La devoción por Mozart




¡Feliz martes! Ayer te proponía disfrutar de un dueto de Mozart y seguro que así fue porque la obra es una verdadera delicia. Te dije que íbamos a hacer un pequeño experimento pedagógico. ¡No te asustes! Al fin y al cabo solo se trata de seguir disfrutando de bella música, que es a lo que vamos. ¿Quién pudo fijarse en el Grande para obtener de sus manos otra maravilla? Pues otro Grande. ¿Te animas a descubrir tanta grandeza?

Si la de ayer nos la aportó Mozart, la de hoy es nada menos que de Ludwig van Beethoven (1770-1827), compositor alemán nacido el Bonn. Desde que Beethoven era pequeñito se propuso viajar a Viena para conocer a Mozart y, por qué no, recibir también sus lecciones. Cuando tenía dieciséis años vio cumplido su sueño gracias a su patrón, el conde Waldstein, quien incluso le escribió una carta de recomendación. Mozart le recibió sin ningún tipo de entusiasmo. Le pidió que tocase algo al piano y el alemán empezó con una obra del salzburgués que le urgió a tocar otra de cosecha propia. Lo hizo y Mozart dejó la sala y fue a otra contigua donde estaba su esposa con otros invitados y les dijo: "Prestad atención a este chico del que algún día el mundo hablará". Mozart accedió a tomar a Beethoven por discípulo pero este tuvo que volver urgentemente a Bonn sin cumplir esa otra parte de su sueño.

La fascinación que Beethoven sentía por Mozart le llevó a componer las Siete variaciones sobre 'Bei Männern, welche Liebe fühlen' de 'La flauta mágica' de Mozar, WoO46. La obra está escrita para chelo y piano (al igual que otra compuesta también homenajeando al de Salzburgo); data de 1801. Beethoven eligió dos instrumentos que pueden hablar en igualdad de condiciones. Comparando con el original, el piano toma el papel de Pamina y el chelo de Papageno. Beethoven consigue una obra de una textura casi transparente, en fuerte contraste con el tono menor del chelo en su registro grave. La música para piano es sencilla y emocionante. En la coda final el maestro se las apaña para terminar de forma brillante. Que Bethoven era una maestro entre maestro queda evidente con sus grandes sinfonías pero también con delicatessen como la de hoy.

La interpretación es la de Adrian Brendel (violonchelo) y Alfred Brendel (piano).

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