Dialogar no es monologar María-José Peña: Yo, uno cualquiera, no quiero "dialogar" contra la ley que nos ampara a todos

No me preocupa el sentimiento nacionalista.  Sí me preocupan, en cambio, las acciones que el nacionalismo ejecuta en contra de la Ley, y, por tanto, en contra de todos los que estamos amparados por ella

María-José Peña leyendo, 2018-2019.

Maria Jose Peña
13 h · 

Ya veis, yo, que no soy nadie, algo quisiera decir.

No me preocupa el sentimiento nacionalista. Y no ejercería, si tuviera poder para ello, la menor medida contra él o para hacerlo desaparecer. Es suyo, de ellos, de quienes así lo sienten o han querido sentirlo o han sido inducidos a ello; que lo conserven en el fondo de su corazón o, si lo desean, en formol.

Sí me preocupan, en cambio, las acciones que el nacionalismo ejecuta en contra de la Ley, y, por tanto, en contra de todos los que estamos amparados por ella, ya sea tomar las calles o cubrir los espacios de todos de lacitos amarillos. Y, más que preocuparme, me indigna que esas acciones se cometan desde el poder autonómico que nos debe representar a todos. Y ello, porque en mi nombre se atreven a ir contra mí. Y ello, porque traicionan la lealtad debida al Estado del que forman parte y del que se nutren generosamente para su propia subsistencia personal y para asaltarlo desde la oficialidad. Y ello, porque practican un desafío al Estado y a sus Leyes que es intolerable y que ninguna democracia se puede permitir. Y ello, sobre todo, porque además de ir contra mí, contra la lealtad debida a las Leyes y contra el Estado mismo, van también contra la democracia que nos permite un pequeñito lugar en el sol de los derechos y de las obligaciones iguales de todos.

Así que a ese nacionalismo en el poder no le respeto. Y en la situación presente de conversaciones para un Pacto de Investidura tampoco le reconozco como interlocutor para la Mesa de Diálogo de la Cataluña en que me hallo; me declaro sometida por él. Nada tengo pues que hablar con él y nada tengo que pactar con él y, es más, no creo que haya ningún punto en el que pudiéramos encontrarnos. Por eso ni me considero representada por el mismo ni quiero ser representada por otros que juzguen que yo, los que son como yo, debiéramos tener algo que decir o reclamar en esa Mesa de Diálogo que encubre ambiciones de unos y voracidad de otros para, en esa alianza, acabar con cuanto soy y la Ley me garantiza: español, libre e igual a los demás españoles.

.No puedo ni quiero estar allí. Mis derechos son anteriores a sus imposiciones. Hay, pues, un impedimento que me veta ocupar sitio en esa Mesa de Diálogo en la que unos me privan de derechos y los otros lo consienten: la Ley. Esa que ya me ampara pero que no se cumple, esa cuyo cumplimiento reclamo

Porque, si se cumpliera la Ley y se acataran las Sentencias de los Tribunales, no se precisaría ni Mesa ni Diálogo; sobraría el diálogo con quien todo ello quebranta. Así que me niego a reclamar, representada por quien sea, el papel de un interlocutor más entre el grupo de aquellos que me asaltan y entre el grupo de aquellos que mi defensa ignoran. Mis derechos, hoy no reconocidos, están por encima de ellos; no los voy a rebajar poniéndolos en almoneda.

Algo más

Tenemos una sociedad plural y quebrada, lo sabemos. También sabemos quienes la quebraron. Pero así está hoy. Asumir que la realidad social esté quebrada nos habla de que los ciudadanos en Cataluña, privadamente, deberíamos intentar convivir en lo cotidiano de la manera más educada posible, al margen de los sentimientos de unos u otros. Pero…, siempre, unos y otros sometidos a la Ley que hoy no respetan los que desde el poder representan, forman, configuran y estimulan a la parte nacionalista. En ningún caso la llamada a la convivencia debe aceptar, como si se tratara de una desgracia venida del cielo, las imposiciones voluntarias e intencionadas que rebajan o suprimen las libertades y los derechos que desde este nacionalismo en el poder se nos impone. Y por amor a esa convivencia, tampoco se puede negociar menudamente su disminución.

Y todavía

Tampoco es legítimo dar participación en la vida pública a quien quiere acabar con la organización que tenemos de esa vida pública por un atajo distinto al camino previsto. Ni debería serlo darla a quien, por conservar un disminuido poder concedido por las urnas, está dispuesto a llamar a compartirlo a los que quieren destruir el de todos: la soberanía nacional. Pero ya sabemos la endeblez de que adolecemos y de cuán a menudo abrimos la puerta de casa a quien viene a incendiarla.

Por tanto, el Gobierno, o la pretensión de él que no se ajuste al estricto cumplimiento de la Ley o que aproveche las revueltas de la democracia para ir contra los amparados por ella, no debiera ser Gobierno. Ya hay propuestas para ello. Pero, si aun así, en su imperioso deseo de alcanzar el poder, esgrime como aval de tal derecho los insuficientes votos recogidos en urnas y busca compensar su insuficiencia con los apoyos parlamentarios que pudieran darle temporalmente los que ni a él respetarán, ¡que lo haga!. Ya sabemos que nuestra democracia no ha sabido resguardarse de los asaltadores de caminos, pero que no cuente con la bendición de mi modesta pero firme presencia de constitucionalista; uno, cualquiera. Que se entiendan ellos. Como sepan o puedan. O que no se entiendan, qué más da. A mí, un constitucionalista cualquiera, a muchos como yo, sólo nos cabrá esperar en el curso de los cuatro años próximos el inevitable desplome de lo que todos juntos somos. Y confiar en que tras ello, entre los escombros, hayan desaparecido los causantes del mal

De las cenizas puede que renazca la España que se ha querido o no ha importado destruir.

Fuente: María-José Peña: YO, UNO CUALQUIERA (Un constitucionalista catalán ante la Mesa de Negociación).

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