Natividad de San Juan Bautista (24.06.2018): Queremos ser Juan
Comentario: “viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias” (He 13, 22-26)
La tres “natividades” que celebra la Iglesia son una efusión de Espíritu Santo
- Natividad de Jesús: 25 diciembre, nueve meses después de la Anunciación del Señor -25 marzo-. Jesús es concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35).
- Natividad de Juan: 24 junio: Juan recibe el Espíritu Santo antes de nacer (Lc 1, 15). Su madre “ya estaba de seis meses” (Lc 1,36), cuando se inicia el embarazo de María.
- Natividad de María: 8 de septiembre. La “llena de gracia” (Lc 1, 28) desde su concepción. “Los Santos Padres llaman a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha nueva criatura” (Vat. II: LG 56).
Juan, el “ángel que Dios envía delante para preparar el camino” de Jesús (Mc 1, 2ss)
El texto de hoy pertenece a un discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia. En la sinagoga, en el primer viaje misionero junto con Bernabé, Pablo presenta a Jesús como “mensaje de salvación”. Y antes de hablar de Jesús, expone una síntesis apretada de la historia de Dios con su pueblo: elección de los padres, Egipto, desierto, tierra de Canaán, jueces, reyes Saúl y David (“hombre conforme a mi corazón”). De la descendencia de David “Dios sacó un Salvador para Israel: Jesús” (13,22-23). Antes de Jesús, en continuidad con los hitos históricos que han preparado su venida, aparece Juan predicando un bautismo de conversión y señalando a Jesús como el Mesías prometido.
Juan señala a Jesús como el esposo de la Nueva Alianza
Juan termina sus días señalando a Jesús. Recoge la tradición del Bautista según los evangelios (Mt 3,11; Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,20.27). Juan rechaza ser el Mesías (“yo no soy quien pensáis”) y presenta a Jesús como “uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (He 13, 24-25). Alude a la ley del levirato o matrimonio de cuñados (del latín “levir”: cuñado). La mujer de un hermano, muerto sin hijos, debía ser casada con el cuñado mayor. Si no quería, pasaba el derecho a siguiente cuñado: “en caso de rescate o cambio, para dar fuerza al contrato había la costumbre de quitarse uno la sandalia y dársela al otro” (Rut 4, 7-8). Con esta alusión, Juan reconoce que Jesús ha cumplido con el deber de llevarse a la mujer sola, figura de Israel, a su casa. Jesús se ha desposado con el pueblo, amándolo de forma total y gratuita. Es el cambio de alianza. El papel de esposo que los profetas antiguos atribuyen a Dios (Os 2, 4ss; Is 54, 5ss; Jr 2) es realizado ahora por Jesús. Él es el nuevo esposo de la alianza nueva (Mc 14, 24: “sangre de la alianza”). Él, “el novio de la boda” (Mc 2,19; Jn 3,29) es el rescatador o redentor de la viuda (cuya alianza está muerta). A eso alude la metáfora de Juan “no merezco desatarle las sandalias”. Jesús tiene la sandalia. Es el nuevo esposo. Juan no puede siquiera iniciar el proceso de quitársela. Termina el texto dirigiéndose a los “Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación” (v. 26). A todos les llama “hermanos” y les considera destinatarios de “este mensaje de salvación” (lit: palabra -`o logos- de salvación). El “salvador de Israel es Jesús” ha dicho un poco antes (13,23). Ahora amplía los destinatarios de la salvación a “todos los que teméis a Dios”.
Oración: “viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (He 13, 22-26)
Jesús, “palabra salvadora”:
Hoy, natividad de Juan Bautista,
acompañamos a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero.
Llegan a la ciudad de Antioquía de Pisidia;
visitan la sinagoga del barrio judío;
asisten judíos y simpatizantes.
Como en la sinagoga de Nazaret, como en cualquier sinagoga,
“acabada la lectura de la Ley y los Profetas”, les invitan cordialmente:
“hermanos, si tenéis alguna exhortación que dirigir al pueblo, hablad”.
¿Qué impide que esta costumbre se actualice en nuestras eucaristías?
En una fraternidad es lógico que cualquier hermano, sobre todo si es transeúnte,
diga una palabra, bien sobre lo que le ha dicho la lectura,
bien sobre cualquier tema que le preocupa.
Animaría la eucaristía y se haría presente el Espíritu que habla “donde quiere”.
Pablo se pone en pie, y reclama atención con la mano:
“Israelitas y quienes teméis a Dios, escuchad”.
Tú, Jesús de Nazaret, presencia histórica del amor de Dios,
tienes una prehistoria, unos antecedentes concretos, como “uno de tantos”;
los Padres del pueblo, la liberación de Egipto, el desierto, la tierra de Canaán,
los Jueces y Reyes, Saúl y David (“hombre conforme a mi corazón”);
de la descendencia de David “sacó Dios un Salvador para Israel: Jesús”;
entre esos eslabones históricos aparece la figura de Juan el Bautista.
Antes de tu llegada, Jesús “palabra salvadora”:
Juan predica un “bautismo de cambio de mente” a todo Israel:
- “allanad los senderos” para que los más débiles puedan caminar;
- “elevad los valles”, donde están hundidos los sin techo, los parados, los marginados...;
- “abajad montes y colinas” donde viven los soberbios, los vengativos...;
- “enderezad lo torcido” que produce hambre, miseria, odio, muerte...;
- “igualad lo escabroso”, lo desigual en dignidad y oportunidades...
Juan es el “ángel que Dios envía delante de ti”, Señor:
“hacia él fue saliendo todo el país judío y los de Jerusalén” (Mc 1,5);
el país judío, con Jerusalén a la cabeza, es tierra de opresión, como Egipto;
el río Jordán, frontera de la tierra soñada, se ha visto frustrado;
no ha desembocado en la patria que Dios quiere;
el pueblo pobre sigue desatendido;
los dirigentes han utilizado la religión para su encumbramiento egoísta;
el comercio, el interés, han invadido la casa de Dios;
la fraternidad ha sido enmascarada por una jerarquía opresora;
la mesa común ha sido destrozada por grandes fortunas.
La misión de Juan es anunciar tu llegada inminente:
decirles que abran el corazón a la Gracia que llega,
comunicarles el cambio sustancial de la alianza antigua.
Los profetas intuían el amor de Dios como de esposo enamorado:
“Tu esposo es tu Hacedor, Yahvé es su nombre...;
Yo te desposaré conmigo para siempre,
te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión,
te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé” (Is 54, 5ss; Os 2,21-22).
Juan reconoce: “viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”:
sus oyentes conocen muy bien el significado de estas palabras;
“en caso de rescate o cambio, para dar fuerza al contrato,
había la costumbre de quitarse uno la sandalia y dársela al otro..."(Rut 4, 7-8);
tú, Jesús, tienes la sandalia, eres el nuevo esposo;
eres el que va a amar a la mujer que ha perdido a su esposo.
Tú, Jesús, nos amarás con el amor del Padre:
“nos bautizarás con Espíritu Santo;
nos rociarás con agua pura y quedaremos purificados;
de todas nuestras manchas y de todos nuestros ídolos nos purificarás.
Y nos darás un corazón nuevo, infundirás tu espíritu en nosotros” (Ez 36, 25-28; Is 44, 3).
Cristo Jesús, inspíranos el papel de Juan, cuyo nacimiento celebramos:
llamar siempre al “cambio de mente” en medio de la injusticia;
señalarte a ti como “dador del Espíritu” del Amor divino;
invitar a escuchar tu palabra y a vivir tu vida austera y generosa;
reconocer que tú eres “palabra de salvación”, que nos realiza como personas;
aceptar que nos “casamos” contigo Cristo, Amor gratuito y universal.
Rufo González
La tres “natividades” que celebra la Iglesia son una efusión de Espíritu Santo
- Natividad de Jesús: 25 diciembre, nueve meses después de la Anunciación del Señor -25 marzo-. Jesús es concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35).
- Natividad de Juan: 24 junio: Juan recibe el Espíritu Santo antes de nacer (Lc 1, 15). Su madre “ya estaba de seis meses” (Lc 1,36), cuando se inicia el embarazo de María.
- Natividad de María: 8 de septiembre. La “llena de gracia” (Lc 1, 28) desde su concepción. “Los Santos Padres llaman a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha nueva criatura” (Vat. II: LG 56).
Juan, el “ángel que Dios envía delante para preparar el camino” de Jesús (Mc 1, 2ss)
El texto de hoy pertenece a un discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia. En la sinagoga, en el primer viaje misionero junto con Bernabé, Pablo presenta a Jesús como “mensaje de salvación”. Y antes de hablar de Jesús, expone una síntesis apretada de la historia de Dios con su pueblo: elección de los padres, Egipto, desierto, tierra de Canaán, jueces, reyes Saúl y David (“hombre conforme a mi corazón”). De la descendencia de David “Dios sacó un Salvador para Israel: Jesús” (13,22-23). Antes de Jesús, en continuidad con los hitos históricos que han preparado su venida, aparece Juan predicando un bautismo de conversión y señalando a Jesús como el Mesías prometido.
Juan señala a Jesús como el esposo de la Nueva Alianza
Juan termina sus días señalando a Jesús. Recoge la tradición del Bautista según los evangelios (Mt 3,11; Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,20.27). Juan rechaza ser el Mesías (“yo no soy quien pensáis”) y presenta a Jesús como “uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (He 13, 24-25). Alude a la ley del levirato o matrimonio de cuñados (del latín “levir”: cuñado). La mujer de un hermano, muerto sin hijos, debía ser casada con el cuñado mayor. Si no quería, pasaba el derecho a siguiente cuñado: “en caso de rescate o cambio, para dar fuerza al contrato había la costumbre de quitarse uno la sandalia y dársela al otro” (Rut 4, 7-8). Con esta alusión, Juan reconoce que Jesús ha cumplido con el deber de llevarse a la mujer sola, figura de Israel, a su casa. Jesús se ha desposado con el pueblo, amándolo de forma total y gratuita. Es el cambio de alianza. El papel de esposo que los profetas antiguos atribuyen a Dios (Os 2, 4ss; Is 54, 5ss; Jr 2) es realizado ahora por Jesús. Él es el nuevo esposo de la alianza nueva (Mc 14, 24: “sangre de la alianza”). Él, “el novio de la boda” (Mc 2,19; Jn 3,29) es el rescatador o redentor de la viuda (cuya alianza está muerta). A eso alude la metáfora de Juan “no merezco desatarle las sandalias”. Jesús tiene la sandalia. Es el nuevo esposo. Juan no puede siquiera iniciar el proceso de quitársela. Termina el texto dirigiéndose a los “Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación” (v. 26). A todos les llama “hermanos” y les considera destinatarios de “este mensaje de salvación” (lit: palabra -`o logos- de salvación). El “salvador de Israel es Jesús” ha dicho un poco antes (13,23). Ahora amplía los destinatarios de la salvación a “todos los que teméis a Dios”.
Oración: “viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (He 13, 22-26)
Jesús, “palabra salvadora”:
Hoy, natividad de Juan Bautista,
acompañamos a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero.
Llegan a la ciudad de Antioquía de Pisidia;
visitan la sinagoga del barrio judío;
asisten judíos y simpatizantes.
Como en la sinagoga de Nazaret, como en cualquier sinagoga,
“acabada la lectura de la Ley y los Profetas”, les invitan cordialmente:
“hermanos, si tenéis alguna exhortación que dirigir al pueblo, hablad”.
¿Qué impide que esta costumbre se actualice en nuestras eucaristías?
En una fraternidad es lógico que cualquier hermano, sobre todo si es transeúnte,
diga una palabra, bien sobre lo que le ha dicho la lectura,
bien sobre cualquier tema que le preocupa.
Animaría la eucaristía y se haría presente el Espíritu que habla “donde quiere”.
Pablo se pone en pie, y reclama atención con la mano:
“Israelitas y quienes teméis a Dios, escuchad”.
Tú, Jesús de Nazaret, presencia histórica del amor de Dios,
tienes una prehistoria, unos antecedentes concretos, como “uno de tantos”;
los Padres del pueblo, la liberación de Egipto, el desierto, la tierra de Canaán,
los Jueces y Reyes, Saúl y David (“hombre conforme a mi corazón”);
de la descendencia de David “sacó Dios un Salvador para Israel: Jesús”;
entre esos eslabones históricos aparece la figura de Juan el Bautista.
Antes de tu llegada, Jesús “palabra salvadora”:
Juan predica un “bautismo de cambio de mente” a todo Israel:
- “allanad los senderos” para que los más débiles puedan caminar;
- “elevad los valles”, donde están hundidos los sin techo, los parados, los marginados...;
- “abajad montes y colinas” donde viven los soberbios, los vengativos...;
- “enderezad lo torcido” que produce hambre, miseria, odio, muerte...;
- “igualad lo escabroso”, lo desigual en dignidad y oportunidades...
Juan es el “ángel que Dios envía delante de ti”, Señor:
“hacia él fue saliendo todo el país judío y los de Jerusalén” (Mc 1,5);
el país judío, con Jerusalén a la cabeza, es tierra de opresión, como Egipto;
el río Jordán, frontera de la tierra soñada, se ha visto frustrado;
no ha desembocado en la patria que Dios quiere;
el pueblo pobre sigue desatendido;
los dirigentes han utilizado la religión para su encumbramiento egoísta;
el comercio, el interés, han invadido la casa de Dios;
la fraternidad ha sido enmascarada por una jerarquía opresora;
la mesa común ha sido destrozada por grandes fortunas.
La misión de Juan es anunciar tu llegada inminente:
decirles que abran el corazón a la Gracia que llega,
comunicarles el cambio sustancial de la alianza antigua.
Los profetas intuían el amor de Dios como de esposo enamorado:
“Tu esposo es tu Hacedor, Yahvé es su nombre...;
Yo te desposaré conmigo para siempre,
te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión,
te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé” (Is 54, 5ss; Os 2,21-22).
Juan reconoce: “viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”:
sus oyentes conocen muy bien el significado de estas palabras;
“en caso de rescate o cambio, para dar fuerza al contrato,
había la costumbre de quitarse uno la sandalia y dársela al otro..."(Rut 4, 7-8);
tú, Jesús, tienes la sandalia, eres el nuevo esposo;
eres el que va a amar a la mujer que ha perdido a su esposo.
Tú, Jesús, nos amarás con el amor del Padre:
“nos bautizarás con Espíritu Santo;
nos rociarás con agua pura y quedaremos purificados;
de todas nuestras manchas y de todos nuestros ídolos nos purificarás.
Y nos darás un corazón nuevo, infundirás tu espíritu en nosotros” (Ez 36, 25-28; Is 44, 3).
Cristo Jesús, inspíranos el papel de Juan, cuyo nacimiento celebramos:
llamar siempre al “cambio de mente” en medio de la injusticia;
señalarte a ti como “dador del Espíritu” del Amor divino;
invitar a escuchar tu palabra y a vivir tu vida austera y generosa;
reconocer que tú eres “palabra de salvación”, que nos realiza como personas;
aceptar que nos “casamos” contigo Cristo, Amor gratuito y universal.
Rufo González