El clericalismo pretende manipular a Dios en provecho propio
La doctrina de la Iglesia y la ley del celibato (11). Comentarios libres
Decreto “Sobre el ministerio y la vida de los presbíteros” (PO 16)
Hoy comento parte del párrafo 3º: Comprobación y confirmación de la ley. Este es su esquema:
A. Hecho histórico y “razones” discutibles
De recomendación a imposición
“Antes se recomendaba a los sacerdotes” y “después, en la Iglesia Latina, fue impuesto por ley a todos los propuestos al Orden sagrado”. Es un dato histórico que nadie pone en cuestión. El que sea por “razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión” ya no hay tanto acuerdo. Lo mismo podrá decir la Iglesia oriental sobre el matrimonio de sus “muy meritorios presbíteros”. La distinta disciplina supone que no son razones necesarias, “fundadas en el misterio de Cristo”. Pues el misterio de Cristo es el mismo para unos y para otros. No puede ser voluntad de Cristo unir obligatoriamente sacerdocio y celibato en Occidente y desvincularlo en Oriente. En ninguna parte consta tal deseo de Jesús.
Con razón, ciento sesenta y cuatro Padres conciliares, en el Vaticano II, pidieron suprimir lo referente a la disciplina oriental “porque se debilitaba cuanto se decía sobre el celibato”. Con razón también, otros cuarenta Padres solicitaron suprimir el calificativo de “sacerdotes de gran merito” para los orientales. Para ellos, el mérito no estaba en servir bien a la comunidad, sino en ser “célibes”. Esta ha sido la triste práctica de la Iglesia latina: no vienen expedientando, menos reduciendo al estado laical, al sacerdote u obispo por ser holgazán, amigo del lujo y dinero, déspota, lejano de los pobres..., incluso mujeriego, si disimula bien. Tres Padres osaron pedir “que se dijera que los sacerdotes orientales que viven en matrimonio realizan a su modo la perfección sacerdotal, pues esta forma de sacerdocio no es la misma que la de los sacerdotes célibes y goza de distinto valor”. La Comisión no aceptó la petición por “hacer distinciones entre los dos sacerdocios, teológicamente inadmisible” (Martín Descalzo: “Un periodista en el Concilio”, PPC, Madrid, 1966, t. IV, p. 500-505).
El “misterio de Cristo” funda la verdad y la libertad del celibato opcional
Si de hecho hay sacerdotes casados, y “muy meritorios”, tanto como pueden ser los célibes, quiere decir que es compatible la vida de pareja con el ministerio del sacerdote. Cada estado tendrá sus ventajas e inconvenientes. Desde el Evangelio no hay inconveniente en ordenar a varones y mujeres, casados, solteros o viudos. Lo central es la aptitud y la actitud convenientes para responsabilizarse de la animación y unificación pastoral de la comunidad. La razón para cambiar la disciplina no debería ser la escasez de sacerdotes, sino la verdad evangélica y el respeto a los dones de Dios. La libertad de Dios y de las personas humanas ha de estar en la base de la configuración disciplinar de cualquier sociedad, máxime de la Iglesia. Celibato, matrimonio y sacerdocio se fundan en el misterio de Cristo.
B. El Concilio comprueba y confirma esta legislación
Cuesta suponer esta confirmación conciliar, verdadera “tentación a Dios”
Sólo desde la falta de libertad y la obediencia ciega, unos cristianos tan brillantes -obispos-, movidos por el amor y libertad del Espíritu, pudieron aprobar mayoritariamente este párrafo y su razonamiento:
¿Puede hacerse “necesario” lo que sólo es “conveniente”?
El texto conciliar expresa la tesis del rito latino de que “el don del celibato es congruo con el sacerdocio del Nuevo testamento”. Suponiendo que sea cierta esta “conveniencia” -puede sostenerse razonablemente lo mismo del matrimonio-, ¿puede convertirse en “necesaria” y obligar a Dios a que conceda ambos dones a la misma persona? Los pastores pueden apagar el Espíritu, si no lo prueban todo y mantienen lo bueno (1 Tes 5, 12.19-21; LG 12). ¿Puede reconocerse el hecho de sacerdotes casados “muy meritorios” por un lado, y prohibir el matrimonio a los sacerdotes por otro? No comprendo la cerrazón de los responsables de la Iglesia ante una ley, que obstaculiza el ejercicio del sacerdocio a miles de sacerdotes que dicen tener el carisma sacerdotal, pero no el celibatario. Bastaría que el Papa fuera de la opinión contraria, para que muchos de los defensores a ultranza de la vinculación necesaria celibato-sacerdocio dijeran lo contrario de lo que ahora dicen... La ley les impide reconocer los carismas si no están unidos en la misma persona. Es una forma de “apagar los dones de Dios”. Tan don de Dios es el matrimoio como el celibato por el Reino. Aceptarlos unidos indistintamente con el don del sacerdocio en las personas, según el beneplácito divino, es “retener lo bueno” que nos da el Espíritu. Lo contrario es “apagar el Espíritu” (1Tes 5,19).
Expresar la propia opinión es un derecho elemental de toda persona, por lo tanto de todo creyente. La realidad tozuda nos dice que seguimos sin resolver este problema. Viene a la memoria la actitud popular al enfrentarse los dirigentes religiosos judíos con Jesús: “Según iba diciendo esto se abochornaban sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantas magníficas cosas como hacía” (Lc 13,17). “El poder religioso, ejercido através del precepto, tiene al pueblo sometido, privado de libertad, le impide la plena condición humana. La alegría de la multitud muestra la rebelión de la conciencia popular contra el dominio de los dirigentes” (Comentario al versículo en el NT, de J. Mateo - A. Schökel; 2ªed. p. 368). ¿No habrá ahora en la Iglesia una conciencia popular contraria a ciertas actuaciones de los dirigentes? Sí que la hay. Pero los dirigentes no quieren pedirles su opinión y menos su voto decisorio. ¿Prohíbe el evangelio que laicos y pastores decidan juntos, en comunión, algunos temas? No sólo no lo prohíbe, sino que sería lo “congruo” y moralmente con muchas más garantías de acierto. “El sentido de los fieles”, que es un don del Espíritu Santo, sólo se quiere atender cuando aplaude las decisiones jerárquicas, pero se ignora y no se investiga o atiende, cuando pide reformas que inquietan a la cúpula dirigente. Por su inercia, miedo, apego a lo de siempre (¿?), falta de libertad..., la autoridad eclesiástica corre el peligro de devaluarse cada vez más al no resolver con decisiones valientes los conflictos que paralizan la Iglesia.
Todos podemos y debemos buscar la voluntad divina
El sentido activo y pasivo de la fe del Pueblo de Dios, el trabajo de los teólogos y el servicio a la unidad y caridad de los pastores, están conducidos por el Espíritu de Dios. Este texto conciliar habla de la ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno: lo mucho que ella ha recibido de la experiencia histórica, de los avances modernos, de las culturas... para percibir y esclarecer su Verdad revelada. ¿No puede hacerse igual, incluso más fácilmente, en materia disciplinar?
¿Qué nos quiere decir el Espíritu con la carencia de sacerdotes célibes, la oferta de sacerdotes casados que quieren ejercer el ministerio, las vocaciones de seminaristas rechazados por el celibato? Tal vez haya que esperar que se generalicen los casos -en algunos países ya existen- en que, al no disponer de sacerdotes, los obispos consientan situaciones de hecho. “Es mejor tener un buen sacerdote casado que no tener ninguno”, reconocen algunos obispos en privado. La historia enseña que las reformas desde arriba son pocas. Los dirigentes suelen ir a remolque de los hechos. La cúpula eclesial llegó tarde a la ilustración, a la revolución industrial, a la democracia, a la emancipación de la mujer... Y lo más triste: a sus hijos que llegaron primero los persiguieron, marginaron o ignoraron. Aún andamos a remolque de la cultura actual...
“No tentarás al Señor tu Dios”
Considero “tentar a Dios” el hecho de imponer una ley “confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, será dado generosamente por el Padre, mientras que los que participan el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, más aún, toda la Iglesia, lo pidan humilde y fuertemente (“enixe”)”. Exigir por ley una gracia divina, no necesaria “por la naturaleza del sacerdocio”, y hacer depender el cumplimiento de esa ley de la oración de la comunidad y de los ordenados, es querer manipular a Dios, querer doblegar su voluntad, “tentarle”. ¿Por qué tiene Dios Padre que llamar al celibato y al servicio pastoral a una misma persona? ¿Por orden de los dirigentes eclesiales? ¿Quiénes son ellos para imponer a Dios lo que tiene que hacer? Lo cierto es que Dios no les hace caso, a pesar de sus oraciones “humildes y fuertes”. Cuentan que el Papa Juan Pablo II preguntaba a los obispos cuántos seminaristas tenían; si le parecían pocos, les decía: “usted ora poco”. Todo menos admitir que su voluntad (la del Papa, la ley eclesial) podría no ser la de Dios. En vez de reconocer la voluntad de Dios en los carismas dados a los cristianos para el bien común... la cúpula eclesial construye un armazón legal y obliga a Dios a ajustarse a él. Y todo para favorecerse a sí mismos, a sus servidores, a sus mandarines... Es otra versión de la tentación del maligno a Jesús: hacer una acción irresponsable poniendo a prueba la fidelidad de Dios. Exigir no casarse confiándolo a la intervención de Dios. Para ello no dudan en decir que la “fidelidad al celibato nunca ha sido denegada a quienes la piden” (PO 16). Pura elucubración.
Rufo González
Decreto “Sobre el ministerio y la vida de los presbíteros” (PO 16)
Hoy comento parte del párrafo 3º: Comprobación y confirmación de la ley. Este es su esquema:
A. Por razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato:
- antes se recomendaba a los sacerdotes;
- después, en la Iglesia Latina, fue impuesto por ley a todos los propuestos al Orden sagrado.
B. El Concilio de nuevo comprueba y confirma esta legislación para el Presbiterado:
- confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, será dado generosamente por el Padre:
-mientras que los que participan el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, más aún, toda la Iglesia, lo pidan humilde y fuertemente (“enixe”).
A. Hecho histórico y “razones” discutibles
De recomendación a imposición
“Antes se recomendaba a los sacerdotes” y “después, en la Iglesia Latina, fue impuesto por ley a todos los propuestos al Orden sagrado”. Es un dato histórico que nadie pone en cuestión. El que sea por “razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión” ya no hay tanto acuerdo. Lo mismo podrá decir la Iglesia oriental sobre el matrimonio de sus “muy meritorios presbíteros”. La distinta disciplina supone que no son razones necesarias, “fundadas en el misterio de Cristo”. Pues el misterio de Cristo es el mismo para unos y para otros. No puede ser voluntad de Cristo unir obligatoriamente sacerdocio y celibato en Occidente y desvincularlo en Oriente. En ninguna parte consta tal deseo de Jesús.
Con razón, ciento sesenta y cuatro Padres conciliares, en el Vaticano II, pidieron suprimir lo referente a la disciplina oriental “porque se debilitaba cuanto se decía sobre el celibato”. Con razón también, otros cuarenta Padres solicitaron suprimir el calificativo de “sacerdotes de gran merito” para los orientales. Para ellos, el mérito no estaba en servir bien a la comunidad, sino en ser “célibes”. Esta ha sido la triste práctica de la Iglesia latina: no vienen expedientando, menos reduciendo al estado laical, al sacerdote u obispo por ser holgazán, amigo del lujo y dinero, déspota, lejano de los pobres..., incluso mujeriego, si disimula bien. Tres Padres osaron pedir “que se dijera que los sacerdotes orientales que viven en matrimonio realizan a su modo la perfección sacerdotal, pues esta forma de sacerdocio no es la misma que la de los sacerdotes célibes y goza de distinto valor”. La Comisión no aceptó la petición por “hacer distinciones entre los dos sacerdocios, teológicamente inadmisible” (Martín Descalzo: “Un periodista en el Concilio”, PPC, Madrid, 1966, t. IV, p. 500-505).
El “misterio de Cristo” funda la verdad y la libertad del celibato opcional
Si de hecho hay sacerdotes casados, y “muy meritorios”, tanto como pueden ser los célibes, quiere decir que es compatible la vida de pareja con el ministerio del sacerdote. Cada estado tendrá sus ventajas e inconvenientes. Desde el Evangelio no hay inconveniente en ordenar a varones y mujeres, casados, solteros o viudos. Lo central es la aptitud y la actitud convenientes para responsabilizarse de la animación y unificación pastoral de la comunidad. La razón para cambiar la disciplina no debería ser la escasez de sacerdotes, sino la verdad evangélica y el respeto a los dones de Dios. La libertad de Dios y de las personas humanas ha de estar en la base de la configuración disciplinar de cualquier sociedad, máxime de la Iglesia. Celibato, matrimonio y sacerdocio se fundan en el misterio de Cristo.
B. El Concilio comprueba y confirma esta legislación
Cuesta suponer esta confirmación conciliar, verdadera “tentación a Dios”
Sólo desde la falta de libertad y la obediencia ciega, unos cristianos tan brillantes -obispos-, movidos por el amor y libertad del Espíritu, pudieron aprobar mayoritariamente este párrafo y su razonamiento:
“El Concilio de nuevo comprueba y confirma esta legislación para el Presbiterado, confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, será dado generosamente por el Padre, mientras que los que participan el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, más aún, toda la Iglesia, lo pidan humilde y fuertemente (“enixe”)”.
¿Puede hacerse “necesario” lo que sólo es “conveniente”?
El texto conciliar expresa la tesis del rito latino de que “el don del celibato es congruo con el sacerdocio del Nuevo testamento”. Suponiendo que sea cierta esta “conveniencia” -puede sostenerse razonablemente lo mismo del matrimonio-, ¿puede convertirse en “necesaria” y obligar a Dios a que conceda ambos dones a la misma persona? Los pastores pueden apagar el Espíritu, si no lo prueban todo y mantienen lo bueno (1 Tes 5, 12.19-21; LG 12). ¿Puede reconocerse el hecho de sacerdotes casados “muy meritorios” por un lado, y prohibir el matrimonio a los sacerdotes por otro? No comprendo la cerrazón de los responsables de la Iglesia ante una ley, que obstaculiza el ejercicio del sacerdocio a miles de sacerdotes que dicen tener el carisma sacerdotal, pero no el celibatario. Bastaría que el Papa fuera de la opinión contraria, para que muchos de los defensores a ultranza de la vinculación necesaria celibato-sacerdocio dijeran lo contrario de lo que ahora dicen... La ley les impide reconocer los carismas si no están unidos en la misma persona. Es una forma de “apagar los dones de Dios”. Tan don de Dios es el matrimoio como el celibato por el Reino. Aceptarlos unidos indistintamente con el don del sacerdocio en las personas, según el beneplácito divino, es “retener lo bueno” que nos da el Espíritu. Lo contrario es “apagar el Espíritu” (1Tes 5,19).
Expresar la propia opinión es un derecho elemental de toda persona, por lo tanto de todo creyente. La realidad tozuda nos dice que seguimos sin resolver este problema. Viene a la memoria la actitud popular al enfrentarse los dirigentes religiosos judíos con Jesús: “Según iba diciendo esto se abochornaban sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantas magníficas cosas como hacía” (Lc 13,17). “El poder religioso, ejercido através del precepto, tiene al pueblo sometido, privado de libertad, le impide la plena condición humana. La alegría de la multitud muestra la rebelión de la conciencia popular contra el dominio de los dirigentes” (Comentario al versículo en el NT, de J. Mateo - A. Schökel; 2ªed. p. 368). ¿No habrá ahora en la Iglesia una conciencia popular contraria a ciertas actuaciones de los dirigentes? Sí que la hay. Pero los dirigentes no quieren pedirles su opinión y menos su voto decisorio. ¿Prohíbe el evangelio que laicos y pastores decidan juntos, en comunión, algunos temas? No sólo no lo prohíbe, sino que sería lo “congruo” y moralmente con muchas más garantías de acierto. “El sentido de los fieles”, que es un don del Espíritu Santo, sólo se quiere atender cuando aplaude las decisiones jerárquicas, pero se ignora y no se investiga o atiende, cuando pide reformas que inquietan a la cúpula dirigente. Por su inercia, miedo, apego a lo de siempre (¿?), falta de libertad..., la autoridad eclesiástica corre el peligro de devaluarse cada vez más al no resolver con decisiones valientes los conflictos que paralizan la Iglesia.
Todos podemos y debemos buscar la voluntad divina
“Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada” (GS 44).
El sentido activo y pasivo de la fe del Pueblo de Dios, el trabajo de los teólogos y el servicio a la unidad y caridad de los pastores, están conducidos por el Espíritu de Dios. Este texto conciliar habla de la ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno: lo mucho que ella ha recibido de la experiencia histórica, de los avances modernos, de las culturas... para percibir y esclarecer su Verdad revelada. ¿No puede hacerse igual, incluso más fácilmente, en materia disciplinar?
¿Qué nos quiere decir el Espíritu con la carencia de sacerdotes célibes, la oferta de sacerdotes casados que quieren ejercer el ministerio, las vocaciones de seminaristas rechazados por el celibato? Tal vez haya que esperar que se generalicen los casos -en algunos países ya existen- en que, al no disponer de sacerdotes, los obispos consientan situaciones de hecho. “Es mejor tener un buen sacerdote casado que no tener ninguno”, reconocen algunos obispos en privado. La historia enseña que las reformas desde arriba son pocas. Los dirigentes suelen ir a remolque de los hechos. La cúpula eclesial llegó tarde a la ilustración, a la revolución industrial, a la democracia, a la emancipación de la mujer... Y lo más triste: a sus hijos que llegaron primero los persiguieron, marginaron o ignoraron. Aún andamos a remolque de la cultura actual...
“No tentarás al Señor tu Dios”
Considero “tentar a Dios” el hecho de imponer una ley “confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, será dado generosamente por el Padre, mientras que los que participan el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, más aún, toda la Iglesia, lo pidan humilde y fuertemente (“enixe”)”. Exigir por ley una gracia divina, no necesaria “por la naturaleza del sacerdocio”, y hacer depender el cumplimiento de esa ley de la oración de la comunidad y de los ordenados, es querer manipular a Dios, querer doblegar su voluntad, “tentarle”. ¿Por qué tiene Dios Padre que llamar al celibato y al servicio pastoral a una misma persona? ¿Por orden de los dirigentes eclesiales? ¿Quiénes son ellos para imponer a Dios lo que tiene que hacer? Lo cierto es que Dios no les hace caso, a pesar de sus oraciones “humildes y fuertes”. Cuentan que el Papa Juan Pablo II preguntaba a los obispos cuántos seminaristas tenían; si le parecían pocos, les decía: “usted ora poco”. Todo menos admitir que su voluntad (la del Papa, la ley eclesial) podría no ser la de Dios. En vez de reconocer la voluntad de Dios en los carismas dados a los cristianos para el bien común... la cúpula eclesial construye un armazón legal y obliga a Dios a ajustarse a él. Y todo para favorecerse a sí mismos, a sus servidores, a sus mandarines... Es otra versión de la tentación del maligno a Jesús: hacer una acción irresponsable poniendo a prueba la fidelidad de Dios. Exigir no casarse confiándolo a la intervención de Dios. Para ello no dudan en decir que la “fidelidad al celibato nunca ha sido denegada a quienes la piden” (PO 16). Pura elucubración.
Rufo González