Los encantos del niño



¡Feliz viernes! Ahora que estamos de vacaciones (sí, lo sé, no todo el mundo) es posible que te apetezca escuchar alguna obra más larga de lo habitual. Si es así, prepárate porque hoy te traigo nada menos que una ópera completa. Ciertamente no será una de esas que duran muchas horas (pienso, por ejemplo, en Wagner), no, pero sí una igualmente grandes. Cuando veras cuál es el compositor de la pieza lo mismo te llama la atención porque no esperas una ópera salida de sus manos.



Se trata de Maurice Ravel (1875-1937), compositor francés nacido en Ciboure. Es uno de los maestros más influyentes de comienzos del siglo XX. Frecuentemente se le ha asociado a Debussy y el impresionismo pero es cierto que Ravel tenía interés por una gran variedad de estilos, como el barroco francés, Bach, Mozart, la música popular española, el jazz, etc. Su obra puede decirse que está alejada de cualquier categorización y es tremendamente lírica. No compuso abundantemente (comparado con otros contemporáneos) pero todo lo que hizo fue exquisito. El maestro era quizá el mejor orquestador de la historia de la música y compuso casi en todos los géneros, excepto el de la sinfonía y la música religiosa. Con respecto a la orquestación que he comentado, baste recordar su orquestación de los «Cuadros de una exposición» de Mussorgsky, que se ha hecho más famoso que el original. O si no su «Boléro». En manos de cualquier otro la obra sería vulgar y casi absurda pero él se encargó de que, con su arte combinando instrumentos, fuese una obra maestra.

Ninguna de esas obras te traigo hoy sino su ópera L'enfant et les sortilèges, esto es, «El niño y los sortilegios»; subtitulada por Ravel como fantasía lírica. Se trata de una ópera en un acto escrita entre 1917 y 1925 y estrenada ese año en Montecarlo. Tiene libreto de Colette. Trata de un niño de siete años a quien su madre regaña y este lo paga con todos los objetos que tiene a su alrededor. De pronto estos cobran vida y el niño asustado llama a su madre pero no obtiene respuesta. Una ardilla sale en su ayuda y las criaturas terminan perdonándole. Se trata de una composición atípica de Ravel, siendo su segunda ópera (la primera es «La hora española»). Escuchamos valses y ragtimes, arias tremendamente líricas y un obra genial en cuanto a orquestación. Todo ese mundo mágico venía como anillo al dedo del maestro, a quien la creatividad le salía por los poros.

La interpretación es de solistas y la Orquesta y el Coro de la Ópera Nacional de Lyon dirigidos por Louis Langrée.

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