La vara de Jesé ha florecido



¡Feliz sábado! Te deseo que el fin de semana que ahora empieza esté lleno de toda la felicidad posible. El compositor que te traigo hoy acude a nosotros de vez en cuando con su maravillosa música. Es cierto que cuando pensamos en él quizá no esperemos que sea capaz de componer pequeñas obras vocales ya que estamos acostumbrados a sus magnas sinfonías. Estas son como grandes catedrales pero, su música vocal es el tesoro más preciado dentro de ellas.

Ese visitando asiduo es Anton Bruckner (1824-1896), compositor austríaco nacido en Ansfelden. Aunque compuso una gran cantidad de música religiosa vocal es conocido por sus sinfonías: dos de tentativa, ocho completadas y la novena inconclusa. Sus primeros años de carrera profesional los dedicó a dirigir el coro de los monjes de Linz. Estudió composición y contrapunto por correspondencia y luego lo hizo oficialmente en el conservatorio de Viena. En 1865 tuvo la suerte de asistir al estreno de la ópera «Tristán e Isolda» de Wagner y desde entonces fue un devoto del alemán de forma que su música influyó en la del joven Bruckner, siendo sus grandes estructuras de inspiración wagneriana. Consiguió un puesto de profesor en el conservatorio donde estudió pero siempre su espíritu conservó un punto rústico que le daba chispa a su vida. Se cuenta la anécdota de que Bruckner estaba presente en un ensayo de su cuarta sinfonía a cargo de Hans Richter. Tras él, esperando el director que el maestro le felicitase, le dijo: «Anda, vaya y cómprese una cerveza».

Una de esas impresionantes obras corales es su motete Virga Jesse, WAB 52 (recuerda que WAB son las siglas de «Werkverzeichnis Anton Bruckner», es decir, «Catálogo de Anton Bruckner»). El maestro siempre tuvo en mente recuperar el canto gregoriano dentro de la polifonía, formando parte del llamado movimiento ceciliano. En 1885 compuso esta obra, con texto del profeta Isaías, y emparentando a Jesús con David. La obra es muy espectacular y está escrito en el estilo polifónico de Palestrina, aunque con momentos casi sinfónicos. Destaca en momento en que Brucker se enfrenta a las palabras «in se reconcilians imo sumis». La reconciliación la ve aquí el maestro como algo de extremos opuestos, tanto de tesituras como de dinámica. Termina bellamente el motete con una coda y unos aleluyas llenos de luminosidad..

La partitura de la pieza puedes descargarla aquí.

La interpretación es de Zürcher Sängerknaben.

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