Salve, reina de los cielos



¡Feliz viernes! Hoy tenemos otro día festivo, en esta ocasión con contenido religioso. Como sabrás, hoy es la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen y por eso esta semana tenemos doble ración de música mariana (mañana habrá más). ¡Bien! La obra que te traigo hoy es de un maestro poco conocido que nos visita por primera vez. La obra, en cualquier caso, es soberbia, típicamente barroca, con esas sonoridades majestuosas a las que esta época musical nos tiene acostumbrados.

Te presento a Rupert Ignaz Mayr (1646-1712), compositor alemán nacido en Schärding. Era también un extraordinario violinista, lo cual se aprecia en sus composiciones, como la de hoy. Precisamente como violinista estaba trabajando en 1670 y, tras varios puestos terminó en la corte de Múnich en 1683. El príncipe elector apreció pronto su valía y talento y le envió a París a estudiar con Lully. A su vuelta ya era un gran compositor. En 1706 se trasladó a Freising y continuó escribiendo música religiosa y de cámara, así como pequeñas óperas. A pesar de todas las influencias, empezando por la francesa, la música de Mayr continuó siendo italiana e incluso aún permaneciendo en el siglo XVII en vez de mirando al XVIII. Kerll fue otro de los compositores que influyeron en sus obras, sobre todo en su música religiosa. En muchas de sus obras muestra una especial predilección por los cambios de ritmo, a los que saca el mayor partido. En cuanto a esas óperas que compuso, sobre todo para la escuela, vemos el paso de la influencia de Carissimi por ellas. Sin embargo, Mayr consiguió un estilo especialmente personal en su obra.

Mayr nos trae hoy su Ave Regina coelorum. Fue publicada en 1681 y está compuesta para alto, violín y bajo continuo. Que Mayr era un maestro del violín es algo evidente porque puedes ver cómo el papel protagonista de esta pieza lo ocupa dicho instrumento en vez de la voz humana. La pieza comienza con una extensa sinfonía en forma de preludio para violín y bajo continuo. Tras ella, la voz ocupa el primer lugar pero en imitación de los embellecimientos del violín. Ambos dialogan por no decir que compiten. Otro interludio a cargo del violín da paso a la siguiente estrofa de la antífona (la que empieza con «Gaude, Virgo gloriosa»). De nuevo la voz aparece imitando al instrumento. Termina la pieza con una especial alegría y emoción.

La interpretación es de Ida Aldrian (alto) y el Ensemble Castor.

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