Mi homenaje cordial al inolvidable Francisco Rodríguez Adrados: 1. Obituario: 2. Su previsión de la política actual

Francisco Rodríguez Adrados: « La situación de las fuerzas políticas ha variado completamente.Esto es el resultado de la aproximación de socialistas y las fuerzas del centro y derecha, que existe aunque los protagonistas sean reluctantes a reconocerlo. »

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1.Muere Francisco Rodríguez Adrados, filólogo clásico y miembro de la RAE

Fallecido a los 98 años, fue premio Nacional de las Letras y un defensor del valor del latín y el griego y de su permanencia en la enseñanza

Francisco Rodríguez Adrados con el sexto tomo del Diccionario griego- español, cuya edición dirigía, en 2010.

Francisco Rodríguez Adrados con el sexto tomo del Diccionario griego- español, cuya edición dirigía, en 2010.

Madrid - 21 jul 2020 - 12:32Actualizado:21 JUL 2020 - 17:58 CEST

En un país en el que la enseñanza de las humanidades está en claro retroceso, el fallecimiento a los 98 años, este martes en un hospital de Madrid, de un sabio como Francisco Rodríguez Adrados, helenista y miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia, debería ser una señal de que los conocimientos del mundo clásico, y los valores que han transmitido, no deberían ser apartados como un trasto viejo. Ahora que en los institutos y universidades se potencia la enseñanza de la tecnología, palabra procedente del griego, como el 90% del lenguaje científico, Rodríguez Adrados fue “un resistente”, según sus propias palabras, contra los planes de estudios que orillan el latín y el griego. Una inercia contra la que ya batallaba hace más de 40 años, como demuestran artículos publicados en EL PAÍS en 1977.

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Nacido en 1922 en Salamanca, donde se licenció en filología clásica en 1944, el profesor Adrados, como era conocido, fue catedrático en la Universidad de Barcelona (1951) y en la Complutense madrileña (1952), de la que luego fue catedrático emérito de Filología Griega. Hombre de una curiosidad monumental, deja, gracias a su larga vida, una amplísima obra, más de treinta títulos sobre lingüística indoeuropea, griega e india, además de una labor como editor y traductor de clásicos griegos y sánscritos. Méritos sobrados para que fuera considerado “una referencia mundial en su campo”, como ha declarado el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado.

Entre las tareas titánicas por las que merecerá ser recordado Rodríguez Adrados destaca el Diccionario Griego-Español, obra canónica que coordinó desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Él fue también el responsable de que este organismo, en 1973, continuara la Colección Alma Mater, para la difusión de autores griegos y latinos, que ha publicado más de un centenar de volúmenes y es única en España por sus ediciones bilingües, de Hesíodo a San Agustín, de Jenofonte a Apuleyo.

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Otra plataforma en su batalla por lo grecorromano fue como uno de los fundadores, en 1954, de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, que luego presidió. Una sociedad científica que defiende el mundo clásico y si se entera, por ejemplo, de que un instituto va a reducir las horas de latín, acude a intentar evitarlo. Su presidente, Jesús de la Villa, asegura que “no hay nadie en España que haya escrito más sobre el mundo clásico que Adrados, ni nadie que haya peleado tanto a favor de los estudios clásicos en la enseñanza”. “Tocó muchos campos, era un hombre muy trabajador, incansable, que además de todos sus proyectos seguía escribiendo”.

Adrados formó una familia numerosa, también en lo académico, con numerosos discípulos, como Carlos García Gual y Alberto Bernabé. De la Villa lo recuerda como un hombre “muy despierto, a veces duro, muy exigente, pero que cuidaba de sus discípulos”. De carácter afable, le gustaba contar las muchas anécdotas que coleccionaba de sus viajes por medio mundo en busca de lo clásico. De la Villa añade que le preguntó una vez cómo definía su personalidad y Adrados le respondió: “Me caracteriza la curiosidad y el deseo de relacionar unos campos con otros”. Un ansia por conocer que le llevaba, ya octogenario, a trepar por unas ruinas en Camboya. Mucho antes había viajado por primera vez a su amada Grecia, en 1953 (“los griegos inventaron al individuo humano”, decía).

Con su muerte, se va uno de los académicos más veteranos de la RAE, donde ocupaba la silla d. Ingresó en la institución el 28 de abril de 1991, con el discurso Alabanza y vituperio de la lengua. Le respondió en nombre de la academia Emilio Alarcos, que lo definió como una persona de “una sabiduría insaciable”. Mientras que en la Academia de la Historia lo hizo en 2004. A ambas acudía, mientras pudo, a sus plenos, los jueves y viernes.

La directora de la RAH, Carmen Iglesias, con quien compartió tareas en ambas academias, señala que “para sus numerosos discípulos y lectores, fue un maestro en el sentido más profundo del término, alguien que supo combinar el rigor de la investigación con la alegría de saber transmitir sus intensos y extensos conocimientos, alguien capaz de promover el entusiasmo del saber en los otros”. De su talante subraya que, ”como persona libre, no temió nunca romper con estereotipos, políticamente correctos, sin importar su procedencia o su riesgo”.

Entre las numerosas distinciones que recibió, sobresalen el premio Nacional de Traducción, en 2005, una labor que había empezado en los años cuarenta con Aristófanes, (“hay que arrimarse al original lo más posible”). Y en 2012 el Nacional de las Letras. El jurado alabó entonces del filólogo “sus rigurosos ensayos literarios sobre la tragedia, la fábula y otros géneros de raíz helénica”. Pero también quiso llevar su conocimiento de las civilizaciones y lenguas clásicas como articulista en la prensa, en la que abordó la cuestión educativa. Por ello ganó el premio González-Ruano de Periodismo, en 2004. Diez años después recogió en dos volúmenes una selección de los cientos de artículos publicados en la prensa española: De Historia, Política y Sociedad, y De lengua española, humanidades y enseñanza. Títulos que se sumaban en su larga bibliografía a otros como Lingüística indoeuropea (1975), El mundo de la lírica griega (1981), Historia de la lengua griega (1999) y Homo sapiens, Grecia antigua y mundo moderno (2006).

En 2012 publicó El río de la literatura, “una obra de pensamiento”, dijo a este periódico, cuyo subtítulo reflejaba la ambición y energía de un hombre que ya había cumplido 90 años: De Sumeria y Homero a Shakespeare y Cervantes. Ese “río” al que se refería era lo que consideraba el “núcleo central” de la literatura universal: Egipto, Oriente próximo, Grecia, Roma, la Edad Media europea y las literaturas europeas y americanas modernas.

En esa misma entrevista advertía de que los medios electrónicos estaban acostumbrándonos “a mensajes pequeños, más concentrados, tal vez más frívolos”, en especial por el influjo de la televisión y, aunque su naturaleza luchadora le impedía ponerse cenizo con la cuestión, avisó que esos nuevos medios de comunicación estaban arrinconando a la literatura, que tenía demasiados competidores. Del profesor Adrados queda su batallar de décadas por las humanidades. El día que el latín y el griego desaparezcan por completo de las aulas será, como él decía, “igual que quitarle las raíces a una planta”.

Manuel Morales

2.La situación de las fuerzas políticas ha variado completamente.

Francisco Rodríguez Adrados con el sexto tomo del Diccionario griego- español, cuya edición dirigía, en 2010.

2.Y es que la situación de las fuerzas políticas ha variado completamente.

Esto es el resultado de la aproximación de los socialistas y las fuerzas del centro y derecha, que existe aunque los protagonistas sean reluctantes a reconocerlo.

La fractura está ahora entre los socialistas, de un lado, y un grupo en que entran los sindicatos y los comunistas y gente de izquierda agrupados con ellos en Izquierda Unida.

A veces hay en ella y en un ala del Partido Socialista deseos de contraer alianza: esto no ha cristalizado hasta ahora. La experiencia del Frente Popular es un recuerdo que a pocos atrae. Y quedan los grupos marginales que defienden causas particulares que a veces acoge el PSOE, a cambio de que griten a su favor.

Aquí sí que hay una diferencia ideológica en torno al papel del Estado, que ellos querrían ampliar en beneficio de las masas populares, lo que los demás consideran irrealista y pernicioso a la larga. Pero es una fractura civilizada, aunque haya erupciones de tiempo en tiempo.

Desde el punto de vista electoral, toda esa izquierda, de las elecciones de 1977 a las de 1996, reúne en torno al diez por ciento de los votos. Y no logra recuperar su papel de guía de toda la izquierda.

Es muy diferente, de otra parte, de la izquierda de los años treinta: ni en España ni en el mundo ha pasado el tiempo en vano. Desde todos estos puntos de vista, qué duda cabe de que en España ha habido un progreso. Nada de incendios de iglesias, de ocupaciones de fábricas, de huelgas políticas (con las excepciones mencionadas), de asesinatos en las calles (ETA, el GAL y el GRAPO exceptuados). El ambiente polarizado de los años treinta ha quedado muy lejos.

Son inconcebibles hoy las presiones y amenazas, el clima de guerra en torno a las elecciones; y la amenaza de no aceptarlas e incluso el rechazo efectivo y la revolución contra ellas. Esto sucedió hace no tanto en nuestro país.

Hoy se vota en paz y libertad, con contadas excepciones. Porque están, por debajo de las elecciones y la Constitución, los acuerdos tácitos que hicieron todo esto posible. Un rebajar el recuerdo y olvidar ciertos temas. Una aceptación de la monarquía, de las autonomías, del liberalismo democrático, del estado social; un rebajamiento del papel de la Iglesia y el ejército, prohibiéndose también la acción frontal contra ellos; una aceptación del derecho de propiedad (con alguna excepción, como la confiscación de Rumasa). También una cierta ampliación de los márgenes de la legalidad, un cierto cerrar los ojos ante el pequeño delito y ante toda clase de actitudes marginales, una cierta minimización de la idea de España, que ahora llaman «el Estado español». Un cierto populismo a veces más de palabras y actitudes que de otra cosa.

Dejo ahora fuera de consideración los desarrollos más recientes, tras el año 2004. 4.7.2. Los partidos del centro y los grandes problemas nacionales

Hay que decir que estos grandes problemas son, en buena medida, los de todas las democracias desarrolladas; y que su solución buena o menos buena y el papel ante ellos de los partidos, no difieren sustancialmente de lo que ocurre en otros países de Europa. Así, los problemas derivados del Estado-providencia y de la educación. Hablaré de ellos en el próximo capítulo.

De todas maneras, conviene echar la vista atrás y repescar algunos de los grandes problemas divisivos de la Segunda República (ya desde fecha anterior), para ver cómo han evolucionado.

Mi conclusión anticipada podría ser que varios de ellos han sido, al menos, atenuados. El problema territorial, a ratos hibernado o aparcado, a ratos explosivo, es, pienso, la principal asignatura pendiente. Volveré sobre ella.

Los problemas principales eran, dejando éste de lado por el momento, el religioso, el militar y el social. Solucionado el problema entre monarquía y república, quedaban pendientes estos otros. Y, todavía, otros más o menos emparentados: la opción entre liberalismo y socialismo económico, la posición en el campo internacional, los límites de la libertad y del imperio de la ley.

A que hubiera posibilidades de acercamiento entre los partidos (entre todos, a veces; entre los del centro, otras) contribuyó, ciertamente, el desplazamiento del partido comunista y del socialista, que ya he mencionado; también, la gradual pérdida de significado de la derecha más tradicional.

Un cambio general de costumbres, una apertura liberal nos ha afectado a todos. El Partido Socialista comenzó su andadura en los nuevos tiempos como un partido radical de izquierdas. Así en el congreso de Suresnes en 1974, el que trajo el poder de Felipe González y su grupo juvenil del interior frente a los socialistas históricos de Llopis; luego absorbieron, como se sabe, al partido de Tierno, más doctrinario.

Todavía propugnaban los socialistas, entre mil cosas, la nacionalización de la Banca y el enfrentamiento con Estados Unidos y con Marruecos.

Sólo en su congreso de 1976 renunció el PSOE al marxismo (los alemanes, sus mentores, lo habían hecho en 1959). Los nuevos jefes del PSOE, jóvenes estudiantes violentamente antifranquistas y cuya experiencia política no había pasado, las más de las veces, de haber corrido delante de los guardias, lo ignoraban casi todo.687 Para ellos, bastaba hacer lo contrario de Franco.

Poco a poco vieron que ciertas cosas eran imposibles: fracasaban las nacionalizaciones y el colectivismo, la alianza con Estados Unidos era necesaria.

Hubieron de tragarse sus prejuicios contra la OTAN: ¡un socialista llegó a Secretario General de la misma! Lo único que quedaba era humanizar el capitalismo que invadía el mundo, incluidas las vidas privadas.

Los socialistas aceptaron la economía mixta, más tarde hasta las privatizaciones. Fueron cambiando, ellos y los demás llamados «progres», sus atuendos revolucionarios por otros más conservadores, cambiaron sus vidas, cambiaron sus ideas. Aceptaron el alegre consumo capitalista, algunos se corrompieron.

Se ha hablado de derechización: se trata, más bien, de una aceptación de la realidad, sin intentar cambiarla de frente, sólo gradualmente en el sentido de la igualdad y la solidaridad.

En realidad, en algunas actitudes el Partido Comunista se les adelantó, aunque, fuera del poder, siguió estando más avanzado en lo social.

Las derechas también habían evolucionado. Habían aceptado algún grado de intervencionismo social (ya desde Franco), ponían menos énfasis en lo religioso y aun en lo militar; aceptaban de mejor o peor grado la reforma autonómica.

En realidad, cuando se dice que el PSOE no está tan lejos de los partidos del centro y derecha, se dice una verdad que los interesados intentan disimular. Temas personalistas, más que los doctrinarios, dominaron, en las elecciones de 1996, la polémica entre los dos grandes partidos.

Adrados, Francisco Rodríguez. Nueva historia de la democracia (Spanish Edition) . Grupo Planeta. Édition du Kindle.

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