En hombres y mujeres deben respetarse dones y ministerios María, “figura y primicia de la Iglesia glorificada” (Asunción de María 15.08.2025)

En la resurrección descubrimos la igual dignidad de todo ser humano

Comentario: “en Cristo todos (varones y mujeres) serán vivificados” (1Cor 15, 20-27)

El texto de hoy pertenece capítulo 15, donde Pablo responde a la última cuestión de los corintios: ¿es real la resurrección de Jesús y repercute en nosotros? Responde en tres apartados: a) la resurrección de Cristo es parte integrante del “evangelio” (vv. 1-11); b) “también nosotros resucitaremos” (vv. 12-34); c) el cuerpo resucitado (vv. 35-58).

La lectura hoy nos dice claramente:Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto En Cristo todos serán vivificados” (vv. 20.22). La solidaridad del Resucitado con nosotros es una tesis paulina clara: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11). “Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder” [su Espíritu] (1Cor 6,14). “Sabemos que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús” (2Cor 4, 14a). “Si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto” (1Tes 4,14).

La Asunción de María celebra la fe eclesial: María es incorporada a Jesús resucitado. El dogma de la Asunción fue definido e1 01.11.1950 por Pío XII: “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. La fiesta ya se celebraba en Oriente en el siglo VI y en Roma en el siglo VII. La fe viene de los primeros cristianos. Así lo actualiza el concilio Vaticano II: “en María, la Iglesia admira y ensalza el fruto sobresaliente de la Redención, y contempla en ella con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC 103).

La Asunción de María subraya la dimensión femenina en la glorificación cristiana. Al creer “nos hemos revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos” (Col 3,9-11). “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo…” (1Cor 12,13). “Bautizados en Cristo, nos hemos revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28). “En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan” (Rm 10,12).

En la resurrección descubrimos la igual dignidad de todo ser humano. La cultura antigua, androcéntrica y patriarcal, ha marginado la dimensión femenina y exaltado la masculina. Ha representado a Dios como varón, como padre, como señor, como rey… Dios no es sexuado. Hombre y mujer somos y seremos semejantes a él. En Dios hay que incluir todas las dimensiones de nuestra humanidad, las masculinas y las femeninas. Nuestra cultura permite desempeñar toda función o servicio social que la persona pueda ejercer por sus cualidades. Las tradicionalmente atribuidas al hombre (autoridad, poder, dureza, distancia, dominio, fuerza, hostilidad, …) y las de la mujer (ternura, bondad, delicadeza, calidez, empatía, simpatía…) son debidas a la cultura y al rol desempeñado. Hoy resulta sin sentido que la Iglesia impida a la mujer los ministerios cristianos. Es un residuo del patriarcalismo trasnochado. Toda persona cristiana puede recibir de Dios la vocación para representar a Cristo resucitado, cabeza de la Iglesia. Todos somos signos de su presencia, de acuerdo con los dones recibidos.

Oración: “en Cristo todos (varones y mujeres) serán vivificados” (1Cor 15,20-26)

Jesús, hijo de María:

perseveramos unánimes en la oración, con las mujeres

y María tu madre y tus hermanos (He 1,14).

Seguimos pidiendo lo mismo:

“el don del Espíritu Santo...,

por el que ella en la Anunciación había sido actuada...,

y por quien, terminado el curso de su vida terrena,

en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial” (LG 59).

Sentimos la compañía del Espíritu:

después de escuchar la palabra de la verdad

-el Evangelio de nuestra salvación-,

creyendo en él, hemos sido marcados

con el sello del Espíritu Santo prometido.

Él es la prenda de nuestra herencia...”

(Ef 1,13-14; 2Cor 1,22; 5,5).

Hoy celebramos que tu Espíritu:

acompañó siempre a tu Madre,

llenándola de gracia”,

desde su “concepción” hasta la “asunción al cielo”.

Así, caminando por tu camino de humildad y servicio,

es “figura y primicia de la Iglesia,

que un día será glorificada;

ella es ejemplo de esperanza segura

y consuelo del pueblo peregrino”

(Prefacio de la misa de este día).

Con ella “imploramos el don del Espíritu Santo”:

que lo sintamos como fuente de vida;

que creamos que nos habita;

que le dejemos respirar en nuestro interior;

que cuidemos sus dones y funciones;

que apreciemos sus frutos:

amor, alegría, paz, tolerancia, agrado,

generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí...;

que unifique los diversos servicios y funciones;

que nos renueve y avive el “amor primero”;

que nos abra al desconocido, marginado, creativo...

Tu Espíritu alentó la vida de María, tu madre:

la hizo percibir la “grandeza” del amor divino,

que “mira la humildad” de cualquier vida;

le dio a sentir “alegría en Dios, nuestro salvador”;

entregó su corazón, incluso a quien no se lo merece;

la ayudó a ser humilde y a desbaratar la soberbia;

la sentó a la mesa de todos para saciar sus deseos;

le enseñó que los ricos tienen su alma vacía, sin entrañas.

Que tu Espíritu, Señor, moldee nuestro corazón:

para escuchar tu evangelio y hacer lo que dice (Jn 2,5);

para, presurosos como María, ayudar a los necesitados;

para escuchar, acompañar, compartir…;

para valorar a las mujeres como a los hombres;

para que nos alegre el alma, nos mejore, nos consuele;

para que nos impulse a seguir los pasos de María.

rufo.go@hotmail.com

Volver arriba