DOMINGO 6º DE PASCUA (01.05.2016): Dios reside en quien ama

Introducción:me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn 14,23-29)

San Judas pregunta y Jesús contesta
Es el final del “primer discurso de despedida” (13,31-14,31). Un poco antes, Jesús había asegurado: “no os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, porque yo viviré, y vosotros viviréis” (Jn 14,18-19). Judas, no el Iscariote, le pregunta por qué habla de mostrarse sólo a los discípulos, y no al mundo. En el fondo está la idea mesiánica judía: un mesías glorioso, triunfante, que se imponga a todos los pueblos por el poder y la gloria mundanos. Jesús contesta con el texto que hoy leemos.

Jesús se manifiesta a través de la conciencia personal
Jesús no se manifestará en la exhibición de fuerza, ni en la venganza por la injusticia: “el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése es que me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré y me mostraré a él” (v. 21). Hoy leemos: “el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”(v. 23). La respuesta va, por tanto, a la conciencia personal: quien acepta mi amor percibe la presencia del Padre y del Hijo en el Espíritu que le habita, se reconoce morada, templo de Dios. Es la conversión del corazón, no la imposición.

El Espíritu habla en el corazón
Leemos la segunda alusión al Espíritu de las cinco que hay en la despedida (14,15-l7.25s; l5,26s; 16,4-11.12-15). Se le apoda “el paráclito”, “el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre”. El mismo apodo con que Juan tilda a Jesús resucitado, “un paráclito” ante el Padre (1Jn 2,1). Con artículo, se convierte en “el paráclito” por excelencia. Paráclito significa el “llamado junto a”. El Espíritu de Dios es enviado por el Padre en nombre de Jesús para que realice el papel de Jesús con sus discípulos. Al definirle como “el abogado” (“advocatus”, traducción latina del griego “paracletos”), está sugiriendo que puede desempeñar tareas múltiples: ayudar, asistir, confortar, proteger, defender, animar, iluminar, suplicar, insistir, consolar, liberar, reunir... Aquí destacan dos funciones: “enseñar y recordar lo que yo os he dicho”. Es una labor personal, íntima, sugerente, que afecta a la conciencia, y desde dentro influye en la conducta. Nunca, pues, nos dirá nada contra Jesús y su reino. Al revés. El Espíritu habita en el hombre, le hace “sagrado”, vive con él e insta a amar como Dios ama y a trabajar por la plenitud humana. Podemos decir que el hombre no vive para Dios, sino que Dios, viviendo en el hombre, le convierte como Él en don de sí mismo, en bien o amor gratuito y libre para los demás. No es rival ni absorbe al hombre, sino que lo potencia y lo afirma como persona auténtica..

La paz es tarea y don
La paz os dejo, mi paz os doy”. No es imposición como la del poder mundano: a la fuerza, con peligro de violencia o del sustento... Su paz nace de la reconciliación consigo, con los demás, con el Misterio de amor, manifestado en Jesús. Perdón gratuito, diálogo, respeto a los derechos humanos, etc. son sus herramientas. Por eso les recalca: “No tiemble vuestro corazón...; me voy y vuelvo...; cuando suceda, sigáis creyendo”. Ya ha sucedido. Jesús vive en nosotros, es paz, fuente de reconciliación y de vida.

Oración: “me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn 14,23-29)

Jesús resucitado:
El evangelio de hoy nos introduce en el misterio de Dios.
“Ves la Trinidad si ves el amor”, decía san Agustín (De Trinitate, VIII, 8, 12. PL 50, 287).
Se trata del amor amante gratis, incondicional:
reflejo del amor del Padre que ama a todos, como Jesús;
fuente de bien y creatividad inaudita, como el Espíritu Bueno;
“donde la caridad es verdadera, allí está Dios” (canto del Jueves Santo, s. IV-X).

Creer en ti, Jesús de Nazaret, es dejarse amar por el Padre:
aceptamos, nos fiamos, obedecemos tu amor, reflejo del Padre;
nos reconocemos hijos a tu imagen, modelo y consumador de fe;
sentimos que nos habita tu mismo Espíritu.

Tu amor es fruto del Espíritu que “envía el Padre en tu nombre”:
nos vincula en unidad de vida y libertad amorosa;
nos abre al futuro, quita el miedo y apasiona por el bien;
los que esperan en el Señor renuevan las fuerzas,
remontan el vuelo como águilas, corren y andan sin fatigarse
” (Is 40, 31)

El Espíritu es el “paráclito”, el “llamado junto a” nosotros:
enseña y recuerda lo que tú nos he dicho”;
es “potencia interior que armoniza nuestro corazón con tu corazón;
nos mueve a amar a los hermanos como Tú los has amado;
cuando te has puesto a lavar los pies de tus discípulos
y, sobre todo, cuando has entregado su vida por todos” (Benedicto XVI, “Deus caritas est” 19).

Nos has introducido, Jesús resucitado, en el corazón de la divinidad:
en el amor del Padre que nos ama;
en el amor fraternal tuyo, Hijo del Padre;
en la comunión de vuestro amor, el Espíritu Santo.

Estas presencias “habitan” en nosotros:
Padre, Hijo y Espíritu Santo, juntos entre sí y juntos en nosotros;
llevamos el misterio del Padre en nuestra misteriosa personalidad;
somos iluminados por tu filiación y fraternidad;
estamos capacitados por el Espíritu para un amor sin medida.

Percibimos, a través de la fe, que el Padre “se manifiesta”:
cuando somos capaces de empezar una tarea buena;
cuando nos levantamos del fracaso y la decepción;
cuando, en medio de la desgracia, nos sentimos amados.

Tú, Jesús, Hijo del Padre, “te manifiestas”:
al sentirte amigo, hermano, compañero;
al percibirte en el rostro de toda persona, hermana nuestra;
al ponernos junto a los más débiles, como “uno de tantos”;
al trabajar por la igualdad y la libertad, por la vida y la paz de todos.

Nos creemos llevados por el Espíritu del Padre y del Hijo:
cuando hacemos buena comunión con todos;
cuando sentimos fortaleza frente a las dificultades;
cuando se no tenemos miedo a denunciar el mal;
cuando vislumbramos alternativas humanizadoras;
cuando nos identificamos con los que sufren la injusticia;
cuando somos hacedores de libertad y amor.

Nuestra oración hoy termina en alabanza y acción de gracias:
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que nos habitan.
Gracias por tu fe, tu amor y tu esperanza, que nos hacen vivir.

Rufo González
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