Domingo 2º Pascua B 2ª lect. (08.04.2018): “Domingo de la divina misericordia”
Comentario: “todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo” (1Jn 5,1-6)
En los domingos de Pascua del ciclo B se leen fragmentos de la Primera Carta de Juan. Dirigida a comunidades de la provincia romana de Asia, cuya capital era Éfeso, carece de remitente, saludos, destinatarios y despedida. Puede considerarse una “carta encíclica”, de estilo didáctico y homilético.
Los gnósticos siguen entre nosotros
Los gnósticos infectaron las primeras comunidades con teorías evasivas. La salvación era “gnosis” (en griego: conocimiento) de Dios. Jesús no es Dios, pues Dios no puede encarnarse. Cristo viene en el bautismo sobre Jesús, pero lo deja antes de la pasión y muerte. No importa su vida histórica, sino su mensaje celestial. “La vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo” (Jn 17, 3). Está vigente hoy de algún modo. Lo recuerda la Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe (22.02.2018):
Una cristiana sencilla, al pedir ayuda a un sacerdote, intuye el gnosticismo vigente hoy:
Dos verdades cristianas fundamentales e interconectadas:
a) “Jesús es el Cristo (el Mesías)” es la gran afirmación frente al gnosticismo. Jesús y el Cristo son la misma persona. Quien cree esta verdad “ha nacido de Dios”. Es la misma afirmación evangélica (Jn 1,12-13): quien acepta a la Palabra hecha carne “ha nacido de Dios”, recibe su Espíritu, fuerza que le capacita para llamarse y ser hijo de Dios.
b) El amor a los demás arranca del amor a Dios (“aquel que da el ser”). Los gnósticos presumían de amar a Dios, pero odiaban a quienes no les hacían caso (3,15). Se portaban igual que “el mundo” (3, 16-17): “si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?”. Si se ama al Padre, se ama sus hijos: “conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandatos”. Amar a Dios y odiar a sus hijos es imposible; si alguno dice tal cosa está mintiendo (4,20).
Esta fe y amor son los que vencen al mundo
Así lo hizo Jesús que “vino en el agua y en la sangre”. Jesús recibió el Espíritu en el bautismo y respondió a la voluntad del Padre dando su vida (sangre). Creyendo a Jesús, recibimos su Espíritu (unción o consagración del bautismo) que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y oramos llamándole ¡Padre-Madre!. Este Espíritu nos da la vida nueva -“nuevo nacimiento”- y nos capacita para vencer al mundo, como Jesús. La eucaristía, memorial de la entrega de Jesús, nos une y fortalece para hacer realidad nuestra entrega amorosa a favor de todos.
Oración: “Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo” (1Jn 5,1-6)
Jesús, ungido con el Espíritu de Dios:
tú sentías que este Espíritu bajaba y descansaba sobre ti;
te hacía escuchar al Padre: “¡Hijo mío eres tú!”;
te urgía a ser buena noticia para los pobres;
te incitaba a proclamar y reconocer la libertad en toda persona;
abría contigo los ojos cegados por el egoísmo, el odio, la ignorancia...;
hacía perceptible en tu vida la entraña del Dios verdadero:
- el que hacía salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos;
- el buen pastor que busca la oveja extraviada;
- la mujer que barre, mira y remira, hasta encontrar la moneda perdida;
- el padre que espera la vuelta, no regaña, celebra y devuelve la dignidad de hijo...
Leemos hoy en la carta de Juan:
que todo el que cree que tú, “Jesús, eres el Cristo, ha nacido de Dios”;
es lo mismo que escribió en su evangelio:
quien recibe la Palabra hecha carne, “ha nacido de Dios” (Jn 1,12-13).
Este nacimiento lo celebramos en bautismo:
el nuevo nacimiento “por el agua y el Espíritu” (Jn 3, 5);
es la vida nueva en el Espíritu que nos habita;
- nos “hace hijos y permite gritar: ¡Padre!”;
- “asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios, coherederos contigo” (Rm 8, 15-17).
Tu vida, Jesús de Nazaret, ha sido comunicación de Dios:
nos das tu Espíritu “para hacer tus mismas obras y aún mayores” (Jn 14,12);
“de tu plenitud todos hemos recibido un amor que responde al Amor” (Jn 1,16);
es el Espíritu “la gracia en que estamos” (Rm 5, 2):
- orando en soledad y en grupo;
- curando, acogiendo, dignificando...;
- conviviendo en las comunidades cristianas...
Este Espíritu “vence al mundo”:
al “mundo” de egoísmo, odio, mentira, encumbramiento, honores...;
al “mundo” de usura y especulación:
- “si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas,
¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17);
al “mundo” de las religiones:
- que consagran dignidades, privilegios, categorías...;
- dividen y enfrentan, desprecian e incluso matan en nombre de Dios;
- viven centradas en sus dogmas, ritos y conductas;
- hablan de pobreza revestidas de oro y honores imperiales;
- exhortan al diálogo sin tolerar el diálogo en su interior...
Este Espíritu nos dice que tú eres el Mesías de Dios:
el Mesías que viene “con agua”, es decir, con Espíritu divino;
el Mesías que viene “con sangre”, es decir, con amor que da la vida.
Mirando tu vida, percibimos:
que “no encontraste a Dios en el templo y sus ceremonias, ni en el altar y sus sacrificios,
ni en los sacerdotes y su excelsa dignidad, ni en la fiel observancia de las normas
y rituales de pureza sagrada...”;
que “encontraste a Dios en la soledad de tu oración retirada...”;
que “encontraste a Dios en una forma de vivir que atrajo y sedujo
a los últimos de este mundo, a los pobres y enfermos,
a los ignorantes y desvalidos, a los pecadores,
a las mujeres, a las gentes peor vistas por la religión,
a todos los que la observancia religiosa de entonces marginaba o excluía...”;
que “acogiste a los que la religión rechazaba, bendijiste a los que la religión maldecía,
defendiste a los que la religión atacaba, perdonaste a los que la religión condenaba”
(J. M. Castillo: “La Humanización de Dios...” Trotta. 2ª ed. Madrid 2010; p. 266)
“A la divinidad nadie la ha visto nunca:
tú, Hijo único, Dios, que estás de cara al Padre, has sido la explicacióna “con agua y con sangre” inspiren nuestra existencia entera;
que tu Espíritu de amor llene nuestra vida.
Amén. Amén Amén.
Rufo González
Leganés (Madrid)
En los domingos de Pascua del ciclo B se leen fragmentos de la Primera Carta de Juan. Dirigida a comunidades de la provincia romana de Asia, cuya capital era Éfeso, carece de remitente, saludos, destinatarios y despedida. Puede considerarse una “carta encíclica”, de estilo didáctico y homilético.
Los gnósticos siguen entre nosotros
Los gnósticos infectaron las primeras comunidades con teorías evasivas. La salvación era “gnosis” (en griego: conocimiento) de Dios. Jesús no es Dios, pues Dios no puede encarnarse. Cristo viene en el bautismo sobre Jesús, pero lo deja antes de la pasión y muerte. No importa su vida histórica, sino su mensaje celestial. “La vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo” (Jn 17, 3). Está vigente hoy de algún modo. Lo recuerda la Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe (22.02.2018):
“Un cierto neo-gnosticismo presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo (`donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos´ -EG, 94-) que consiste en elevarse `con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida´ (Francisco: Lumen fidei, n. 47)” (nº 3).
Una cristiana sencilla, al pedir ayuda a un sacerdote, intuye el gnosticismo vigente hoy:
“Le dije que cualquier ayuda era bien recibida y que actuara con misericordia. Y repasé todos los pasajes y parábolas donde Jesús actúa movido por la compasión... Ni siquiera me sostuvo la mirada por más que se la busqué para tratar de comprender en qué estaba pensando. No me he sentido más humillada y desamparada en mi vida. No sé en otros contextos, pero en este en particular, intuyo que para el Sr. Ecónomo la vía de su salvación debe hallarla en un soliloquio intimista”.
Dos verdades cristianas fundamentales e interconectadas:
a) “Jesús es el Cristo (el Mesías)” es la gran afirmación frente al gnosticismo. Jesús y el Cristo son la misma persona. Quien cree esta verdad “ha nacido de Dios”. Es la misma afirmación evangélica (Jn 1,12-13): quien acepta a la Palabra hecha carne “ha nacido de Dios”, recibe su Espíritu, fuerza que le capacita para llamarse y ser hijo de Dios.
b) El amor a los demás arranca del amor a Dios (“aquel que da el ser”). Los gnósticos presumían de amar a Dios, pero odiaban a quienes no les hacían caso (3,15). Se portaban igual que “el mundo” (3, 16-17): “si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?”. Si se ama al Padre, se ama sus hijos: “conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandatos”. Amar a Dios y odiar a sus hijos es imposible; si alguno dice tal cosa está mintiendo (4,20).
Esta fe y amor son los que vencen al mundo
Así lo hizo Jesús que “vino en el agua y en la sangre”. Jesús recibió el Espíritu en el bautismo y respondió a la voluntad del Padre dando su vida (sangre). Creyendo a Jesús, recibimos su Espíritu (unción o consagración del bautismo) que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y oramos llamándole ¡Padre-Madre!. Este Espíritu nos da la vida nueva -“nuevo nacimiento”- y nos capacita para vencer al mundo, como Jesús. La eucaristía, memorial de la entrega de Jesús, nos une y fortalece para hacer realidad nuestra entrega amorosa a favor de todos.
Oración: “Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo” (1Jn 5,1-6)
Jesús, ungido con el Espíritu de Dios:
tú sentías que este Espíritu bajaba y descansaba sobre ti;
te hacía escuchar al Padre: “¡Hijo mío eres tú!”;
te urgía a ser buena noticia para los pobres;
te incitaba a proclamar y reconocer la libertad en toda persona;
abría contigo los ojos cegados por el egoísmo, el odio, la ignorancia...;
hacía perceptible en tu vida la entraña del Dios verdadero:
- el que hacía salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos;
- el buen pastor que busca la oveja extraviada;
- la mujer que barre, mira y remira, hasta encontrar la moneda perdida;
- el padre que espera la vuelta, no regaña, celebra y devuelve la dignidad de hijo...
Leemos hoy en la carta de Juan:
que todo el que cree que tú, “Jesús, eres el Cristo, ha nacido de Dios”;
es lo mismo que escribió en su evangelio:
quien recibe la Palabra hecha carne, “ha nacido de Dios” (Jn 1,12-13).
Este nacimiento lo celebramos en bautismo:
el nuevo nacimiento “por el agua y el Espíritu” (Jn 3, 5);
es la vida nueva en el Espíritu que nos habita;
- nos “hace hijos y permite gritar: ¡Padre!”;
- “asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios, coherederos contigo” (Rm 8, 15-17).
Tu vida, Jesús de Nazaret, ha sido comunicación de Dios:
nos das tu Espíritu “para hacer tus mismas obras y aún mayores” (Jn 14,12);
“de tu plenitud todos hemos recibido un amor que responde al Amor” (Jn 1,16);
es el Espíritu “la gracia en que estamos” (Rm 5, 2):
- orando en soledad y en grupo;
- curando, acogiendo, dignificando...;
- conviviendo en las comunidades cristianas...
Este Espíritu “vence al mundo”:
al “mundo” de egoísmo, odio, mentira, encumbramiento, honores...;
al “mundo” de usura y especulación:
- “si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas,
¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17);
al “mundo” de las religiones:
- que consagran dignidades, privilegios, categorías...;
- dividen y enfrentan, desprecian e incluso matan en nombre de Dios;
- viven centradas en sus dogmas, ritos y conductas;
- hablan de pobreza revestidas de oro y honores imperiales;
- exhortan al diálogo sin tolerar el diálogo en su interior...
Este Espíritu nos dice que tú eres el Mesías de Dios:
el Mesías que viene “con agua”, es decir, con Espíritu divino;
el Mesías que viene “con sangre”, es decir, con amor que da la vida.
Mirando tu vida, percibimos:
que “no encontraste a Dios en el templo y sus ceremonias, ni en el altar y sus sacrificios,
ni en los sacerdotes y su excelsa dignidad, ni en la fiel observancia de las normas
y rituales de pureza sagrada...”;
que “encontraste a Dios en la soledad de tu oración retirada...”;
que “encontraste a Dios en una forma de vivir que atrajo y sedujo
a los últimos de este mundo, a los pobres y enfermos,
a los ignorantes y desvalidos, a los pecadores,
a las mujeres, a las gentes peor vistas por la religión,
a todos los que la observancia religiosa de entonces marginaba o excluía...”;
que “acogiste a los que la religión rechazaba, bendijiste a los que la religión maldecía,
defendiste a los que la religión atacaba, perdonaste a los que la religión condenaba”
(J. M. Castillo: “La Humanización de Dios...” Trotta. 2ª ed. Madrid 2010; p. 266)
“A la divinidad nadie la ha visto nunca:
tú, Hijo único, Dios, que estás de cara al Padre, has sido la explicacióna “con agua y con sangre” inspiren nuestra existencia entera;
que tu Espíritu de amor llene nuestra vida.
Amén. Amén Amén.
Rufo González
Leganés (Madrid)