Realidad y ficción en el Quijote
Don Diego de Miranda, llamado repetidamente con cierta sorna, por el narrador y sobre todo por don Quijote, «El Caballero del Verde Gabán» nos plantea de forma muy concreta el problema de la relación entre ficción y realidad, ya que nos encontramos ante una homonimia completa entre un personaje de la ficción que estamos leyendo y un personaje real del entorno inmediato del Autor de la fábula.
Miranda: 8: [don Diego de Miranda: 8]
Miranda (doc. 930, del lat. tard. miranda 'mirador, atalaya'; del lat. miranda 'cosas dignas de admirar'): Topónimo frecuente, documentado ya en textos latinos de 880, por lo que usualmente se precisa con un segundo elemento determinativo; también es frecuente como apellido.
|| don Diego de Miranda: ¿Qué sucede cuando nos encontramos ante una homonimia completa entre un personaje de la ficción que estamos leyendo y un personaje real del entorno inmediato del Autor de la fábula? Normalmente intentamos dilucidar el sentido de una alusión tan directa, como lo hacemos pacientemente sin cesar, tanto en semántica como en pragmática, incluso con alusiones apenas esbozadas.
Por mucho que deseemos separar realidad y ficción, es innegable que toda ficción hunde sus raíces en la realidad de la que recibe su savia, aunque la mayor parte del tiempo las raíces se cubran cuidadosamente de tierra. Se pretende así poner más de relieve la prestancia de la planta literaria, la belleza de sus flores y la generosidad de sus frutos, aunque sin negar que su salud e incluso su existencia dependen de las raíces vitales que la nutren. El caso presente nos obliga a reflexionar sobre la relación que puede existir entre un personaje real, que compartió casa con Cervantes en Valladolid, en el momento de publicar el primer volumen del Quijote, en 1605, y el personaje don Diego de Miranda del segundo volumen, llamado repetidamente por el narrador y sobre todo por don Quijote con cierta sorna «El Caballero del Verde Gabán».
En las Averiguaciones sobre las heridas que se dieron a Gaspar de Ezpeleta delante de la casa de Cervantes en Valladolid, aparece un don Diego de Miranda, que compartía casa con la familia Cervantes en el momento de este oscuro suceso. No sabemos si don Diego de Miranda era amigo de Miguel, pero nos consta por este documento que fue llevado a la cárcel con doña Mariana Rodríguez, al mismo tiempo que toda la familia de Cervantes, tras haber sido acusada esta señora de vivir amancebada con él.
El mismo tipo de acusación pesaba sobre Isabel, la hija de Cervantes, siendo su pareja Simón Méndez, portugués.
No hay acusación precisa ni contra Miguel de Cervantes ni contra los otros miembros de su familia, aunque la deposición de la testigo Isabel de Ayala hace pensar que se intentó hacerlos responsables del hecho de haber permitido que en su casa y en los alrededores de su casa hubiera demasiado movimiento de hombres, que parecía obedecer a motivos pasionales que implicaban a mujeres de la casa.
Un lector de hoy tiene la impresión, al leer estos documentos, que se hizo responsable a Miguel de Cervantes de su proverbial tolerancia, por no haber practicado inquisición con los visitantes de la casa de vecinos en que vivía más que modestamente: «[Página II, 506] en este quarto donde el dicho Miguel de Cervantes y su hija, hermanas y sobrina viven, hay algunas conversaciones de gentes, que entran en ella de noche y de día algunos cavalleros que esta testigo no conoce, mas de que en ello hay escándalo e murmuración; y especialmente entra un Simón Méndez, portugués, que es público e notorio que está amancebado con la dicha doña Isabel, hija del dicho Miguel de Cervantes; y esta testigo se lo ha reprendido muchas veces al dicho Simón Méndez, aunque él decía que no entraba sino por buena amistad que tenía en la dicha casa; y sabe esta testigo, por lo haber oído decir públicamente, que dicho Simón Méndez la había dado un faldellín que le había costado mas de ducientos ducados; y que en el quarto alto, arriba de la taberna, vive doña Mariana Ramírez, la qual es público e notorio que está amancebada con don Diego de Miranda, e dicen que se quiere casar con ella, y que sobre esto han estado presos, y después acá todavía se tratan… Vistas estas averiguaciones por el señor Alcalde Cristoval de Villarroel, mandó se prendan e lleven a la cartel real de esta corte a Miguel de Cervantes e [Página II, 508] doña Isabel, su hija, e doña Andrea y doña Costanza, su hija, e Simón Méndez, y doña Juana Gaitas [Gaitán], doña María de Argomedo y su hermana y sobrina, y doña Mariana Ramirez e don Diego de Miranda; ansí lo proveyó e mandó. - Ante mi Fernando de Velasco.», 10 Documentos notariales de 1605, publicados por Cristobal Pérez Pastor, Fortanet, Madrid, 1897-1902.
Cervantes se sirve en el Quijote del homónimo perfecto de este personaje para oponer dos formas de vida, la del Caballero Andante, impulsada por la locura de un hidalgo, lector insaciable de libros de caballerías, que quiere convertirse en protagonista de uno de ellos, y la del Caballero del Verde Gabán, regida por la cordura de otro hidalgo que nunca lee ni quiere leer libros de caballerías: «los de caballerías aun no han entrado por los umbrales de mis puertas», II.16.24.
Es sintomático que el nombre de don Diego de Miranda, además de que fuera empleado como hipocorístico de Santiago 'caballero cristiano español por antonomasia', Cov. 470.b.40, pueda ser interpretado por un amante de la onomástica como 'instruido', del gr. *dídakhos, (nótese que en catalán se dice Dídac y en vascuense Didaka), y el apellido como 'cosa digna de admiración', del lat. miranda.
Contraste muy cervantino: «Hermoso don Diego. • Dicho kon desdén kontra presunzión u otra kosa.», Corr. 764.b.
Sin revelar directamente el sentido de este enfrentamiento entre un loco y un cuerdo, que a nuestro entender constituye un paso en una construcción compositiva de gran alcance, cuya clave de bóveda es la conversión de don Quijote, parece evidente que en la segunda parte de su obra Cervantes contrasta cordura y locura, como en la primera parte contrastara la locura caballeresca de don Quijote con la locura amorosa de Cardenio.
La prosopografía nos presenta al Caballero del Verde Gabán como indisociable de su caballería, aunque nos lo hace ver más como un caballero de corte o como un simple jinete de lujo que como un caballero andante:
«En estas razones estaban cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo, y de la jineta, asimismo de morado y verde. Traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde: tan tersas y bruñidas, que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro.», II.16.10.
«La peculiaridad [de este verde generalizado en quien no va de cacería] es harto más notable, dado lo sobrio del traje masculino español, reducido en aquellos días a colores muy oscuros y al negro impuesto por el atuendo más habitual de Felipe II… esa indumentaria que le da su titulación novelística ha de ser por fuerza un elemento funcional, y decirnos algo oportuno acerca del personaje (® verde ® conde estranjero ).
El traje de don Diego había de asumir para los contemporáneos algún sentido claro de descifrar y éste no se hallaba, en efecto, demasiado lejos. La ropa de colorines era también distintiva del «loco» o de quien deseaba ser tenido por tal.», FMV, p. 220.
De esta manera don Diego de Miranda quedaría señalado si no claramente como un loco al igual que don Quijote, sí como «un cuerdo de atar». «Lo importante así es que, a través del gabán verde, el lector de la época podía captar de inmediato la paradoja característica de un personaje que, aparentando ser un dechado de cordura, suscita más de una reserva y por algo aparece vestido de «loco» oficial… Aunque no se trate de un bufón al uso, el hilarante ropaje del Verde Gabán está justificado por todos conceptos: don Diego también ha sido concebido para hacer reír.», FMV, p. 224-225 & 226.
En su retrato, la etopeya tiene más importancia que la prosopografía, y esto hasta tal punto, que más de un crítico ha pensado que se trata de darnos la etopeya de un prototipo que se quiere contrastar con el prototipo encarnado en don Quijote. En efecto, no ha podido evadirse la cuestión de cuál sea la actitud de Cervantes ante la escena en que pone a don Quijote (¿se pone a sí mismo?) en presencia de don Diego de Miranda, llamado en el epígrafe del capítulo II.16 «discreto caballero de la Mancha», por tratarse de un personaje novelesco cuidadosamente dibujado como si se tratara del hidalgo bueno por antonomasia. ¿No se trataría de presentar a un Alonso Quijano que no hubiera caído en la tentación que induce la lectura de los libros de caballerías?
Según la etopeya que se nos da de él, este hidalgo es rico; amante de la familia y de los amigos, con quienes gusta comer, invitándolos con frecuencia y no escasamente; es cazador y pescador, pero sin riesgos personales; es lector, porque aprecia el buen lenguaje y la invención, pero no de libros de caballerías; es enemigo de la murmuración; es de misa diaria (don Quijote nunca va a misa); es generoso con los pobres, pero sin vanagloria; es pacificador; es, en fin, devoto de la Virgen y confiado en la misericordia infinita de Dios:
«don Quijote le rogó le dijese quién era, pues el le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del verde gabán:
—Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda. Paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca; pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aun no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia infinita de Dios nuestro Señor.», II.16 § 23-24.
Según Bataillon, lo expresado en esta escena como ideal de piedad laica deriva de doctrinas erasmistas (FMV hablará de «encarnación perfecta de la teoría y la práctica (ética y moral) del epicureísmo cristiano»), pero no hay que olvidar el mensaje final de toda la obra, que está presente en el ápice de su bóveda como la clave que la sostiene toda: «—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno.», II.74.9. Tampoco conviene olvidar que, contrariamente a lo que sucede con Sansón Carrasco, «No había aún llegado a su noticia la primera parte de su historia; que si la hubiera leído, cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura», II.17.61.
«Don Quijote y don Diego encarnan así el más absoluto conflicto axiológico. Caballeros, cincuentones y manchegos ambos, pero el uno andante y el otro estante. Célibe en lugar de padre de familia. Cazador esforzado y no irrisorio manipulador de animalillos. Patrimonio empeñado, en vez de hacienda próspera. Hermosa yegua tordilla junto al flaco y cansino Rocinante. Ansias de gloria contrastadas con el paladeo de la existencia anónima. Para remate, la elegancia del muelle y verde gabán junto a las ascéticas y herrumbrosas armas de don Quijote… Dos buenos manchegos, los dos hidalgos aldeanos y los dos cincuentones: brotes de una misma cepa geográfica, sociológica y generacional. Al mismo tiempo, dos vidas que marchan en sentido paralelo y contrario, por lo cual no pueden chocar ni cruzarse. Pero que, paradójicamente, se hermanan después en no ser como son por efecto de azares ni determinismos, sino a resultas de la misma voluntad, tensa y sin compromiso, de ser de aquella manera y no de ninguna otra… Si don Quijote cree que puede ser caballero andante, don Diego cree que puede ser feliz por una vía puramente racional… don Diego confía en el poder de la razón con más temeridad que don Quijote en el amparo de su celada.», FMV, p. 153-154 & 159 & 205.
Paradijismo: «La proximidad de don Diego no hace sino sacar a flote la sabia y cristiana sencillez del caballero andante, mientras que el Verde Gabán muestra ante don Quijote, no sólo sus errores y limitaciones humanas, sino el fondo irracional de su desesperado abrazo con la razón pura (o con una modalidad de la razón pura práctica, como sería preciso decir con terminología kantiana). Ambos caballeros terminan así por intercambiar sus papeles y el «loco» por dar al «cuerdo» sus preciadas lecciones [Don Quijote acomete contra la cultura eminentemente «sanchesca» de don Diego, p. 194]. Estamos ante la paradoja del tipo «mundo al revés», uno de los más usuales y fáciles de reconocer… La paradoja es como un reloj de arena, cuyo funcionamiento obliga a una serie de infinitas inversiones.», FMV, p. 214-215 & 217.
Ruptura del arquetipo literario: «El Verde Gabán no es, una vez más, sino el personaje típicamente «cervantino», moldeado por el afán de vivirse en pleno dominio de su libertad, de fabricarse un cauce vital sin rodeo ni compromiso de ninguna especie. El personaje de ficción había vivido hasta entonces amarrado al duro banco del género respectivo. El héroe del libro de caballerías nacía para sus aventuras, el de las novelas sentimentales y pastoriles para el amor en sus variantes cortés o petrarquista, el de la bizantina para ser un corcho llevado y traído por la errabundez náufraga y el de la picaresca (en grado extremo e irritante) para predicar el ejemplo negativo de sus malas mañas. La gran innovación cervantina consiste en poner en libertad al personaje, que libre de todo determinismo vive sin depender de la ulterioridad de ningún para, o en todo caso vive nada más que para ser él mismo y deleitarnos con el despliegue, siempre renovado, del carácter individual… Existen individuos y no categorías: la novela ha de seguir el camino del realismo en la encrucijada de los universales, y ninguna mejor comprobación que lo sucedido entre los dos caballeros manchegos.», FMV, 202-203 & 217.
Al igual que don Quijote, todo personaje cervantino puede proclamar: «—Yo sé quién soy…, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama», I.5.13.
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Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, 2005-2006.