentro?

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