Música poderosa para un instrumento poderoso



¡Feliz miércoles! Si te preguntara cuál es para ti el instrumento más poderoso, ¿cuál dirías? Quizá habrá quien piense en el piano pero yo inmediatamente traigo a la mente el órgano. Es capaz de producir sonidos casi camerísticos e intimistas pero también grandes catedrales sonoras que llenan los recintos de una forma especialmente brillante. La obra de hoy cumple con estos requisitos ya que tiene un poderío con una fuerza arrolladora que nos arrastra sin poder evitarlo.

Quien compuso las notas de hoy es Louis Vierne (1870-1937), compositor francés nacido en Poitiers. Nació ciego pero a los seis años logró recobrar algo la vista. Realizó sus estudios de un modo brillante y, desde 1886 recibió clases particulares de César Franck así como de órgano en el Conservatorio de París. Cuando falleció Franck le sucedió Widor en el conservatorio y Vierne se convirtió pronto en su asistente. Su carrera recibió un empujón espectacular cuando en 1900 se convirtió en uno de los cuatro organistas titulares de la Catedral de Notre-Dame de París. También dio clases en la prestigiosa Schola Cantorum. Sus obras para órgano, especialmente sus sinfonías, eran de una factura tan perfecta que causaron el asombro de todos. De la segunda de ellas dijo Debussy: «La sinfonía del señor Vierne es verdaderamente destacable. Combina una rica musicalidad con ingeniosos descubrimientos en cuanto a las especiales sonoridades del órgano. J. S. Bach, padre de todos nosotros, se habría sentido complacido con ella».

No te traigo un fragmento de esta obra sino de otra igualmente destacable: su Sinfonía para órgano nº 1 en re menor, op. 14; concretamente su último movimiento. La obra fue compuesta entre 1898 y 1899 y es una obra ambiciosa en todos los sentidos, en imitación de sus mentores Franck y Widor. El movimiento que te traigo se ha convertido justamente en una obra popular de Vierne a pesar de que no está al alcance de cualquier organista. El propio compositor la llamó «mi Marsellesa» y luego hizo una versión para órgano y orquesta. Es una melodía imparable que está llevada por el pedal con un endiablado acompañamiento de los teclados. Requiere todo el potencial del instrumento y cuando la escuchas te deja casi sin aliento. La sinfonía completa está dedicada a Alexandre Guilmant, también famoso organista.

La partitura de la composición puedes conseguirla aquí (página 74).

La interpretación es de Daniel Cook al órgano Willis de la Catedral de Salisbury.

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