Domingo 28º TO C (09.10. 2016): “Conocimiento interno de tanto bien recibido”

Introducción:¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?” (Lc 17, 11-19)

Levántate, vete, tu fe te ha salvado
No son los ritos religiosos los que curan, sino el amor de Dios manifestado en Jesús. Como en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37), en que el sacerdote y el levita no ven la voluntad de Dios. Ahora sólo el samaritano, el no religioso recto, percibe lo correcto: acude a dar gracias porque sabe quién le ha curado. Las personas religiosas priman los dogmas, ritos, celebraciones. Creen que las doctrinas, ritos y celebraciones curan, consiguen éxitos en los estudios, en la lotería... Así sobreactúan en ritos, velas, oraciones milagrosas, peregrinaciones... Desatienden los derechos humanos, la justicia, la gratitud humana, la sensibilidad en mil aspectos. Toda religión tiende a postergar la más clara humanidad -el mandamiento más elemental de Dios- y “aferrarse a sus tradiciones” creyéndolas más importantes y eficaces (Mt 15, 1-20; Mc 7, 1-23). Ejemplo claro es el Derecho Canónico de la Iglesia donde faltan derechos humanos y sobran imposiciones innecesarias.

Los marginados acuden a Jesús
El grupo de leprosos (mezcla de judíos y samaritanos) representa a los discípulos, marginados por la institución judía. Acuden a Jesús y le llaman “maestro” (Lucas sólo usa este término en boca de los discípulos: 5,5; 8,24.45; 9,33.49; “epistates”: presidente, director, jefe, prefecto). Ruegan con el salmo: “ten compasión de nosotros”. Jesús los cura e invita a intergrarse en la sociedad. Por eso les envía a los sacerdotes, es decir, a la institución judía para que certifiquen su curación.

Cuando iban de camino”, (al dejar “su aldea”, símbolo de nacionalismo cerrado), pero antes de llegar al templo (la institución), quedan limpios, purificados. La mayoría sigue hacia el templo, no se desprende de la institución judía que margina a quienes no cumplen sus leyes. La marginación social y religiosa no procede de Dios. Es precepto de Moisés: Mc 1,44; Lc 5,12-16; Lv 14,1-32). Los apegados a los ritos no vuelven a Jesús. Creen que quien les devuelve la salud es la religión, el someterse a sus ritos y ceremonias. Esa es su mentalidad.

Únicamente el samaritano siente la verdad: le ha curado el amor de Jesús
Sólo el samaritano reconoce que Jesús le ha curado. A él le dirigieron la súplica. Sólo el samaritano ha descubierto (al creer en Jesús) que la salvación de todos los males (enfermedad, marginación...) viene al aceptar el reino de Jesús: el amor universal del Padre. La santidad divina es el amor pleno, sin condición ni discriminación. Por el hecho de entrar en esta fe, en el amor activo, nos sentimos agraciados sin merecerlo. Toda la vida la dedicaremos a amar como somos amados. Esta fe salva. “Uno de ellos, viendo que estaba limpio, se volvió alabando a Dios...”. “Volverse” es convertirse al modo de vida de Jesús, al Reino del amor. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado” es el objetivo de esta catequesis. La fe es vivir en amor. Todo acto religioso manifesta este amor.

“Conocimiento interno de tanto bien recibido”
San Ignacio de Loyola en su “Contemplación para Alcanzar Amor” (EE 230-237) propone un modo para descubrir la gratitud: considerar las obras, porque el amor es más cumplido en las obras. Hay que pedir “conocimiento interno de tanto bien recibido” y repasar los bienes recibidos: hemos sido creados, “redimidos” (hemos recibido el Espíritu de Jesús, que nos hace hijos y templos donde Él habita, y capacita para orar y amar como él), tenemos dones particulares; nos da la naturaleza como signo de su vida: vegeta, siente, entiende... para nuestro bien. Más aún: esta fe da a entender a Dios como que “trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre la faz de la tierra” (Jn 5,17). De aquí surge una hermosa oración: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...”.

Oración:¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?” (Lc 17, 11-19)

Jesús del camino hacia Jerusalén:
nos consideramos discípulos tuyos;
caminamos contigo hacia la Jerusalén de nuestra vida;
educas nuestra fe con tus palabras y nuestras circunstancias.

Contemplamos a un grupo de leprosos que te reconoce “maestro”:
están marginados social y religiosamente;
te ruegan compasión, empatía amorosa con su vida;
id a presentaros a los sacerdotes”, les dices para cumplir la formalidad social.

De camino... ven que están limpios”:
han sido recuperados por tu amor sin medida;
no por la institución a cuyo centro (el templo) no han llegado;
has sido tú, Jesús de Nazaret, quien se ha compadecido de ellos;
les has rehabilitado y abrazado sin marginación alguna;
les has amado como el Padre del cielo ama;
les has puesto en pie para que actúen como tú.

Solamente uno de los curados ha experimentado el amor gratuito:
es un samaritano, un hereje, un marginal de la institución;
le has asegurado que aceptar el amor del Padre realiza como personas:
- “tu fe te ha salvado”.

Solamente tú, otro marginal de la institución, has percibido su amor:
valoras su actitud agradecida a Dios, dador de todo bien;
tu gesto de amor, de compasión, ha sido entendido como don de Dios:
- “vuelve dando gloria a Dios”;
ha interpretado la vida, la curación, la aceptación social... como don;
la gratitud que manifiesta es signo de fe verdadera.

Los otros, agraciados por tu amor, quieren ser reconocidos por la institución:
no vuelven a tu amor sin medida, sin gloria humana;
para ellos la gloria divina está en el templo y en sus representantes;
no en un pobre que “no tiene donde reclinar la cabeza”.

Prefieren vivir al amparo del poder que legitima y da esplendor:
entran en la escala de la corrección social con aspiraciones;
están dispuestos a la adulación y al silencio cómplice;
aceptan la situación de dominio y desamor.

Reconocer y agradecer a Dios sólo vale para el amor gratuito:
tratar a los demás como uno ha sido tratado;
hacer de la vida un don sin exigir nada a cambio;
ser libre para la verdad y el amor.

Como el samaritano, no fanatizado por la institución judía:
queremos hoy aceptar tu Reino de gracia, de don gratuito;
reconocemos nuestra vida como un regalo del Padre:
- “él nos hizo y somos suyos”;
- “él nos amó primero”;
- “él nos amó y nos envió a su Hijo”, a ti, Jesús del amor a todos;
- “En esto hemos conocido lo que es amor:
en que él (tú, Jesús) dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar la vida por los hermanos
” (1Jn 4,10-11; 3, 16-18).

Creemos que tú, Jesús hermano, y el Padre, con el Espíritu Santo:
“trabajáis y laboráis por mí en todas las cosas criadas sobre la faz de la tierra” (Jn 5, 17).

Sintiéndonos agraciados por tanto bien, hacemos nuestra esta oración:
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;
vos me lo distes, a vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.


Rufo González
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