¿En defensa del Papa Francisco…?

El Papa Francisco no necesita que nadie le defienda ni pública, ni privadamente. En todo caso, si él lo permite, la normal y necesaria escolta policial de seguridad. El hecho de que algunos cardenales le acosen públicamente, como si fueran la oposición al estilo de la política, es un signo de que el Papa Francisco, con su talante, ha roto sus esquemas. Una de sus divisas, claramente demostrada en aula sinodal, es la libertad de expresión. La “parresia” paulina, la libertad de los hijos de Dios. Y, en consecuencia este tipo de salidas cardenalicias son previsibles…

No obstante en la medida en que algunos cardenales, de sobra conocidos, hacen públicos son postulados, lógicamente, se arriesgan a que les respondan con más o menos contundencia desde distintas instancias. Otros les manifestarán su acuerdo. Sin embargo cabe preguntarse: ¿Sólo tienen razones para el desacuerdo con este Papa? ¿No se cuestionan nada a la luz de lo que ven y oyen a su alrededor?, o más bien, ¿Encerrados en sí mismos, se potencian mutuamente en su renqueante disidencia? De todos modos, el objetivo prioritario no es, bajo ningún punto de vista, defender al Papa de esas eminencias, sino contrarrestar sus argumentos, desenmascarando sus intereses y mostrando sus falacias.

Hace 2500 años Confucio dijo: “Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo”. Otros lo han interpretado de otro modo: “es el dedo el que señala a la luna”. En cualquier caso sea el sabio o el dedo, lo necio es no mirar a la luna. Mirar al Papa sería, en cierto modo, mirar al dedo. El Papa se la está jugando al señalar a la “luna”, es decir, a un nuevo estilo de entender y vivir el evangelio. A una manera diferente de proclamar el mensaje cristiano. Está señalando a la “luna”, al realizar gestos de misericordia coherentes con lo que dice, al abrir caminos de luz y esperanza para el mundo cristiano. Y él sabe perfectamente que sus palabras, gestos y escritos suponen un porcentaje de rechazo, bastante pequeño por cierto, de gente que no está de acuerdo o directamente en contra, incluso entre los Cardenales. Es normal que lo tenga asumido, y que incluso lo considere positivo. Las críticas siempre ayudan a madurar, a pesar del desconcierto inicial, pero han de ser bienintencionadas. El problema es cuando las posibles diferencias se revisten de piel de cordero, pero esconden las fauces de lobos sedientos de oscuros intereses. Dicen defender la verdad y tener preocupaciones pastorales. Esto quiere decir “su verdad”, lo de las preocupaciones pastorales…Esto es juzgarles, claro que sí. Esto es hermenéutica básica.

El Cardenal Bergoglio, convertido en Papa Francisco, se merece todo el respeto que le corresponde como tal, pero su vida y su mensaje apuntan y están en función de alguien que está por encima de él: a Jesucristo. Y, si tiene a alguien que le defienda, si es necesario, es el mismo Señor. Los demás son innecesarios en este menester. Eso no significa el silencio frente a la agresión sibilina y rastrera a quien señala a la “luna”, pero sobre todo a la “luna”, es decir a lo que apunta el dedo del Papa Francisco. No es posible, permanecer callados cuando algunos Cardenales propugnan una clara vuelta atrás, ni siquiera al Concilio Vaticano II, a los tiempos más oscuros de la historia de la Iglesia. La sangría de generaciones perdidas, por culpa de estilos y formas eclesiales caducas, es oceánica. La impresión para mucha gente, dentro y fuera de la Iglesia, es que el Papa Francisco, de nuevo, ha abierto las ventanas para que entre aire fresco, limpio y sano, a pesar de la contaminación romana. Por eso que vengan ahora esos personajes y algunos otros, escondidos y repartidos por el globo terrestre, aparentemente con buenos propósitos, es inaceptable. Ellos representan otra forma de entender el Evangelio y la vida cristiana, la Iglesia y su relación con el mundo y tantas otras cosas, que suponen un rechazo por parte de muchos. Y, por eso hay que hacerles frente, publicitándolos, para que la buena gente se entere de lo que dicen, hacen y traman. Para ellos es la época de los contubernios y la oscuridad. Para otros la de la claridad y la transparencia.

El Cardenalato no puede ser, una vez más en la Historia de la Iglesia, una cueva de conjurados para frenar cualquier evolución en la Iglesia. Si eso es así, el más profundo rechazo. Si de algo tiene que servir en la Iglesia, lean los nombres y la geografía de los últimos recién nombrados, así como la homilía y las palabras del Papa Francisco con motivo de estos nombramientos. Que el Papa Francisco soporte estas historias me parece bien. Es su opción. Pero, también tenemos derecho a defendernos de aquellos que quieren apagar la llama de luz y esperanza, que él ha prendido. El proyecto de Francisco, que estas eminencias quieren frenar, es lo que subleva a mucha gente en la Iglesia de hoy. Y si esta crítica se interpreta como falta de caridad, me parece legítimo, pero no es esa la intención. Así de claro. Es simplemente un desacuerdo supino. Y quede claro que Francisco es una bendición para el mundo actual y para la Iglesia. Probablemente, aunque a algunos les cueste reconocerlo, sea el “leader” mundial con más carisma y talla humana.
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