El nuevo Papa

El DNI del nuevo Papa

Antonio Montero, el entrañable Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, nos procura con su inconfundible estilo una imagen real del nuevo Papa, que confirma las previsiones optimistas del cardenal jesuita Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán, al explicar el motivo por el que se convirtió en el gran elector de Joseph Ratzinger, después de que se le considerase el representante de los progresistas y antagonista del cardenal alemán. Para Antonio Montero, incansable servidor de la palabra que enardece la esperanza, el nuevo Papa aparece ante la humanidad, que lo observa atenta y esperanzadamente, como el Papa de la palabra verdadera sobre el mundo, sobre el hombre y sobre Dios. Por sus gestos en Colonia cabe añadir que quiere serlo de la palabra reconciliadora ecuménica.

He aquí, resumidas, las previsiones de Carlo Maria Martini :

Estoy seguro de que Benedicto XVI nos reserva sorpresas en relación con los estereotipos que se le han aplicado de forma un poco superficial.
Ante todo, porque siempre ha sido un hombre de gran humanidad, cortesía y gentileza, dispuesto a escuchar opiniones distintas a la suya.

La segunda razón por la que debemos esperar sorpresas es que, como pude experimentar al pasar de la enseñanza a las responsabilidades pastorales, a un pastor le está constantemente reeducando su pueblo. Comparte todas sus angustias, sufrimientos, deseos y expectativas. Estoy convencido de que la gran responsabilidad que pesa sobre los hombros del nuevo Papa hará que sea cada vez más sensible a todos los problemas que perturban tanto a creyentes como a no creyentes, y eso nos abrirá, a nosotros y a él, unos caminos insólitos.
Como dice la primera carta a Timoteo, «la caridad mana de un corazón puro, una buena conciencia y una fe sincera». Y el nuevo Papa tiene estas tres fuentes de la caridad. Por otro lado, el culto a la competencia es natural en él por su formación de profesor alemán, que exige la información más amplia y sólida sobre cualquier tema que se vaya a abordar.

Más que una elección de transición, es el deseo de tener, después de un pontificado largo, otro un poco más breve. Esta regla también se observó en el pasado.

Estoy seguro de que el nuevo Papa no va a ser rígido, sino que escuchará y reflexionará con libertad de sentimiento y apertura de mente. Por supuesto, como a todos nosotros, le preocupa el peligro de diluir el evangelio. Todos queremos un evangelio fuerte y valiente que, precisamente por serlo, no debería temer a lo nuevo.




Ratzinger Benedicto, su DNI
por Antonio MONTERO MORENO,
Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz



... El Papa ha advertido desde Colonia a los católicos del mundo que no se dejen atrapar por los señuelos de una religión de consumo, de una fe y una moral a la carta, creándose cada cual para sí mismo un Dios a su imagen y semejanza...

LA hora de la verdad. Ya ha superado con nota su Santidad Benedicto XVI la prueba de fuego, el baño de multitudes, el estreno de liderazgo mundial, en la grandiosa explanada de Marienfeld (campo de María, preciosa metáfora), a unos treinta kilómetros de Colonia. El nuevo Papa alemán, en su esbelta dignidad, en su delicada sencillez, ha sido la estrella polar de la XX Jornada Mundial de la Juventud, convocada, como las diecinueve anteriores, por su predecesor el Papa Wojtyla.

Nadie podía eludir el parangón y el reto. Ni siquiera una voz tan autorizada, como la del portavoz pontificio, Joaquín Navarro Valls, evitó el comentario: «Juan Pablo II se expresaba a través de los gestos y Benedicto XVI prefiere las palabras. Este será un pontificado de conceptos y de palabras». «La palabra es la obra maestra para la educación de la mente», acaba de decirles éste a los musulmanes. Y fue el propio Ratzinger quien quiso que su lema episcopal, y luego pontificio, se cifrara en dos vocabos, de la tercera Carta de San Juan: Colaborador de la verdad. ¿Cómo no iba a laborar también por ella el Papa Juan Pablo, y cómo no la va a pregonar con fuerza el Papa Benedicto? Carismas complementarios. Quizá por eso mismo, en la balanza lúdica entre los dos colosos, me ha parecido tan certera la pancarta juvenil, en la explanada de Marienfeld, portada por dos chicos españoles: Benedicto es Juan Pablo.

Es cierto que, en la gran pradera de Renania no se ha registrado la conmoción electrizante, el estruendo entrañable entre los jóvenes y Juan Pablo II, con aires casi rockeros; ni la increíble apoteosis, de entusiasmo, de cariño y de fe. Pero sí se ha respirado una brisa refrescante, algo así como un efluvio de cercanía y de amistad, entre la palabra sustanciosa y convincente, penetrante y diáfana, del viejo y joven Pastor de Roma, y el corazón abierto de un millón de muchachos, que le han aplaudido a rabiar.


Este va a ser, hemos dicho, el Papa de la Palabra. Lo acreditan sus treinta libros teológicos, espirituales y culturales, su docencia de un cuarto de siglo en cinco Universidades, su voz incansable y frágil de conferenciante en tribunas de varios continentes. Al par que el timbre religioso de su predicación homilética, que resuena en el alma de quienes lo escuchan.


En Colonia, el Papa Ratzinger ha hecho de las suyas. Rememorando escenas del Jordán y del mar de Galilea, recorrió, como es sabido, varios kilómetros en la cubierta del barco Rhin Energie, acompañado a bordo por una pequeña representación intercontinental de chicos y chicas, flanqueado, a orillas del río, por apretadas filas de compañeros, que vitoreaban a su paso y a los que el Santo Padre se dirigía en breves alocuciones, ya escritas ya improvisadas.

Antes de saltar a tierra, dirigiéndose a la masa juvenil concentrada ante el embarcadero, les habló con visible emoción y dijo entre otras cosas: «Estoy seguro de recibir algo de los jóvenes, sobre todo de su entusiasmo, y de su sensibilidad para asumir los desafíos del futuro». El tronco del encuentro Papa-juventud tendría lugar después en la gran Vigilia de oración de Marienfeld, donde les dijo sin tapujos que la palabra libertad no quiere decir, sin más, gozar de la vida, sentirse absolutamente autónomos, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos verdaderos y buenos.


«Poned, añadió, vuestra libertad personal al servicio del bien. Quien ha descubierto a Cristo debe llevarlo a otros... La felicidad que buscáis y que tenéis derecho a saborear, tiene un rostro, el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Estos encuentros mundiales pueden llevar, les ha recordado, e invitado sutilmente, a opciones maduras de vida matrimonial, religiosa y misionera».

Superando el marco restrictivo de los jóvenes, el Papa ha advertido desde Colonia a los católicos del mundo que no se dejen atrapar por los señuelos de una religión de consumo, de una fe y una moral a la carta, creándose cada cual para sí mismo un Dios a su imagen y semejanza. Y, en un horizonte más doméstico y esperanzado, ha hecho referencia al fenómeno eclesial de las nuevas Comunidades «cuya espontaneidad es importante, pero que es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los Obispos».

Saltando a la arena mundial, el nuevo Papa ha celebrado sendos encuentros de suma relevancia con los responsables más calificados del pueblo judío y del mundo musulmán en Alemania. La actualidad candente de estos temas ha colocado a Benedicto XVI en el punto de mira de la opinión pública mundial. Es ahí, pienso, donde el Papa alemán ha dado la talla, con los mejores resortes de su talento, sabiduría y estatura moral.


Acogido cálidamente por el Rabino Tietelbaum, el Papa visitó la Sinagoga de Colonia, escenario de los momentos más lúgubres del exterminio nazi. Calificó el sistema alemán de la época como ideología racista y demencial. Un neopaganismo siniestro, que constituyó el momento más oscuro de la historia alemana y europea. Recordó asimismo la condena por el Vaticano II de toda discriminación por motivos de raza, color o religión y manifestó su rechazo de los nuevos brotes de antisemitismo que asoman ahora dentro y fuera de Alemania. Asumió, finalmente, el compromiso de seguir fomentando los encuentros de cristianos y judíos y cerró su discurso con esta hermosa afirmación: «Quién encuentra a Jesucristo se encuentra con el judaísmo».

Al día siguiente, sábado, fue el mismo Pontífice quién ofició de anfitrión, recibiendo en el arzobispado al presidente de la Unión Turco-Islámica, Rivan Fakir, acompañado de treinta dirigentes musulmanes de Alemania. Un encuentro respetuoso, cordial y abierto a nuevos contactos, que dio pie al Pontífice para pronunciarse con firmeza contra cualquier implicación religiosa del terrorismo mundial: «El terrorismo, dijo, de cualquier matriz es una opción perversa y cruel...». «Si logramos juntos extirpar el terror de los corazones, contrarrestaremos toda intolerancia, nos opondremos a cualquier tipo de violencia y frenaremos la ola de cruel fanatismo que pone en peligro la vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo». Refirióse después a la labor de los imanes en la educación de la juventud islámica, e hizo especial hincapié en que, «cristianos y musulmanes hemos de afrontar los numerosos retos que nuestro tiempo nos plantea».


Desde su elección pontificia, y ahora desde Colonia (gloriosa ciudad medieval donde enseñara San Alberto Magno, teniendo por alumno a Tomás de Aquino), ha ido en auge mi interés por la figura intelectual y por el perfil humano de Joseph Ratzinger: ambiente familiar, infancia y adolescencia, vocación sacerdotal, estudios teológicos superiores, profesorado universitario, arzobispo de Múnich, Prefecto de la Congregación de la fe. La historia conmovedora de un ser predestinado, por la naturaleza y por la gracia, para los altos designios de Dios. Su inteligencia superior y su transparencia de alma le llevaron a hacer de la verdad, con y sin mayúsculas, la dama de sus sueños.


Acaso con mayor precisión que la de Papa del pensamiento y la palabra, tendríamos que pensar en Benedicto XVI como el Papa de la verdad: sobre el mundo, sobre el hombre y sobre Dios; sobre la centralidad de Cristo, sobre el Evangelio como espejo moral y sobre la Iglesia, regazo de nuestra fe y servidora de la humanidad.


El singular periplo humano, intelectual, religioso y pastoral de Joseph Ratzinger ha girado sobre esos goznes. Puesto él ahora providencialmente como luz sobre el monte, podrá ejercer su ministerio petrino con un programa operativo en esas claves, realizando la verdad en el amor.
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