La Inmaculada Concepción de la Virgen María (08.12.2017): llamados a vivir el Amor
Introducción: “Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo” (Ef 1, 3-6.11-12)
Leemos dos fragmentos del cántico de bendición colocado entre el saludo y el cuerpo de la carta (1,3-14). Es un himno, de origen litúrgico, que los primeros cristianos cantaban en sus reuniones. Aún hoy en las Vísperas comunes de María Virgen, apóstoles, vírgenes, doctores..., lo recitamos. En él aparece la obra trinitaria: el Padre la concibe y planea, el Hijo la realiza, el Espíritu la consuma.
Bendición al Padre por su bendición
El primer fragmento leído (1, 3-6) se inicia deseando que sea “bendecido (“decir bien”) el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo” (v. 3a). Bendición ascendente a Dios, a quien identifica con como “el Padre” de Jesús. La bendición está motivada: “nos ha bendecido (bendición descendente) en Cristo en toda bendición espiritual en los cielos” (v. 3b). “En Cristo” es una fórmula, repetida varias veces, para condensar el evangelio de Pablo. Con esta fórmula anuncia la “buena noticia” traída por Cristo. Noticia que puede sintetizarse en esta expresión de conjunto: Dios Padre nos ha bendecido con toda la bendición del Espíritu por medio del Mesías Jesús. Los versículos siguientes concretan los hechos que incluye esa bendición: a) “en él los eligió antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante él en amor” (v. 4).; b) “predestinándonos a la filiación hacia él a través de Jesucristo, según su el agrado de su voluntad” (v. 5); c) “para alabanza de gloria de su gracia de la que nos colmó en el Amado” (v. 6). Es una síntesis del ser cristiano: el Padre de Jesús nos ha bendecido dándonos el mismo Espíritu de Jesús; se ha hecho “Padre nuestro”; nos ha elegido desde siempre a ser como él de buenos, viviendo su amor que siempre quiso hacernos hijos en el Hijo para ser, como Jesús, alabanza de su gracia sobreabundante. Esta es la obra del Padre: por amor gratuito quiso nuestra vida, vida de hijo, según lo manifestó Jesús, su Mesías, que vivió de su amor como himno de su gloria.
La obra del Hijo y del Espíritu Santo
En los versículos 7-12 cantamos la obra del Hijo, de Jesús. En él, en sus palabras y obras, vemos el proyecto divino. Jesús manifiesta el perdón de Dios, las obras que quiere, la vida entregada a dar vida a todos, la mesa fraterna, la aceptación de la muerte como parte de la vida, la resurrección como corona del proyecto divino. “En el que (en Jesús) también nosotros hemos heredado” (v. 11, lit.: hemos sido clericalizados, hechos suerte; algo que pertenece a todo cristiano, y que, con el tiempo, se lo han reservado los dirigentes al autoproclamarse “clero”). “Para ser alabanza de su gloria...” (v. 12), como Jesús, viviendo de su mismo amor, teniendo vida en plenitud, que es lo que Dios quiere.
“La gloria de Dios es el hombre vivo”, decía san Ireneo en el siglo II ( Adv. Haer., IV, 20, 7), para expresar así el Amor libre de egoísmo, que pone su honor en la vida del hombre. “Me agrada tu vida, comer y beber, dormir y todo tu vivir”, pone en boca de Dios, a finales del siglo XIII, la mística Ángela de Foligno (A. Torres Queiruga: Recuperar la creación. Edit. Sal Terrae. Santander 1997. Pág. 74ss. Libro de la vida, Memorial, cap. III, Salamanca 1991, 52). Coincide con el pensamiento de Pablo referido aquí a los judíos, llamados a ser cristianos, y en los versículos siguientes, no leídos hoy, a los no judíos, convertidos a la fe de Jesús, también “sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es garantía de nuestra herencia (lit.: “cleronomía”: clerecía) para liberación de su patrimonio (otro modo de nombrar a los cristianos), para alabanza de su gloria” (vv. 13-14). Es ya la obra del Espíritu, “arras” (garantía) de nuestra herencia. El Espíritu nos libera de esclavitudes, nos habita, ora en nosotros, nos asegura que somos hijos y herederos, nos llena de su Amor... (Rm 8,14-18; Gál 5, 1-24).
La Inmaculada Concepción es una manifestación clara de la gracia divina
Oración: “Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo” (Ef 1, 3-6.11-12)
Jesús, hijo de María y de José:
hoy celebramos una fiesta de tu madre, María de Nazaret;
contemplamos el amor de Dios adelantándose a tu nacimiento:
“por la concepción inmaculada de la Virgen María
preparaste a tu Hijo una digna morada,
y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado”;
“la Beatísima Virgen María fue preservada inmune
de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”
(Pío IX. 1854; Denzinger-Hünermann 2803).
Con los primeros cristianos podemos cantar:
¡Bendito sea Dios, Padre tuyo, señor nuestro Jesucristo:
en tu persona nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu!
Nos eligió desde siempre en ti para amar como tú:
dándonos tu mismo Espíritu,
- que nos hace sentirnos hijos suyos;
- perdonados y agraciados con su amor;
- hermanos de toda persona;
- alabanza de su gloria;
- partícipes de tu misma herencia resucitada.
Al celebrar la Concepción inmaculada de María, tu madre:
celebramos el “adviento de Dios” a la humanidad;
en tu persona viene Dios a nuestro mundo;
así responde a los deseos de libertad y de vida sembrados en todo corazón;
la concepción de María es “la aurora de tu día”, de tu navidad.
En tu madre, Jesús, se anticipa la salvación de todos:
ella es redimida de antemano gracias a tu vida;
ella es santa desde el inicio de ser,
plasmada nueva criatura por el Espíritu (LG 53, 56).
En ella contemplamos, Jesús de todos, “la gracia en que estamos”:
el amor de Dios manifestado en tu venida a nuestro mundo;
“tanto nos amó Dios que nos regaló a su propio Hijo” (Jn 3, 16);
con tu regalo viene el regalo de la santidad de tu madre;
no es mérito de María, sino gracia, como tú eres “la gracia” del Padre;
su inmaculada concepción es también palabra de amor divino.
María, “la llena de gracia”, anuncia la bondad de Dios:
manifestada en tu vida, hecha misericordia, humildad, amor incondicional.
En María se ha dado el encuentro entre divinidad y humanidad:
tu humanidad, Jesús de Nazaret, se ha hecho persona divina en su seno;
ella ha sido la morada, el templo, el arca de la nueva alianza;
santa debía ser la morada que habitarías tú, el Santo de Dios, el Hijo de sus entrañas.
Por eso, hoy cantamos, con María, un himno de alabanza a nuestro Dios:
“proclama mi alma la grandeza del Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque se ha fijado en la humillación de su sierva...;
desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mi favor,
su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación” (Lc 1, 46-50).
Sí, hasta nuestra generación ha llegado su misericordia:
el mismo Espíritu que llenó de amor a tu Madre,
el mismo Espíritu que tenías tú en plenitud...
habita en nuestro corazón y en nuestras comunidades.
Como María, queremos escuchar y realizar lo que nos dice tu Espíritu.
Rufo González
Leemos dos fragmentos del cántico de bendición colocado entre el saludo y el cuerpo de la carta (1,3-14). Es un himno, de origen litúrgico, que los primeros cristianos cantaban en sus reuniones. Aún hoy en las Vísperas comunes de María Virgen, apóstoles, vírgenes, doctores..., lo recitamos. En él aparece la obra trinitaria: el Padre la concibe y planea, el Hijo la realiza, el Espíritu la consuma.
Bendición al Padre por su bendición
El primer fragmento leído (1, 3-6) se inicia deseando que sea “bendecido (“decir bien”) el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo” (v. 3a). Bendición ascendente a Dios, a quien identifica con como “el Padre” de Jesús. La bendición está motivada: “nos ha bendecido (bendición descendente) en Cristo en toda bendición espiritual en los cielos” (v. 3b). “En Cristo” es una fórmula, repetida varias veces, para condensar el evangelio de Pablo. Con esta fórmula anuncia la “buena noticia” traída por Cristo. Noticia que puede sintetizarse en esta expresión de conjunto: Dios Padre nos ha bendecido con toda la bendición del Espíritu por medio del Mesías Jesús. Los versículos siguientes concretan los hechos que incluye esa bendición: a) “en él los eligió antes de la creación del mundo a ser santos e irreprochables ante él en amor” (v. 4).; b) “predestinándonos a la filiación hacia él a través de Jesucristo, según su el agrado de su voluntad” (v. 5); c) “para alabanza de gloria de su gracia de la que nos colmó en el Amado” (v. 6). Es una síntesis del ser cristiano: el Padre de Jesús nos ha bendecido dándonos el mismo Espíritu de Jesús; se ha hecho “Padre nuestro”; nos ha elegido desde siempre a ser como él de buenos, viviendo su amor que siempre quiso hacernos hijos en el Hijo para ser, como Jesús, alabanza de su gracia sobreabundante. Esta es la obra del Padre: por amor gratuito quiso nuestra vida, vida de hijo, según lo manifestó Jesús, su Mesías, que vivió de su amor como himno de su gloria.
La obra del Hijo y del Espíritu Santo
En los versículos 7-12 cantamos la obra del Hijo, de Jesús. En él, en sus palabras y obras, vemos el proyecto divino. Jesús manifiesta el perdón de Dios, las obras que quiere, la vida entregada a dar vida a todos, la mesa fraterna, la aceptación de la muerte como parte de la vida, la resurrección como corona del proyecto divino. “En el que (en Jesús) también nosotros hemos heredado” (v. 11, lit.: hemos sido clericalizados, hechos suerte; algo que pertenece a todo cristiano, y que, con el tiempo, se lo han reservado los dirigentes al autoproclamarse “clero”). “Para ser alabanza de su gloria...” (v. 12), como Jesús, viviendo de su mismo amor, teniendo vida en plenitud, que es lo que Dios quiere.
“La gloria de Dios es el hombre vivo”, decía san Ireneo en el siglo II ( Adv. Haer., IV, 20, 7), para expresar así el Amor libre de egoísmo, que pone su honor en la vida del hombre. “Me agrada tu vida, comer y beber, dormir y todo tu vivir”, pone en boca de Dios, a finales del siglo XIII, la mística Ángela de Foligno (A. Torres Queiruga: Recuperar la creación. Edit. Sal Terrae. Santander 1997. Pág. 74ss. Libro de la vida, Memorial, cap. III, Salamanca 1991, 52). Coincide con el pensamiento de Pablo referido aquí a los judíos, llamados a ser cristianos, y en los versículos siguientes, no leídos hoy, a los no judíos, convertidos a la fe de Jesús, también “sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es garantía de nuestra herencia (lit.: “cleronomía”: clerecía) para liberación de su patrimonio (otro modo de nombrar a los cristianos), para alabanza de su gloria” (vv. 13-14). Es ya la obra del Espíritu, “arras” (garantía) de nuestra herencia. El Espíritu nos libera de esclavitudes, nos habita, ora en nosotros, nos asegura que somos hijos y herederos, nos llena de su Amor... (Rm 8,14-18; Gál 5, 1-24).
La Inmaculada Concepción es una manifestación clara de la gracia divina
“Este dogma se sitúa en el trasfondo de las disputas sobre el origen pecaminoso del ser humano y, sobre todo, en un contexto donde la misma concepción aparecía vinculada a un tipo de suciedad biológica (básicamente sexual). Por eso, al afirmar que la concepción de María (realizada humanamente, de un modo sexual, por la unión de hombre y mujer) está libre de todo pecado o, mejor dicho, es un acto de purísima gracia, la iglesia ha realizado una opción antropológica de grandes consecuencias, superando una visión negativa del surgimiento humano. Este dogma tiene un carácter pro-sexual...” (Blog -23.05.08- de X. Pikaza: Santa María de Mayo. Una síntesis mariana).
Oración: “Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo” (Ef 1, 3-6.11-12)
Jesús, hijo de María y de José:
hoy celebramos una fiesta de tu madre, María de Nazaret;
contemplamos el amor de Dios adelantándose a tu nacimiento:
“por la concepción inmaculada de la Virgen María
preparaste a tu Hijo una digna morada,
y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado”;
“la Beatísima Virgen María fue preservada inmune
de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”
(Pío IX. 1854; Denzinger-Hünermann 2803).
Con los primeros cristianos podemos cantar:
¡Bendito sea Dios, Padre tuyo, señor nuestro Jesucristo:
en tu persona nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu!
Nos eligió desde siempre en ti para amar como tú:
dándonos tu mismo Espíritu,
- que nos hace sentirnos hijos suyos;
- perdonados y agraciados con su amor;
- hermanos de toda persona;
- alabanza de su gloria;
- partícipes de tu misma herencia resucitada.
Al celebrar la Concepción inmaculada de María, tu madre:
celebramos el “adviento de Dios” a la humanidad;
en tu persona viene Dios a nuestro mundo;
así responde a los deseos de libertad y de vida sembrados en todo corazón;
la concepción de María es “la aurora de tu día”, de tu navidad.
En tu madre, Jesús, se anticipa la salvación de todos:
ella es redimida de antemano gracias a tu vida;
ella es santa desde el inicio de ser,
plasmada nueva criatura por el Espíritu (LG 53, 56).
En ella contemplamos, Jesús de todos, “la gracia en que estamos”:
el amor de Dios manifestado en tu venida a nuestro mundo;
“tanto nos amó Dios que nos regaló a su propio Hijo” (Jn 3, 16);
con tu regalo viene el regalo de la santidad de tu madre;
no es mérito de María, sino gracia, como tú eres “la gracia” del Padre;
su inmaculada concepción es también palabra de amor divino.
María, “la llena de gracia”, anuncia la bondad de Dios:
manifestada en tu vida, hecha misericordia, humildad, amor incondicional.
“La cohabitación de Joaquín y Ana queda integrada en la providencia de Dios,
es un gesto de gracia.
La misma carne, espacio y momento de encuentro sexual del que surge un niño (María),
aparece así como santa.
Al decir que María es Inmaculada, se está afirmando que en su nacimiento no hay pecado,
que la unión física y humana de Joaquín y de Ana, con el nacimiento de María, su hija,
pertenece a la providencia de la gracia de Dios.”
(Blog -23.05.08- de X. Pikaza: Santa María de Mayo. Una síntesis mariana)
En María se ha dado el encuentro entre divinidad y humanidad:
tu humanidad, Jesús de Nazaret, se ha hecho persona divina en su seno;
ella ha sido la morada, el templo, el arca de la nueva alianza;
santa debía ser la morada que habitarías tú, el Santo de Dios, el Hijo de sus entrañas.
Por eso, hoy cantamos, con María, un himno de alabanza a nuestro Dios:
“proclama mi alma la grandeza del Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque se ha fijado en la humillación de su sierva...;
desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mi favor,
su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación” (Lc 1, 46-50).
Sí, hasta nuestra generación ha llegado su misericordia:
el mismo Espíritu que llenó de amor a tu Madre,
el mismo Espíritu que tenías tú en plenitud...
habita en nuestro corazón y en nuestras comunidades.
Como María, queremos escuchar y realizar lo que nos dice tu Espíritu.
Rufo González