DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (05.10.2014)
Clero y dirigentes eclesiales (“sacerdotes y ancianos”) no respetan al Hijo
Introducción: “tendrán respeto a mi hijo” (Mt 21, 33-43)
La introducción evangélica (“en el aquel tiempo, dijo Jesús a los sacerdotes y ancianos del pueblo”) nos sitúa en el diálogo del domingo pasado entre Jesús y los dirigentes de su pueblo. La parábola de los viñadores homicidas es otra reacción de Jesús a estos dirigentes inquisitoriales.
La viña es metáfora bíblica del pueblo de Israel (Is 5, 1ss; Jr 2,21; Ez 15,1ss; Os 10,1). El texto de Isaías, leído en parte hoy (5, 1-7), es un magnífico “canto de amor de amigo”. Isaías, “amigo de Dios” canta el amor de su amigo Dios al Pueblo, su viña. La parábola evangélica sigue la alegoría con los arrendatarios de la viña, los dirigentes de Israel. Los profetas, enviados del Padre a buscar frutos, son rechazados siempre. El último enviado, el Hijo, Jesús, es la última oportunidad para pedir frutos de amor (“derecho y justicia”). Las primeras comunidades ven realizada la parábola en Jesús, el Hijo de Dios, “empujado fuera de la viña y asesinado”.
Como Isaías, se pide a los oyentes que juzguen: “ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”. Ahí tienen su propia condena: “arrendará la viña a otros labradores que entreguen los frutos a sus tiempos”. La contestación de Jesús interpreta el Salmo 118, 22-23: “la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular...”. Rotundamente les dice: “se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (21, 43). La viña, pues, no se dará a “otros dirigentes”, sino a un “pueblo que produzca frutos”. La versión litúrgica no recoge las consecuencias: “los sumos sacerdotes y fariseos... comprendieron que se estaba refiriendo a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta” (21, 45-46).
Esta situación se repite en la historia, también de la Iglesia
La parábola advierte que hay vida cuando se respetan todas las vidas. Dirigentes que no dejan vivir e incluso matan en nombre de Dios son farsantes del amor divino. No se puede defender al Dios de la vida con la muerte de nadie. En todo asesinado está muriendo el Padre que le dio la vida. Jesús fue asesinado por unos dirigentes religiosos que creían así dar gloria a su Dios. Jesús matado es ahora la “piedra angular” de la viña de Dios: donde el odio ha sido vencido, y sólo tiene carta de ciudadanía el amor y la paz. Jesús se deja matar antes que matar él a ningún hijo de Dios, hermano suyo. Pero no sólo la muerte impide vivir. Hay muchos modos de agredir a la vida: el hambre, la enfermedad, el paro forzoso, la incultura, la tiranía, el miedo, el acoso laboral, los salarios bajos...
Dirigentes eclesiales persiguen profetas: excomulgan a quienes no cumplen sus leyes (por impedir realizarse como personas), marginan a quienes denuncian su hipocresía como “desafección” a la Iglesia, exigen y priman la vestimenta clerical, reclaman títulos indignos del Evangelio. El sistema clerical, sus leyes, ritos, teología “complaciente”, “acepción de personas”... dificulta el Evangelio. Como los “sacerdotes y ancianos”, no respetan al Hijo, a quienes viven más como Jesús: los que visten y son “como uno de tantos” entre hermanos de la comunidad, los que animan y respetan todos los carismas, los que quieren que la Iglesia reconozca los derechos humanos, los que tratan de que en las comunidades no haya “judío ni griego, esclavo o libre, varón o hembra, sino que todos sean uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28), los que trabajan para no ser gravosos a la comunidad (“si los curas tuvieran salida profesional, nos quedaríamos sin ellos”, oí decir a un obispo contra el trabajo civil)...
Los dirigentes se creen propietarios de la viña, se hacen llamar más que señores (“monseñores, excelencias, eminencias, santidades, beatitudes...). Se autoeligen para perpetuarse en el poder y vivir de la institución. Cercenan la libertad y se guarecen con leyes oportunistas. Se oponen a comunidades “adultas”: donde se respetan los carismas, se eligen los cargos, se revisan desde el Evangelio, se piensa que “lo que afecta a todos ha de ser tratado y aprobado por todos” (“espíritu tradicional en la Iglesia y en la cristiandad”, dice Y. Congar). Ya Pedro advertía a los pastores: “apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando no forzados, sino de buena gana, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, siendo modelos de la grey” (1Pe 5, 2-3). Sin comunidad “adulta” no puede vivirse esta recomendación petrina.
Oración: “tendrán respeto a mi hijo”. (Mt 21, 33-43)
Jesús, servidor de los hermanos.
Esta parábola nos lleva a contemplar al Padre trabajando:
plantando la viña de nuestra vida, primera gracia, primer don;
rodeándola con su amor incondicional, gratuito, desinteresado;
construyendo nuestra conciencia vigilante y esperanzada;
entregándonos a nuestra libertad, dueños de nuestra vida;
poniendo “su gloria en nuestra vida humana” (San Ireneo);
enviándote a ti, el Hijo a vivir entre nosotros, en “justicia y derecho”;
derramando su Espíritu para inspirarnos tu camino.
Como los arrendatarios de la viña, hemos pervertido nuestra existencia:
-negamos que la vida, entregada a nuestra libertad, sea también don del cielo;
-nos instalamos en el egoísmo y la violencia como fuentes de vida;
-ahogamos el Espíritu de amor con mil hostilidades y avaricias;
-la conciencia, infectada de egoísmo y soberbia, no escucha el Amor;
-sacrificamos la vida a ídolos y banalidades a nuestra medida;
-“la gloria de Dios” la confundimos con nuestra imaginación religiosa,
Esta parábola llama directamente a las comunidades cristianas:
“el reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos”;
eso somos nosotros: grupos llamados a vivir y proclamar el Reino;
discípulos que renuncian a la avaricia del dinero, del brillo, del poder;
hermanos que viven la igualdad, el amor, la libertad, la vida;
personas que quieren ser fermento del Reino.
¡Cuánta revisión aporta la parábola a la Iglesia!
a quienes deberían “trabajar duro haciéndose cargo de vosotros” (1Tes 5,12);
a los representantes institucionales, a veces tan poca “memoria tuya”;
a todos, miembros activos y responsables de derechos y deberes...
Ayúdanos, Jesús de la viña, a sentirnos pueblo tuyo:
-a recibir tus dones, tus palabras, tus cuidados, tu amor;
-a adorar al Padre “en espíritu y en verdad”, en la vida real;
-a luchar contra el hambre, la enfermedad, la marginación...;
-a vivir el “no ha de ser así entre vosotros,
sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,
y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mc 10,35-45);
-a ser hermanos: “no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro;
y vosotros sois todos hermanos.
Ni llaméis a nadie `Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
Ni tampoco os dejéis llamar ‘Directores’, porque uno solo es vuestro Director: Cristo.
El mayor entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,8-12).
Rufo González
Introducción: “tendrán respeto a mi hijo” (Mt 21, 33-43)
La introducción evangélica (“en el aquel tiempo, dijo Jesús a los sacerdotes y ancianos del pueblo”) nos sitúa en el diálogo del domingo pasado entre Jesús y los dirigentes de su pueblo. La parábola de los viñadores homicidas es otra reacción de Jesús a estos dirigentes inquisitoriales.
La viña es metáfora bíblica del pueblo de Israel (Is 5, 1ss; Jr 2,21; Ez 15,1ss; Os 10,1). El texto de Isaías, leído en parte hoy (5, 1-7), es un magnífico “canto de amor de amigo”. Isaías, “amigo de Dios” canta el amor de su amigo Dios al Pueblo, su viña. La parábola evangélica sigue la alegoría con los arrendatarios de la viña, los dirigentes de Israel. Los profetas, enviados del Padre a buscar frutos, son rechazados siempre. El último enviado, el Hijo, Jesús, es la última oportunidad para pedir frutos de amor (“derecho y justicia”). Las primeras comunidades ven realizada la parábola en Jesús, el Hijo de Dios, “empujado fuera de la viña y asesinado”.
Como Isaías, se pide a los oyentes que juzguen: “ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”. Ahí tienen su propia condena: “arrendará la viña a otros labradores que entreguen los frutos a sus tiempos”. La contestación de Jesús interpreta el Salmo 118, 22-23: “la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular...”. Rotundamente les dice: “se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (21, 43). La viña, pues, no se dará a “otros dirigentes”, sino a un “pueblo que produzca frutos”. La versión litúrgica no recoge las consecuencias: “los sumos sacerdotes y fariseos... comprendieron que se estaba refiriendo a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta” (21, 45-46).
Esta situación se repite en la historia, también de la Iglesia
La parábola advierte que hay vida cuando se respetan todas las vidas. Dirigentes que no dejan vivir e incluso matan en nombre de Dios son farsantes del amor divino. No se puede defender al Dios de la vida con la muerte de nadie. En todo asesinado está muriendo el Padre que le dio la vida. Jesús fue asesinado por unos dirigentes religiosos que creían así dar gloria a su Dios. Jesús matado es ahora la “piedra angular” de la viña de Dios: donde el odio ha sido vencido, y sólo tiene carta de ciudadanía el amor y la paz. Jesús se deja matar antes que matar él a ningún hijo de Dios, hermano suyo. Pero no sólo la muerte impide vivir. Hay muchos modos de agredir a la vida: el hambre, la enfermedad, el paro forzoso, la incultura, la tiranía, el miedo, el acoso laboral, los salarios bajos...
Dirigentes eclesiales persiguen profetas: excomulgan a quienes no cumplen sus leyes (por impedir realizarse como personas), marginan a quienes denuncian su hipocresía como “desafección” a la Iglesia, exigen y priman la vestimenta clerical, reclaman títulos indignos del Evangelio. El sistema clerical, sus leyes, ritos, teología “complaciente”, “acepción de personas”... dificulta el Evangelio. Como los “sacerdotes y ancianos”, no respetan al Hijo, a quienes viven más como Jesús: los que visten y son “como uno de tantos” entre hermanos de la comunidad, los que animan y respetan todos los carismas, los que quieren que la Iglesia reconozca los derechos humanos, los que tratan de que en las comunidades no haya “judío ni griego, esclavo o libre, varón o hembra, sino que todos sean uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28), los que trabajan para no ser gravosos a la comunidad (“si los curas tuvieran salida profesional, nos quedaríamos sin ellos”, oí decir a un obispo contra el trabajo civil)...
Los dirigentes se creen propietarios de la viña, se hacen llamar más que señores (“monseñores, excelencias, eminencias, santidades, beatitudes...). Se autoeligen para perpetuarse en el poder y vivir de la institución. Cercenan la libertad y se guarecen con leyes oportunistas. Se oponen a comunidades “adultas”: donde se respetan los carismas, se eligen los cargos, se revisan desde el Evangelio, se piensa que “lo que afecta a todos ha de ser tratado y aprobado por todos” (“espíritu tradicional en la Iglesia y en la cristiandad”, dice Y. Congar). Ya Pedro advertía a los pastores: “apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando no forzados, sino de buena gana, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, siendo modelos de la grey” (1Pe 5, 2-3). Sin comunidad “adulta” no puede vivirse esta recomendación petrina.
Oración: “tendrán respeto a mi hijo”. (Mt 21, 33-43)
Jesús, servidor de los hermanos.
Esta parábola nos lleva a contemplar al Padre trabajando:
plantando la viña de nuestra vida, primera gracia, primer don;
rodeándola con su amor incondicional, gratuito, desinteresado;
construyendo nuestra conciencia vigilante y esperanzada;
entregándonos a nuestra libertad, dueños de nuestra vida;
poniendo “su gloria en nuestra vida humana” (San Ireneo);
enviándote a ti, el Hijo a vivir entre nosotros, en “justicia y derecho”;
derramando su Espíritu para inspirarnos tu camino.
“La gloria de Dios... está... en la vida del hombre.
Se trata de un interés infinitamente transitivo,
por estar infinitamente libre de todo egoísmo...
De modo que aquello por lo que Dios se interesa en el hombre y en la mujer
es todo, en cuanto realización positiva de su ser...
Dios no es, en efecto, nada religioso, porque,
si la religión es pensar en Dios y servir a Dios,
el Abbá de Jesús no piensa en sí mismo ni busca ser servido.
Él piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro bien:
no quiere siervos ni desea incensarios que proclamen su gloria.
Nos busca a nosotros, desea nuestra existencia y nuestra felicidad.
Por eso, Dios no ha creado hombres y mujeres religiosos,
sino, simple y llanamente, hombres y mujeres humanos...”
(A. Torres Queiruga: Recuperar la creación. Sal Terrae. Santander 1997, p. 74).
Como los arrendatarios de la viña, hemos pervertido nuestra existencia:
-negamos que la vida, entregada a nuestra libertad, sea también don del cielo;
-nos instalamos en el egoísmo y la violencia como fuentes de vida;
-ahogamos el Espíritu de amor con mil hostilidades y avaricias;
-la conciencia, infectada de egoísmo y soberbia, no escucha el Amor;
-sacrificamos la vida a ídolos y banalidades a nuestra medida;
-“la gloria de Dios” la confundimos con nuestra imaginación religiosa,
“pensando que a Dios sólo le interesa lo directamente relacionado con lo sagrado.
Lo demás sería literalmente profano, delante y fuera del templo:
distracción neutra, en el mejor de los casos; o pecado, en el peor...
Es la reducción de la espiritualidad a un espiritualismo desencarnado y abstracto,
alejado de la vida real y ajeno al cuerpo.
Como si la espiritualidad remitiese a la otra vida y no llamase, más bien,
a vivir a fondo esta vida, con la máxima calidad, en todas y cada una de sus dimensiones: corporales y anímicas, individuales y comunitarias, en su fugacidad y en su permanencia.
Aquí, sí, se incluye la maravilla ya vivida de esa otra vida, porque ésta es ya vida eterna” (A. Torres Queiruga: o.c. p. 72).
Esta parábola llama directamente a las comunidades cristianas:
“el reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos”;
eso somos nosotros: grupos llamados a vivir y proclamar el Reino;
discípulos que renuncian a la avaricia del dinero, del brillo, del poder;
hermanos que viven la igualdad, el amor, la libertad, la vida;
personas que quieren ser fermento del Reino.
¡Cuánta revisión aporta la parábola a la Iglesia!
a quienes deberían “trabajar duro haciéndose cargo de vosotros” (1Tes 5,12);
a los representantes institucionales, a veces tan poca “memoria tuya”;
a todos, miembros activos y responsables de derechos y deberes...
Ayúdanos, Jesús de la viña, a sentirnos pueblo tuyo:
-a recibir tus dones, tus palabras, tus cuidados, tu amor;
-a adorar al Padre “en espíritu y en verdad”, en la vida real;
-a luchar contra el hambre, la enfermedad, la marginación...;
-a vivir el “no ha de ser así entre vosotros,
sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,
y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mc 10,35-45);
-a ser hermanos: “no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro;
y vosotros sois todos hermanos.
Ni llaméis a nadie `Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
Ni tampoco os dejéis llamar ‘Directores’, porque uno solo es vuestro Director: Cristo.
El mayor entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,8-12).
Rufo González