Domingo 6º Pascua B 2ª lect. (06.05.2018): el Amor exige cambiar leyes eclesiales

Comentario:Sólo quien ama conoce a Dios” (1Jn 4, 7-10)
Sólo amando gratuitamente se conoce a Dios (vv. 7-8)
El texto pertenece a la tercera parte de la primera carta de Juan: “Dios es amor” (4, 7 – 5, 12). En esta parte se habla, sobre todo, del amor a los otros: “amigos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (4, 7-8). Aparece aquí seis veces el mismo lexema o raíz: agap-etói, agap-ómen, agáp-e (2), agap-ón (2). Vocablo raro en griego clásico, pero muy frecuente en el Nuevo Testamento (320 veces). Suele traducirse por “amor” o “caridad”. Benedicto XVI:
“`Agápe´ es la expresión característica para la concepción bíblica del amor... El amor es ocuparse y preocuparse por el otro. No se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca” (Enc. “Deus caritas est”, n. 6).


Es el amor gratuito y universal, que Jesús predicaba (Mt 5,38-48; Lc 6,27-38) como propio de Dios.
Estas comunidades de la carta están persuadidas de que “Dios es amor”. “Amor”, el predicado del sujeto Dios. Afirman que el amor a los demás es señal de que se ama a Dios. Así lo dicen con claridad meridiana: “Si alguno dice: `Yo amo a Dios´, y odia a su hermano, es un embustero; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20).

Jesús, regalo divino para la humanidad (vv. 9-10)
En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: en que ha mandado a su Hijo único al mundo para que nosotros vivamos por él” (v.9). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como víctima expiatoria por nuestros pecados” (v.10). Este amor no es respuesta a nuestra conducta. Es puro don, pura gracia, puro regalo del Padre que envía al Hijo de sus entrañas “para que tengamos vida a través de Él”. Aceptando a su Hijo, recibimos su mismo Espíritu que nos capacita para vivir como Jesús: en el amor filial que responde a su amor paterno (Jn 1, 16-17).
Decir que Jesús es “propiciación” (“víctima expiatoria”, traduce la versión litúrgica) es un modo de expresar el amor perdonador divino que revela Jesús: Dios ama y perdona, es “propicio” tal como describe la parábola del padre perdonador (Lc 15, 11-32). Ya dije en el comentario de 1Jn 2, 1-5 (tercer domingo de pascua) que traducir “hilasmós” por “víctima de propiciación” es equívoco. Si se entiende “víctima” del “mundo” por amar como Dios, por ser “propicio” a pecadores y alejados de la religión..., bien. Pero “víctima de satisfacción”, “sustitución”, “expiación” o “compensación” de ofensa infinita... no concuerda con el Padre de Jesús. Supondría un “dios” violento, sádico, egoísta... “Hilasmós” es “medio por el cual los pecados son perdonados”. Jesús es mediador del Dios perdonador, nos revela que Dios nunca se aleja de nosotros, es el Padre-Madre Amor.

Oración:Sólo quien ama conoce a Dios” (1 Jn 4,7-10)

Jesús, revelador del amor de Dios:
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor...
Amaos unos a otros como yo os he amado...
(Jn 15, 9-17).
"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor
" (1Jn 4, 7-8).

La Encíclica “Deus caritas est” actualiza este amor:
“Podemos fijar nuestra mirada sobre ti, el Traspasado,
reconociendo el designio del Padre que, movido por el amor,
te ha enviado, Hijo unigénito, al mundo para redimirnos.
Al morir en la cruz..., Jesús, `entregaste el espíritu´,
preludio del don del Espíritu Santo que otorgarías después de tu resurrección.
Se cumpliría así la promesa de los `torrentes de agua viva´ que,
por la efusión del Espíritu, manarían de las entrañas de los creyentes.

El Espíritu, potencia interior que armoniza nuestro corazón con el tuyo, Cristo:
nos mueve a amar a los hermanos como Tú los has amado,
cuando te has puesto a lavar los pies de tus discípulos y, sobre todo,
cuando has entregado tu vida por todos.

El Espíritu transforma el corazón de la Comunidad eclesial:
para que sea en el mundo testigo del amor del Padre,
que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia.

Toda la actividad de la Iglesia es expresión de un amor:
que busca el bien integral del ser humano:
busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos...;
busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana.
El amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente
los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres”
(Benedicto XVI: Encíclica “Deus caritas est”, n.19).


Recuerdo esta llamada de un profeta actual al amor dentro de la Iglesia:
“¿Qué es lo que los presbíteros de hoy, a través de su disminución numérica,
de sus escándalos, de su prepotencia clerical, de su insatisfacción existencial,
de su perplejidad ante la disminución de vocaciones, de sus problemas económicos
y afectivos no resueltos ... nos están diciendo a los demás miembros de la iglesia?...

No basta exigir a los sacerdotes orden, disciplina, obediencia, fidelidad y piedad...
Hay que escuchar un clamor que surge de muchas vidas de sacerdotes
que desearían un estilo presbiteral diferente, en una iglesia diferente.
A través de este clamor podemos percibir un auténtico signo de los tiempos,
la voz del Espíritu que se manifiesta a través de ambigüedades y tal vez de errores,
pero que debe ser discernida y no puede ser extinguida ni apagada...

La comunidad tiene derecho a tener los ministros necesarios
para poder vivir plenamente su vida eclesial como Pueblo de Dios.
Ahora bien, la eucaristía es esencial y básica para la vida de la iglesia,
porque en ella participamos sacramentalmente del misterio pascual de Jesús...,
y la tradición siempre ha afirmado que el que preside la comunidad eclesial
debe también presidir la eucaristía, que es fuente y cumbre de la vida eclesial.
En lenguaje jurídico podríamos afirmar que el derecho de una comunidad
a poder participar de la eucaristía es un derecho divino,
que pasa por delante de todas las leyes eclesiásticas, por venerables que sean.”
(Víctor Codina, S. J.: “Pacíficas consideraciones sobre la vida de los presbíteros”.
Selecciones de Teología. Vol. 51. Nº 201. Enero-marzo 2012. Pág. 3-12).


Jesús, amor de Dios, ¿cómo responderías tú ante esta situación?:
¿con el silencio, mirando para otra parte...?;
¿manteniendo el celibato como ley obligatoria para el ministerio?;
¿prohibiendo el ministerio a presbíteros y obispos que optan por casarse?;
¿qué haría tu amor ante “la tristeza, la impotencia, la decepción, la soledad...”
de tantos servidores de nuestras comunidades?

Danos tu amor para
compartir “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias” (GS 1)
de todos los seres humanos, también de los servidores de la Iglesia.

Rufo González
Leganés (Madrid)
Volver arriba