DOMINGO 19º TO (09.08.2015)

Introducción:Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí” (Jn 6,41-51)
Creen muchos exegetas que el discurso explicativo de la multiplicación de los panes (Jn 6,26-59) es una homilía cristiana sobre Éxodo 16,15 (“Al verlo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿qué es? -Manhu-. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: - Este es el pan que os ha dado Yahvé para alimento”) y sobre el Salmo 78,24 (“hizo llover sobre ellos maná para comida y les dio trigo celeste”). Sería una explicación edificante, según la tradición rabínica de los midrás, desde Jesús.

Comienza con la crítica de los “judíos del régimen” contra Jesús. No creen que un hombre “pueda bajar del cielo”. No han creído al Bautista que vió “al Espíritu que descendía del cielo como una paloma y se posó sobre él (Jesús)... Yo he visto, y testifico, que ése es el Hijo de Dios” (Jn 1, 32ss). Los orígenes humanos de Jesús, su humanidad, le impiden, según ellos, comunicarse directamente con Dios. No creen que el amor gratuito de Dios actúa en un hombre. Por eso Jesús les recrimina: “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre...”. Dicha atracción actúa a través de su enseñanza. Jesús reinterpreta Isaías 54,13 (“todos tus constructores serán discípulos de Yahvé”) sobre “los hijos de Jerusalén”; suprime esta alusión, universalizando el sentido, y dando al término “Yahvé” el significado de Dios-Padre: “escucha lo que dice el Padre y aprende”.

Quien entienda a Dios como Padre dador de vida, escucha y aprende su amor al hombre. Y sentirá atracción hacia Jesús: “Quien escucha y aprende lo que dice el Padre, viene a mí”. Jesús ha visto al Padre, ha experimentado su amor, se ha sentido su Hijo, ha recibido su Espíritu. Su vida expresa la voluntad del Padre: “Las obras que el Padre me concedió realizar, esas obras que hago, testifican en mi favor: el Padre me ha enviado” (Jn 5, 36ss). Sus obras son dar vida al hombre, liberarle del mal y regalar el “Espíritu” que hace vivir como hijo de Dios y hermano de todos. En su primera parte, este comentario sobre textos del Éxodo y del Salmo explica que la fe en Jesús nos acarrea el alimento para vivir según Dios quiere. El protagonista es el Padre, que es quien da a Jesús como verdadero pan, y el hombre responde adhiriéndose a él como revelador del Padre y de su amor.

A partir del versículo 51 entramos en la segunda parte de la homilía (6,51-59), donde Juan aplica el comentario a la eucaristía. Esta segunda parte pertenece a la cena; no tendría sentido y resultaría ininteligible este modo de hablar de la eucaristía antes de su institución. El protagonista ahora es Jesús que se da en alimento, y el hombre responde comiendo y bebiendo su carne y su sangre. Es un comentario de textos veterotestamentarios proyectado sobre la eucaristía. La fe en Jesús facilita una vida plena, definitiva, eterna. Vivir como Jesús realiza plenamente al hombre. Jesús es un alimento superior al maná porque supone la comunicación permanente con Dios vivo. La muerte física no afecta a esta vida nueva, “vida para siempre”, “nueva humanidad”, “criatura nueva” (Gal 6,15; 2 Cor 5,17). Termina aludiendo al cordero pascual: “el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Es su “carne”, su humanidad, la que hace presente el amor de Dios. Es la Palabra humana de Dios: en su vida, en sus palabras, en sus hechos... se revela el proyecto de vida que Dios quiere.

Oración:todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí” (Jn 6, 41-51)

Jesús, creyente y educador de creyentes:
Te has presentado como “pan bajado del cielo”;
como alimento que el Padre nos envía;
como dador del verdadero Espíritu de hijos de Dios y de hermano universal.

Has venido a casa de creyentes, a los tuyos, y estos te critican:
no aceptan que el Padre se acerque tanto a un hombre;
¿no es éste Jesús, el hijo de José... no conocemos a su padre y a su madre?
¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
” (Jn 6, 42).

Tu respuesta les invita a entrar en su interior, en su experiencia de fe:
todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”;
nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado” (Jn 6, 45.44).

Entonces, como hoy, muchos creyentes viven una fe alienada, pervertida:
- “llamamos Dios a lo que no es Dios, y no-Dios a lo que es Dios” (Afirmación de Lutero, WA 7,207. Obras de Lutero, Weimar 1883s., citadas con la sigla WA);
- le alabamos, cantamos y danzamos para él, le “fatigamos” con nuestros ruegos (la antigüedad ridiculizó esta actividad. Baste recordar al poeta latino Horacio su “fatigare deos”: Carmina I,2);
- le creemos aislado en su cielo, caprichoso y rival de nuestra libertad;
- es un “dios” que busca sus propios intereses y que pone al hombre a su servicio;
- muchos han visto en la vida creyente insensibilidad a la injusticia, alejamiento,
desprecio o incluso negación del hombre de carne y hueso (Feuerbach: “yo niego a Dios, y esto quiere decir para mí: yo niego la negación del hombre... La cuestión del ser o no ser de Dios es para mí la cuestión del ser o no ser del hombre... Niego solamente para afirmar: niego el fantasma de la religión sólo para afirmar el ser real del hombre”. Citado por A. TORRES QUEIRUGA, Recuperar la creación. Por una religión humanizadora. Sal Terrae. Santander 1997, pp. 75-76);
- creemos contentarle con ceremonias suntuosas, en templos llenos de tesoros;
- es un “dios” aliado con los poderosos si sus “representantes” son reconocidos...

Si uno sinceramente escucha las convicciones profundas, descubre:
- que “yo no me he creado a mí mismo.
Cuando soy propiamente yo mismo, sé que me soy regalado a mí mismo.
Cuanto más decididamente me hago consciente de mi libertad,
tanto más decididamente me hago también consciente de la Trascendencia”
(W. Kasper. Citado por T. Queiruga, o. c. p. 51);

- que crear es entregarme mi propio ser, mi persona, con todas las consecuencias;
- que el Creador, al regalarme libremente la vida, no piensa en sí mismo sino en mí:
por tanto, quiere exclusivamente nuestro bien;
no desea esclavos ni palmeros que proclamen su gloria;
quiere nuestra existencia y nuestra felicidad en todos los aspectos.

- que el Creador, consciente y amorosamente quiere mi realización personal:
“la gloria de Dios es el hombre viviendo, la vida del hombre es la contemplación Dios”;
“el obrar de Dios consiste en modelar al hombre”,
en facilitar “con sus manos” la realización de todo su ser,
desde la solidez y abismo de la materia hasta el primor de la libertad,
porque toda su realidad es “imagen y semejanza de Dios”
(Adv. Haer., V, 15,2. Cf. A. ORBE, Introducción a la teología de los siglos II y III,
Salamanca 1988, 212-229. GONZÁLEZ FAUS, Carne de Dios, Barcelona 1969);

- que el Creador está empeñado y comprometido en el desarrollo de su criatura:
sigue atento y respetuoso nuestra evolución vital;
hace suya nuestra alegría, lucha con nosotros contra todo mal;
soporta nuestra rebeldía por respeto a nuestra libertad;
sigue siempre junto a nosotros ofreciéndonos compañía y rehabilitación.

Desde esta fe acogemos agradecidos la vida como un don:
nos hacemos conscientes de su riqueza y limitaciones;
nos sentimos llamados a organizarla en armonía personal y comunitaria;
la entendemos como desarrollo histórico de muchas potencialidades;
comprendemos la voluntad de Padre como amor gratuito a todos;
- como liberación de las esclavitudes e injusticias;
- como mesa compartida y gozo en el mutuo servicio;
- como “un mar de amor en el que el hombre está engolfado,
no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor” (San Juan de la Cruz: Llama de amor viva, Canción 2, n.10, en Vida y Obras completas, Ed. Espiritualidad. Madrid 19802, p. 950).

Al contemplar tu vida, Jesús de Nazaret, nos sentimos atraídos y fascinados:
coincide plenamente con lo que “hemos escuchado al Padre” en nuestro corazón.

Rufo González
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