CUARESMA 2015: “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8)
Miércoles de Ceniza (18.02.2015): Entrada al circuito cuaresmal
Introducción: “Tu Padre, que ve en los escondido, te recompensará” (Mt 6,1-6.16-18)
Leemos hoy la reflexión de Jesús sobre la limosna, la oración y ayuno. Prácticas que las religiones del Libro valoran como “pilares básicos de la religión verdadera” (el islam), “alma misma de la Ley” (el judaísmo), “prácticas de justicia” (el cristianismo). Hacen “justo” (agradable a Dios) al hombre, viene a decirnos Jesús, cuando se realizan en el Espíritu de Dios.
¡Buena reflexión para iniciar la cuaresma! Es el tiempo preparatorio de la Pascua. Nos unimos más al Resucitado a medida que mejoramos la relación con el Misterio divino (oración al Padre, al Hijo, al Espíritu), la relación fraterna (la limosna) y la relación con nosotros mismos (ayuno como autodominio para liberarnos de maldad, vivir la libertad, ayudar... ).
Insistencia en llamar a Dios “Padre” (hoy diríamos: “Padre-Madre”). En nueve versículos, seis veces. Unido con lo secreto, lo escondido, la intimidad,...Vivir como hijo del Padre-Madre en cuya presencia amorosa existimos y nos movemos. Ahí no cabe la hipocresía: Dios ilumina la conciencia y hace imposible el engaño. Recibiendo el amor del Padre-Madre (en la oración), lo verificamos en el amor desinteresado a los hermanos: aceptándoles, visitando sus llagas, promoviendo su bien...
El verdadero ayuno nos dispones personalmente para actuar como hijos del Padre-Madre. Expresa la decisión firme de “desatar lazos de maldad, vestir al desnudo, dar pan al hambriento, respetar la libertad” (Is 58, 5-7). Ya está bien de ayunos, abstinencias y mortificaciones para nuestro egoísmo: cumplir la ley, quedar bien, buscar suerte, tener buen tipo, lacerarse para acumular méritos...
El mensaje para la Cuaresma 2015 del papa Francisco la define como “tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente”. Renovación es volver a lo fundamental del Evangelio, al amor de Dios manifestado en Jesús. El papa lo concreta en tres apartados:
a) “Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26): “En la Iglesia no hay lugar para la indiferencia”. Ante la situación desgraciada, hay que “conmoverse hasta las entrañas” (Mc 1,41).
b) “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9): Las parroquias y las comunidades están llamadas... a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.
c) “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8): La persona creyente ora en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial; el sufrimiento del otro es un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos”.
Oración: “Tu Padre, que ve en los escondido, te recompensará” (Mt 6,1-6.16-18)
Jesús, lleno del amor del Padre-Madre Dios:
nos disponemos a vivir la cuaresma,
el tiempo que nos prepara la celebración de la Pascua.
Tú, resucitado, ya vives la plenitud del Reino:
pero no te has desentendido de quienes peregrinamos hacia dicha plenitud;
nos has dado tu mismo Espíritu, que alienta y sostiene.
Nuestra vida de ahora se parece más a tu vida histórica:
acuciados por la enfermedad, la comodidad y la pereza;
rondados por la ignorancia, el afán de poseer y deslumbrar;
instigados por el dominio y la imposición...
Podemos reconocer como los sabios de tu tiempo:
“Barro y ceniza” pueden seguir siendo signos cuaresmales:
“el barro” expresaría la suciedad moral de nuestra vida:
la dureza de nuestro corazón rastrero;
el mal uso de nuestras facultades (físicas, morales...);
la mutilación de nuestra trascendencia (sin relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu);
el egoísmo se hace indiferencia, sobre todo ante los más débiles...;
el odio impide la compasión y el perdón;
la avaricia hace imposible la mesa compartida y la comunión;
la envidia entristece ante los valores de los otros;
el afán de poder y dominio imposibilita la libertad responsable...
“La ceniza” expresaría la fragilidad real de la vida:
los límites de nuestra existencia, a veces camuflados;
la enfermedad y debilidad de nuestro ser orgánico y psíquico;
la muerte que amenaza de mil modos y en cualquier parte;
la rotura y quema de los sueños amorosos, familiares, amicales...;
la corrupción social, eclesial, política...;
la cobardía eclesial que impide la reforma según el Evangelio;
la cerrazón clerical que no abre corazón y brazos a los sacerdotes casados;
la ostentación de ornamentos y títulos para subrayar categorías y poder;
el miedo que lleva a mentir y a callar la verdad en la sociedad y en la Iglesia...
“Convertíos y creed la Buena Nueva” es la invitación cuaresmal.
Así empezaste, Tú, Jesús de la cuaresma, tu etapa misionera.
No podemos quedarnos en la contemplación de la miseria y fragilidad:
nos invitas a girar la mirada hacia quien puede levantar nuestro corazón.
Tú crees en el Misterio de amor, “Padre-Madre”, “Papá-Mamá”:
“que nos formó, inspiró un alma operante y sopló un espíritu vital”;
“que Él es ternura y piedad” (Joel 2,12-13);
“que el Señor es Dios, nos hizo y somos suyos, pueblo y ovejas de su rebaño” (Salmo 99, 2-3);
que su amor siempre pregunta: "¿dónde está tu hermano?" (Gn 4,9).
Al empezar la cuaresma, Jesús de la verdad y la vida, te pedimos sinceridad:
- “haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Letanías al Sagrado Corazón de Jesús);
- queremos ahondar en el “principio y fundamento” de nuestra vida;
- no queremos que nuestra vida sea “un pasatiempo ni un mercado concurrido”;
- queremos vivir nuestra existencia como don, tesoro, regalo del Padre-Madre Dios.
Abre, Jesús de todos, nuestra mente y corazón a tu Espíritu:
- que nos ilumine el sentido profundo de la vida;
- que haga de la ceniza, puesta en la cabeza, un signo de tu amor;
- que en las semanas cuaresmales tu amor penetre nuestras entrañas;
- que tu Espíritu nos dé a conocer la verdad nuestra;
- que nos dé a sentir internamente el amor del Padre;
- que en nosotros ore y dé testimonio de nuestra filiación divina;
- que nos transforme en imagen tuya, Cristo, hermano de todos.
Rufo González
Introducción: “Tu Padre, que ve en los escondido, te recompensará” (Mt 6,1-6.16-18)
Leemos hoy la reflexión de Jesús sobre la limosna, la oración y ayuno. Prácticas que las religiones del Libro valoran como “pilares básicos de la religión verdadera” (el islam), “alma misma de la Ley” (el judaísmo), “prácticas de justicia” (el cristianismo). Hacen “justo” (agradable a Dios) al hombre, viene a decirnos Jesús, cuando se realizan en el Espíritu de Dios.
¡Buena reflexión para iniciar la cuaresma! Es el tiempo preparatorio de la Pascua. Nos unimos más al Resucitado a medida que mejoramos la relación con el Misterio divino (oración al Padre, al Hijo, al Espíritu), la relación fraterna (la limosna) y la relación con nosotros mismos (ayuno como autodominio para liberarnos de maldad, vivir la libertad, ayudar... ).
Insistencia en llamar a Dios “Padre” (hoy diríamos: “Padre-Madre”). En nueve versículos, seis veces. Unido con lo secreto, lo escondido, la intimidad,...Vivir como hijo del Padre-Madre en cuya presencia amorosa existimos y nos movemos. Ahí no cabe la hipocresía: Dios ilumina la conciencia y hace imposible el engaño. Recibiendo el amor del Padre-Madre (en la oración), lo verificamos en el amor desinteresado a los hermanos: aceptándoles, visitando sus llagas, promoviendo su bien...
El verdadero ayuno nos dispones personalmente para actuar como hijos del Padre-Madre. Expresa la decisión firme de “desatar lazos de maldad, vestir al desnudo, dar pan al hambriento, respetar la libertad” (Is 58, 5-7). Ya está bien de ayunos, abstinencias y mortificaciones para nuestro egoísmo: cumplir la ley, quedar bien, buscar suerte, tener buen tipo, lacerarse para acumular méritos...
El mensaje para la Cuaresma 2015 del papa Francisco la define como “tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente”. Renovación es volver a lo fundamental del Evangelio, al amor de Dios manifestado en Jesús. El papa lo concreta en tres apartados:
a) “Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26): “En la Iglesia no hay lugar para la indiferencia”. Ante la situación desgraciada, hay que “conmoverse hasta las entrañas” (Mc 1,41).
b) “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9): Las parroquias y las comunidades están llamadas... a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.
c) “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8): La persona creyente ora en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial; el sufrimiento del otro es un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos”.
Oración: “Tu Padre, que ve en los escondido, te recompensará” (Mt 6,1-6.16-18)
Jesús, lleno del amor del Padre-Madre Dios:
nos disponemos a vivir la cuaresma,
el tiempo que nos prepara la celebración de la Pascua.
Tú, resucitado, ya vives la plenitud del Reino:
pero no te has desentendido de quienes peregrinamos hacia dicha plenitud;
nos has dado tu mismo Espíritu, que alienta y sostiene.
Nuestra vida de ahora se parece más a tu vida histórica:
acuciados por la enfermedad, la comodidad y la pereza;
rondados por la ignorancia, el afán de poseer y deslumbrar;
instigados por el dominio y la imposición...
Podemos reconocer como los sabios de tu tiempo:
“nuestro corazón es ceniza,
y nuestra esperanza más deleznable que la tierra;
nuestra vida más rastrera que el barro,
porque no conocimos al que nos formó,
inspiró un alma operante y sopló un espíritu vital;
pensamos que nuestra existencia es un pasatiempo,
y que la vida es un mercado concurrido;
pues hay que hacer negocio, dicen, de donde sea, aunque sea del mal...”
(Sab 15, 10-12. Escrito por un judío ortodoxo de Alejandría, entre el 80 a.C. al 20 d.C.).
“Barro y ceniza” pueden seguir siendo signos cuaresmales:
“el barro” expresaría la suciedad moral de nuestra vida:
la dureza de nuestro corazón rastrero;
el mal uso de nuestras facultades (físicas, morales...);
la mutilación de nuestra trascendencia (sin relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu);
el egoísmo se hace indiferencia, sobre todo ante los más débiles...;
el odio impide la compasión y el perdón;
la avaricia hace imposible la mesa compartida y la comunión;
la envidia entristece ante los valores de los otros;
el afán de poder y dominio imposibilita la libertad responsable...
“La ceniza” expresaría la fragilidad real de la vida:
los límites de nuestra existencia, a veces camuflados;
la enfermedad y debilidad de nuestro ser orgánico y psíquico;
la muerte que amenaza de mil modos y en cualquier parte;
la rotura y quema de los sueños amorosos, familiares, amicales...;
la corrupción social, eclesial, política...;
la cobardía eclesial que impide la reforma según el Evangelio;
la cerrazón clerical que no abre corazón y brazos a los sacerdotes casados;
la ostentación de ornamentos y títulos para subrayar categorías y poder;
el miedo que lleva a mentir y a callar la verdad en la sociedad y en la Iglesia...
“Convertíos y creed la Buena Nueva” es la invitación cuaresmal.
Así empezaste, Tú, Jesús de la cuaresma, tu etapa misionera.
No podemos quedarnos en la contemplación de la miseria y fragilidad:
nos invitas a girar la mirada hacia quien puede levantar nuestro corazón.
Tú crees en el Misterio de amor, “Padre-Madre”, “Papá-Mamá”:
“que nos formó, inspiró un alma operante y sopló un espíritu vital”;
“que Él es ternura y piedad” (Joel 2,12-13);
“que el Señor es Dios, nos hizo y somos suyos, pueblo y ovejas de su rebaño” (Salmo 99, 2-3);
que su amor siempre pregunta: "¿dónde está tu hermano?" (Gn 4,9).
Al empezar la cuaresma, Jesús de la verdad y la vida, te pedimos sinceridad:
- “haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Letanías al Sagrado Corazón de Jesús);
- queremos ahondar en el “principio y fundamento” de nuestra vida;
- no queremos que nuestra vida sea “un pasatiempo ni un mercado concurrido”;
- queremos vivir nuestra existencia como don, tesoro, regalo del Padre-Madre Dios.
Abre, Jesús de todos, nuestra mente y corazón a tu Espíritu:
- que nos ilumine el sentido profundo de la vida;
- que haga de la ceniza, puesta en la cabeza, un signo de tu amor;
- que en las semanas cuaresmales tu amor penetre nuestras entrañas;
- que tu Espíritu nos dé a conocer la verdad nuestra;
- que nos dé a sentir internamente el amor del Padre;
- que en nosotros ore y dé testimonio de nuestra filiación divina;
- que nos transforme en imagen tuya, Cristo, hermano de todos.
Rufo González