Domingo 6º C TO 2ª Lect. (17.02.2019): Viviremos siempre en el Amor

Comentario:Cristo ha resucitado... y es primicia de los que han muerto” (1Cor 15,12.16-20)
El domingo pasado leíamos la primera parte del capítulo 15 (vv. 1-11): Jesús ha resucitado. Hoy leemos algunos fragmentos de la segunda parte (vv. 12-34), dedicada a nuestra resurrección (1Cor 15,12.16-20). En los domingos 7º y 8º, leemos la tercera parte (vv.35-58) sobre la condición de nuestra vida resucitada (vv. 45-49 y vv. 54-58).

El Espíritu que nos habita, aval de nuestra resurrección
La segunda parte (vv. 12-34) se inicia con una argumentación por reducción al absurdo: “Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?” (v. 12). La desarrolla en los versículos siguientes (vv. 13-15), no leídos hoy. Si los muertos no resucitan, Jesús tampoco. La predicación y la fe son vanas. Somos testigos falsos de Dios. Argumentación que repite en los versículos de hoy (vv. 16-20): “Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto”. “Primicia” es el primer fruto de la cosecha. La misma palabra (`aparjé´) utiliza Pablo en la carta a los Romanos para describir nuestra esperanza: “también nosotros, que poseemos las primicias (`ten aparjén´) del Espíritu gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Pues hemos sido salvados en esperanza...” (Rm 8,23-24a). El Espíritu nos asegura nuestra comunión con Cristo. El Espíritu se convierte así en “primicia” de la resurrección. Por eso ha dicho un poco antes: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).

La solidaridad entre Cristo y la humanidad es una tesis paulina clara
“Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder [Espíritu]” (1Cor 6,14). “Sabemos que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él” (2Cor 4,14). “Si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús a los que han muerto” (1Tes 4,14). Por tanto, la resurrección de Jesús es garantía de nuestra resurrección, no en sentido temporal, sino en sentido constitutivo del plan salvador divino. Es revelación de nuestro destino. En los versículos siguientes, no leídos hoy, subraya esta consecuencia con la metáfora del “nuevo Adán”. El Génesis interpreta la historia como un proceso degenerativo: el pecado de Adán nos ha acarreado la muerte. Pablo interpreta la vida de Jesús como un proceso contrario, creativo, de regeneración: su vida de amor (según Dios quiere) nos ha llevado a la resurrección: “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección” (15, 21). “Lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados” (15, 22). Vivir como Jesús termina en resurrección.

Oración:Cristo ha resucitado... y es primicia de los que han muerto” (1Cor 15,12.16-20)

Jesús resucitado:
cada domingo es pascua renovada;
las velas de la mesa-altar representan tu vida actual;
ellas recuerdan el cirio pascual;
la lectura de Pablo nos trae hoy el eco de la pascua:
“Cristo ha resucitado de entre los muertos
y es primicia de los que han muerto” (1Cor 15, 20).

Renovamos tu vida en nuestra vida:
recordamos tu condena por sentirte Hijo de Dios;
admiramos tu libertad ante el dinero y el poder;
sentimos tu hambre de justicia-amor para todos;
deseamos vivir en verdad y armonía con la naturaleza;
como tú, confiamos en Dios y vivimos en la seguridad de su amor;
como tú, sufrimos su silencio, su “abandono”,
su respeto por los mecanismos de la naturaleza y de la historia...

“Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre:
y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo.
Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza:
Dios existe, y Dios sabe crear la justicia
de un modo que nosotros no somos capaces de concebir
y que, sin embargo, podemos intuir en la fe.
Sí, existe la resurrección de la carne.
Existe una justicia.
Existe la `revocación´ del sufrimiento pasado,
la reparación que restablece el derecho” (Benedicto XVI: Encícl. SPE SALVI, nº 43).

Tu vida, Jesús de todos, desemboca en la plenitud:
Dios te ha hecho Señor, “te ha levantado sobre todo” (Flp 2,7-9).
resucitado eres un “cuerpo espiritual” (1 Cor 15,44);
sigues siendo el de siempre, Jesús de Nazaret;
lleno de ternura y humanidad;
pero “espiritual”, es decir, has roto el límite de la materia;
has sido “transfigurado en cuerpo de gloria” (Flp 3,21);
eres transparencia, libertad, presencia ilimitada,
no estás atado a ningún tiempo ni lugar.

Eres, Cristo resucitado, “Espíritu vivificante” (l Cor 15,45):
es decir, comunión plena, sin límite ni dificultad,
“carne olvidada de sí misma” (San Ireneo: Adversus Haereses V, 9,2);
amor universal y gratuito para todos,
amor divino siempre en acción,
tratando de vencer nuestra inercia y nuestro egoísmo,
enderezando este “palo torcido” de nuestra libertad limitada,
haciéndonos “hombres nuevos”, como tú:
de egoístas nos conviertes en solidarios, en servidores.

Eres, Cristo resucitado, “utopía realizada”:
“el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza
y nosotros abrazamos la totalidad;
el momento del sumergirse en el océano del amor infinito,
en el cual el tiempo – el antes y el después– ya no existe;
eres la vida en sentido pleno...
`volveré a veros y se alegrará vuestro corazón
y nadie os quitará vuestra alegría´” (SPE SALVI, nº 12).

Cristo resucitado, que vives en nuestros corazones:
ilumina nuestra vida con tu amor sin límites;
alimentas nuestra esperanza,“Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Rufo González
Leganés, febrero 2019
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