DOMINGO DE PASCUA (05.04.2015)

Introducción:Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras” (Jn 20,1-9)
La fe en la resurrección de los muertos procedía del Antiguo Testamento. Esta revelación se aclaró lentamente, reflexionando sobre la fidelidad de Dios (Dios no iba a crearnos semejantes a él para la muerte) y el sufrimiento de los justos (Dios no podía permitir la muerte definitiva de los mártires por ser fieles a él).

¿Cómo se llegó a la fe en la resurrección de Jesús? Los textos sugieren un vivo proceso reflexivo. Cada evangelista participa con su creatividad personal (“historia de la redacción”), y acopia el trabajo común (“historia de la tradición y de las formas”), muy marcado socio-culturalmente. Las apariciones, el sepulcro vacío, el escándalo de los apóstoles, han de explicarse desde este contexto. No es nada fácil. Los textos son testimonios de fe para la predicación y la catequesis. Expresan sinceramente una realidad que por su propia naturaleza no puede ser “fotografiada”, ni objeto de experiencia sensible. El recurso, pues, a las apariciones o al sepulcro vacío puede explicarse como recurso literario, pedagógico, para transmitir la experiencia de fe.

Conectando con el “sufrimiento de los justos”, muchos teólogos hoy proponen como “experiencia de revelación” el asesinato injusto, crudelísimo, en cruz, de una persona tan honesta, tan buena, tan volcada a los más débiles, tan confiada en el amor incondicional de Dios. Esa es la ruta que sugiere Flavio Josefo, el historiador judío: “cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales entre los judíos, lo condenó a cruz, los que antes lo amaron no dejaron de hacerlo”. Es lo lógico. Eso expresa la sentencia antigua: “la sangre de los mártires es simiente de cristianos”. La crucifixión, horrible escándalo de injusticia, “aparece como el más decisivo catalizador para comprender que lo sucedido en la Cruz no podía ser el final definitivo” (A. TORRES QUEIRUGA: La resurrección: unidad de fe, pluralismo de interpretaciones. Selecciones de Teología, Abril-junio 2008, nº 186. P. 136-137).

Lo esencial de la fe cristiana es que Jesús de Nazaret no acabó en la muerte. Sin que sepamos cómo fue, creemos que Jesús en persona (no como recuerdo o idea) vive glorificado y exaltado. Esta glorificación no le aparta de nuestra historia, en la que sigue presente, comunicando el amor sin límites del Padre. Su resurrección nos revela el proyecto de Dios: si Cristo resucitó también nosotros resucitaremos.

Para el evangelio de Juan la muerte de Jesús es el “paso al Padre” (Jn 13,1: “la hora de pasar de este mundo al Padre”). H. Küng lo define como “morir en el interior de Dios”. Llegar a la plenitud humana, según san Ignacio de Antioquia: “Llegando allí, seréis verdaderamente personas”. Sin discontinuidad temporal o espacial. Eso significa la “exaltación”, que biblistas como X. Léon Dufour y R. Schnackenburg califican de “paso importantísimo para la cristología”. Juan, al identificar el significado de la “elevación física” en la cruz con el significado trascendente de “exaltación” o “glorificación”, está insinuando que la muerte y la resurrección son continuas temporal y espacialmente. A la vez que el cadáver está pendiente del madero en el Gólgota, o en brazos de su madre y amigos, Cristo vive ya glorificado “a la derecha del Padre”.

El relato de Juan, leido hoy, narra el proceso de fe de María Magdalena, Juan y Pedro. “El primer día de la semana” (lit.: “el uno de los sábados”) alude a la creación nueva. La Magdalena “todavía en tinieblas” (sin creer en la resurrección) espera encontrar el cadáver de Jesús. Ante la losa quitada concluye: “se han llevado al Señor...”. También Juan y Pedro están desconcertados. “Corren juntos, pero el otro corre más que Pedro”. Juan ha sido testigo de la cruz como entrega de amor. Por eso Juan cree antes que Pedro. Entonces empiezan a entender las Escrituras (cf. Hch 13,34-35). La fe, por tanto, no viene del sepulcro vacío. Aquí vemos a la Magdalena y a Pedro que aún no creen, interpretan el signo del sepulcro de forma distinta. Están en proceso de reflexión. Juan llega al convencimiento de la fe al entender las Escrituras (He 2,24: “no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”; “no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la corrupción...” (Salmo 16,8-11)).

Oración:Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras” (Jn 20,1-9)

Jesús resucitado:
Comenzamos hoy a celebrar nuestra confianza en tu vida nueva.
Tú, como lo mejor de tu pueblo, sí creías en la resurrección de los muertos:
-precisamente por eso estáis equivocados,
por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios
”.
Les hablas de presente, no de futuro:
cuando resucitan de la muerte... son como ángeles del cielo...
los patriarcas, Abrahán, Isaac, Jacob... están vivos”.
Nuestro Dios no es Dios de muertos, sino de vivos...
para él todos están vivos
” (Mt 22, 29-32; Mc 12,24-27; Lc 20, 34-38).

En esta esperanza educaste a los discípulos.
Primero les enseñas que tenías que padecer... y resucitar...
Al final les informas de lo que te va a ocurrir:
voy a ser entregado... resucitaré” (Mc 8,31; 9,31, y par.; Mc 10,32-34, y par).

Igualmente a Marta, la hermana de Lázaro, que esperaba la resurrección del último día:
yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá,
pues todo el que vive y cree en mí, no morirá nunca...
Desatadlo y dejadlo que se marche” a la casa del Padre
(Jn 11,20-46).

A tus mismos enemigos les dices:
Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré...
Cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto...
” (Jn 2,22).

Poco a poco, después del desconcierto y del miedo, llegan a la fe:
vio y creyó, pues hasta entonces nos habían entendido las Escrituras:
que Él había de resucitar de entre los muertos
” (Jn 20,8-9).

Así llegarán todos al convencimiento de la fe: “Dios lo resucitó y nos lo hizo ver...”;
“Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte,
no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio...
” (He 10,40; 2,24).

A esta conclusión, reconoce un historiador judío, les llevó el camino del amor:
“cuando Pilato, por una acusación hecha por los hombres principales entre los judíos,
lo condenó a cruz, los que antes lo amaron no dejaron de hacerlo” (Flavio Josefo, 37-95).

Sienten tu amor sin límites: perciben tu perdón sin reproches, tu paz, tu alegría.
Tu vida tan honesta, tan buena, tan volcada a los más débiles,
tan confiada en el amor incondicional de Dios... no podía morir.

Esta era tu esperanza, tu fe, y así prendió en los discípulos:
salí del Padre y he venido al mundo;
ahora dejo el mundo y voy al Padre...”.
“Voy a prepararos sitio... donde estoy yo estaréis también vosotros”.
“Dentro de poco el mundo dejará de verme;
vosotros, en cambio, me veréis,
porque de la vida que yo tengo viviréis también vosotros
” (Jn 16,28; 14,2-3.19).

Pablo, y sus compañeros “del Camino”, lo tienen claro:
sirvo al Dios de nuestros padres siguiendo este Camino...,
creyendo todo lo que está escrito en la Ley y los Profetas;
con la esperanza puesta en Dios, que también éstos comparten,
que habrá resurrección de justos e injustos
” (He 24,15).

Y así ha seguido prendiendo hasta nosotros:
“la sangre de los mártires es simiente de cristianos”;
las vidas entregadas por amor son testigos de tu amor y del amor del Padre.

Jesús resucitado:
danos a sentir tu presencia amorosa;
haznos testigos de tu amor gratuito.

Rufo González
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