DOMINGO 5º TO (07.2.2016): todo cristiano es llamado a despertar personas nuevas
Introducción: “por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,1-11)
En Marcos y Mateo, los primeros discípulos son llamados en el inicio de la actividad pública. Para Lucas sucede tras predicar en Cafarnaún y Nazaret, visitar la casa de Simón y diversas sinagogas (Lc 4, 14-44). Con ello se quiere transmitir que el seguimiento de Jesús responde a su invitación y a sus obras en favor del hombre. Es una invitación creíble, lógica, apoyada en una vida consecuente.
La primera parte (vv. 1-3) contempla a Jesús enseñando junto al lago y pidiendo al patrón de una barca que le permita desde su barca, convenientemente colocada, dirigirse a la gente. Pastoral en la calle o en descampado, creatividad que da el Espíritu a quienes están enamorados del Reino de Dios.
La segunda parte (vv. 4-10) describe una pesca milagrosa, sólo contada por Lucas. El evangelio de Juan habla de otra pesca similar tras la resurrección (Jn 21,6s). Se ponen a pescar por iniciativa de Jesús: “rema mar adentro y echad las redes para pescar” (lit.: “volved hacia la profundidad y bajad vuestras redes para la pesca”. Simón contesta: “Maestro, nos hemos pasado la noche...”. Quizá sea mejor traducir “Jefe” el original “epístatês”: el que está al frente de un grupo, el jefe; reflejaría la percepción que tenía Simón sobre Jesús, y el hecho de hacerse guía de la pesca. “Por tu palabra, (lit.: “en tu palabra”) echaré las redes” es la expresión de confianza en Jesús por parte de Simón. Este querer complacer a Jesús. Confiado en su palabra, logra una pesca extraordinaria.
“Hacen señas” (kata neuo: hacer señas con la cabeza), sin gritos para no ahuyentar a los peces. La pesca cuantiosa, a mediodía, después de la brega nocturna, es un regalo, un signo de bendición divina, para un creyente. Pedro no se cree digno de tal bendición, sino que reconoce a Jesús, que había tenido la iniciativa, objeto del amor y del regalo de Dios. Más aún le reconoce autoridad divina (“Kyrie: Señor”). Por eso se arrodilla y dice: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Jesús invita a su tarea
Le dice a Pedro: "no temas; desde ahora serás pescador de hombres” [lit.: desde ahora serás captador de hombres vivos; “dsogrón” es participio de dzogreo (coger, atrapar, capturar), que tiene dos lexemas o raíces: “dsao”: vivir; y la segunda raíz puede originarse de dos verbos distintos: “agreo”: coger, atrapar; o “egueiro”: despertar, reanimar, volver a la vida]. Jesús invita a coger o despertar personas para la vida auténticamente humana, sacarlas del oscuro mar de la inhumanidad, y colaborar con la acción divina que quiere que cada ser humano sea “creación o poema de Dios” (Ef 2,10), que se deje llevar de su Espíritu.
Termina con la narración del seguimiento (v. 11): “ellos... dejándolo todo, lo siguieron”. Supone la invitación de Jesús, el abandono de su vida anterior tal cual, y el seguimiento o vida al estilo de Jesús.
Oración: “por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,1-11)
Jesús, misionero del Reino:
Te contemplo hoy en plena tarea misionera:
en medio de la gente sencilla, junto al lago de Genesaret;
pidiendo al patrón que te permita hablar desde su barca;
enseñando, a todo el quería escucharte, “la palabra de Dios”.
Sabemos el contenido fundamental de dicha Palabra:
Dios nos ama siempre, al margen de nuestra conducta;
el mundo, el tiempo, todo... lo ha creado para nuestro bien;
Dios “piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro bien:
no quiere `siervos´ ni desea `incensarios´ que proclamen su gloria.
Nos busca a nosotros, desea nuestra existencia y nuestra felicidad...
`Me agrada tu vida, comer y beber, dormir y todo tu vivir´”
(A. Torres Queiruga: Recuperar la creación. Edit. Sal Terrae. Santander 1997. Pág. 74.
La última frase, puesta en boca de Dios, es de la mística de finales del siglo XIII,
Angela de Foligno, citada por T. Queiruga).
“La gloria de Dios es el hombre vivo” (San Ireneo (s. II): Adv. Haer., IV, 20, 7);
en su integridad corporal, espritual, social...;
afirmando y confirmando nuestro deseo de plenitud.
Tu vida, Jesús misionero, es demostración del amor de Dios:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que... tengamos vida siempre” (Jn 4,16).
“Su gloria”, aquello por lo que quiere ser conocido y alabado,
es la vida humana en plenitud: cuerpo y espíritu, todo;
nuestra vida en toda dimensión, incluida la religiosa, es gloria de Dios.
Ser santo es actuar como al Padre del cielo, desinteresadamente:
él ilumina con el sol la vida de buenos y malos;
él fecunda con la lluvia la vida de justos y pecadores;
él crea la vida buena con la luz y el amor de su Espíritu.
“El hombre, única criatura terrestre que Dios ha amado por sí misma (GS 24),
llega al conocimiento y a la realización de su ser solamente por obra del Espíritu Santo”
(J. Pablo II: Dominum et vivificantem, 59. BAC. Madrid 1986: El misterio trinitario, pág. 196.
Tú, Jesús amigo de todo ser humano,
“hecho Señor por la resurrección...,
por virtud de tu Espíritu obras ya en los corazones de los hombres:
suscitando el deseo del siglo futuro,
animando, purificando y robusteciendo los deseos generosos
de humanizar la vida y someter toda la tierra a este fin de humanización” (GS 38).
Hoy, Jesús trabajador, te observo en medio de unos pescadores:
te duele que no hayan cogido nada durante la noche;
embarcas con ellos a la mar profunda;
les dices que “echen las redes para pescar”;
“en tu palabra echaré las redes”, dice confiadamente Pedro.
Pedro, hombre religioso, reconoce la cuantiosa pesca como regalo del cielo:
tu bondad, que habría intuido en la enseñanza desde la barca,
tu cercanía y afán de compartir su trabajo... le llevan a la convicción
de que tú, Jesús del amor, participas de la bondad divina:
“apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Tu propuesta, Jesús de la esperanza en el reino, no se hace esperar:
“no temas; desde ahora serás pescador de hombres”;
vendrás conmigo a despertar hombres para la vida verdadera;
viviremos juntos el mismo amor del Padre del cielo.
“Ellos... dejándolo todo, lo siguieron”.
Así llegaron a ser santos, mostrando en su vida el amor del Padre, como Tú, Jesús.
Rufo González
En Marcos y Mateo, los primeros discípulos son llamados en el inicio de la actividad pública. Para Lucas sucede tras predicar en Cafarnaún y Nazaret, visitar la casa de Simón y diversas sinagogas (Lc 4, 14-44). Con ello se quiere transmitir que el seguimiento de Jesús responde a su invitación y a sus obras en favor del hombre. Es una invitación creíble, lógica, apoyada en una vida consecuente.
La primera parte (vv. 1-3) contempla a Jesús enseñando junto al lago y pidiendo al patrón de una barca que le permita desde su barca, convenientemente colocada, dirigirse a la gente. Pastoral en la calle o en descampado, creatividad que da el Espíritu a quienes están enamorados del Reino de Dios.
La segunda parte (vv. 4-10) describe una pesca milagrosa, sólo contada por Lucas. El evangelio de Juan habla de otra pesca similar tras la resurrección (Jn 21,6s). Se ponen a pescar por iniciativa de Jesús: “rema mar adentro y echad las redes para pescar” (lit.: “volved hacia la profundidad y bajad vuestras redes para la pesca”. Simón contesta: “Maestro, nos hemos pasado la noche...”. Quizá sea mejor traducir “Jefe” el original “epístatês”: el que está al frente de un grupo, el jefe; reflejaría la percepción que tenía Simón sobre Jesús, y el hecho de hacerse guía de la pesca. “Por tu palabra, (lit.: “en tu palabra”) echaré las redes” es la expresión de confianza en Jesús por parte de Simón. Este querer complacer a Jesús. Confiado en su palabra, logra una pesca extraordinaria.
“Hacen señas” (kata neuo: hacer señas con la cabeza), sin gritos para no ahuyentar a los peces. La pesca cuantiosa, a mediodía, después de la brega nocturna, es un regalo, un signo de bendición divina, para un creyente. Pedro no se cree digno de tal bendición, sino que reconoce a Jesús, que había tenido la iniciativa, objeto del amor y del regalo de Dios. Más aún le reconoce autoridad divina (“Kyrie: Señor”). Por eso se arrodilla y dice: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Jesús invita a su tarea
Le dice a Pedro: "no temas; desde ahora serás pescador de hombres” [lit.: desde ahora serás captador de hombres vivos; “dsogrón” es participio de dzogreo (coger, atrapar, capturar), que tiene dos lexemas o raíces: “dsao”: vivir; y la segunda raíz puede originarse de dos verbos distintos: “agreo”: coger, atrapar; o “egueiro”: despertar, reanimar, volver a la vida]. Jesús invita a coger o despertar personas para la vida auténticamente humana, sacarlas del oscuro mar de la inhumanidad, y colaborar con la acción divina que quiere que cada ser humano sea “creación o poema de Dios” (Ef 2,10), que se deje llevar de su Espíritu.
Termina con la narración del seguimiento (v. 11): “ellos... dejándolo todo, lo siguieron”. Supone la invitación de Jesús, el abandono de su vida anterior tal cual, y el seguimiento o vida al estilo de Jesús.
Oración: “por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,1-11)
Jesús, misionero del Reino:
Te contemplo hoy en plena tarea misionera:
en medio de la gente sencilla, junto al lago de Genesaret;
pidiendo al patrón que te permita hablar desde su barca;
enseñando, a todo el quería escucharte, “la palabra de Dios”.
Sabemos el contenido fundamental de dicha Palabra:
Dios nos ama siempre, al margen de nuestra conducta;
el mundo, el tiempo, todo... lo ha creado para nuestro bien;
Dios “piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro bien:
no quiere `siervos´ ni desea `incensarios´ que proclamen su gloria.
Nos busca a nosotros, desea nuestra existencia y nuestra felicidad...
`Me agrada tu vida, comer y beber, dormir y todo tu vivir´”
(A. Torres Queiruga: Recuperar la creación. Edit. Sal Terrae. Santander 1997. Pág. 74.
La última frase, puesta en boca de Dios, es de la mística de finales del siglo XIII,
Angela de Foligno, citada por T. Queiruga).
“La gloria de Dios es el hombre vivo” (San Ireneo (s. II): Adv. Haer., IV, 20, 7);
en su integridad corporal, espritual, social...;
afirmando y confirmando nuestro deseo de plenitud.
Tu vida, Jesús misionero, es demostración del amor de Dios:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que... tengamos vida siempre” (Jn 4,16).
“Su gloria”, aquello por lo que quiere ser conocido y alabado,
es la vida humana en plenitud: cuerpo y espíritu, todo;
nuestra vida en toda dimensión, incluida la religiosa, es gloria de Dios.
Ser santo es actuar como al Padre del cielo, desinteresadamente:
él ilumina con el sol la vida de buenos y malos;
él fecunda con la lluvia la vida de justos y pecadores;
él crea la vida buena con la luz y el amor de su Espíritu.
“El hombre, única criatura terrestre que Dios ha amado por sí misma (GS 24),
llega al conocimiento y a la realización de su ser solamente por obra del Espíritu Santo”
(J. Pablo II: Dominum et vivificantem, 59. BAC. Madrid 1986: El misterio trinitario, pág. 196.
“En este camino de madurez interior
que supone el pleno descubrimiento del sentido de la humanidad,
Dios se acerca al hombre, penetra cada vez más a fondo en todo el mundo humano.
Dios uno y trino, que en sí mismo existe como realidad trascendente de don interpersonal,
al comunicarse por el Espíritu Santo como don al hombre,
transforma el mundo humano desde dentro,
desde el interior de los corazones y de las conciencias.
De este modo el mundo, partícipe del don divino,
se hace, como enseña el concilio, cada vez más humano,
cada vez más profundamente humano (GS 38, 40),
mientras madura en él, a través de las conciencias y de los corazones de los hombres,
el Reino en el que Dios será definitivamente todo en todos:
como don y amor.
Don y amor: éste es el eterno poder de la apertura de Dios uno y trino
al hombre y al mundo por el Espíritu Santo” (Juan Pablo II o.c. nº 59, pág. 196-197).
Tú, Jesús amigo de todo ser humano,
“hecho Señor por la resurrección...,
por virtud de tu Espíritu obras ya en los corazones de los hombres:
suscitando el deseo del siglo futuro,
animando, purificando y robusteciendo los deseos generosos
de humanizar la vida y someter toda la tierra a este fin de humanización” (GS 38).
Hoy, Jesús trabajador, te observo en medio de unos pescadores:
te duele que no hayan cogido nada durante la noche;
embarcas con ellos a la mar profunda;
les dices que “echen las redes para pescar”;
“en tu palabra echaré las redes”, dice confiadamente Pedro.
Pedro, hombre religioso, reconoce la cuantiosa pesca como regalo del cielo:
tu bondad, que habría intuido en la enseñanza desde la barca,
tu cercanía y afán de compartir su trabajo... le llevan a la convicción
de que tú, Jesús del amor, participas de la bondad divina:
“apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Tu propuesta, Jesús de la esperanza en el reino, no se hace esperar:
“no temas; desde ahora serás pescador de hombres”;
vendrás conmigo a despertar hombres para la vida verdadera;
viviremos juntos el mismo amor del Padre del cielo.
“Ellos... dejándolo todo, lo siguieron”.
Así llegaron a ser santos, mostrando en su vida el amor del Padre, como Tú, Jesús.
“-¿Y yo, contestó el paisano bromeando, también puedo llegar a ser santo?
-Pues claro, Paolo, dijo Francisco. A ti también te quiere Dios. Tanto como a mí.
Basta con creer en ese amor para que se te cambie el corazón”
(Sabiduría de un pobre, de E. Leclerc. Marova. Madrid. 11ª Ed. Pág. 88).
Rufo González