Falleció a todavía temprana edad no solo un amigo cercano, sino también una referencia José Francisco Navarro: sacerdote y artista

(P. Deyvi Astudillo, SJ).- Se cumplió el segundo año del fallecimiento a todavía temprana edad José Francisco Navarro, sacerdote jesuita conocido por su esfuerzo por animar a un grupo de artistas locales a acercarse, como diría él, "por el camino de la belleza", a la experiencia de la fe.

Desde este espacio me gustaría destacar la obra de quien fue para mí no solo un amigo cercano, sino también una referencia en la tarea de vincular la fe cristiana con el mundo del arte y la cultura contemporánea.

Ordenado sacerdote en 1994 José Francisco conjugaba su vocación religiosa con dos grandes pasiones: la pintura y la literatura. Ya desde su época de estudiante en la Escuela de Bellas Artes, cultivó con seriedad su vocación por la pintura, actividad que no dejó de practicar sino hasta algunas semanas antes de su partida.

Sus muestras personales y, recientemente, las exposiciones colectivas promovidas por él y otros artistas en la Parroquia de Fátima de Miraflores, quedan como testimonio de su apuesta por una pintura no tanto apologética o instrumental, sino verdaderamente comprometida con el lenguaje del arte, para desde allí encontrar el camino de lo trascendente.

La literatura, por otra parte, permitió a José Francisco adentrarse en las complejidades del alma latinoamericana. De allí su profundo conocimiento de las obras del mexicano Juan Rulfo, de los brasileños Gimarães Rosa y Adelia Prado, así como del peruano José María Arguedas, autores con quienes pudo ensayar una visión de conjunto de las fortalezas y necesidades espirituales de la mujer y el hombre latinoamericanos.

Pero José Francisco fue además un gran pedagogo. Así lo reconocen las generaciones de alumnos que pasaron por sus cursos universitarios, así como las familias agradecidas por su servicio creativo y generoso en su conocida misa dominical de niños.

Por ello, muchos no dudaban en llamarlo maestro, porque reconocían en él no solo a un erudito, sino también a alguien capaz de transmitir a otros el sentido, el para qué, de su saber, y por ello capaz de conectarlos con sus búsquedas más personales.

En definitiva, creo que esta es la huella más grande dejada por José Francisco en las vidas de quienes tuvimos la suerte de estar cerca de él, la impronta de una vida entregada con generosidad al nacimiento de la fe en la sensibilidad cultural del hombre de hoy. Él era, en este sentido, un puente moderno con la  tradición artística más genuina de la Iglesia. Lo vamos a extrañar mucho.

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