Sólo el celibato opcional es humano y, por tanto, evangélicamente asumible Ningún ministerio eclesial tiene como identidad el celibato

Sacerdotes casados o célibes “encuentran la perfección sacerdotal en el ejercicio de la caridad pastoral” (PO 14)

En mi artículo de opinión del 02-02-2024, titulado “el Papa y su Secretario de Estado alimentan la confusión del celibato”, comenté la primera parte del Mensaje del Papa, firmado por el cardenal Parolin, a los seminaristas de Francia (1 diciembre 2023). Dicho mensaje, tras recordar la naturaleza del sacerdocio ministerial, expuesta en el Decreto conciliar “Presbyterorum ordinis” (PO 2-6), añadía tres asertos contrarios al mismo Decreto conciliar y a declaraciones del mismo Papa y de su Secretario:

- “el celibato está en el corazón de la identidad sacerdotal”. Contrario al Vaticano II: “el celibato no es exigido ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio” (PO 16).

- “el sacerdote es célibe -y quiere serlo- simplemente porque Jesús lo fue”. Desmentido por la realidad de “sacerdotes casados muy beneméritos” en la propia Iglesia (PO 16).

- Si “la exigencia del celibato no es primariamente teológica, sino mística”, no puede vincularse por ley con ningún carisma ministerial. No puede obligarse al Espíritu a conceder ambos carismas a la misma persona.

Hoy comento la segunda parte. Arranca de un presupuesto compartido: “nadie tiene el poder de cambiar la naturaleza del sacerdocio y nadie la cambiará jamás”. Lógico que “las modalidades de su ejercicio deban necesariamente tener en cuenta las evoluciones de la sociedad actual y la situación de grave crisis vocacional que vivimos”. Reconoce “que la institución eclesiástica y la figura del sacerdote han perdido a los ojos de la mayoría todo prestigio, toda autoridad natural, incluso está mancillada…”.

Propone que “la única manera posible de proceder a la nueva evangelización que pide el Papa Francisco, para que todos tengan un encuentro personal con Cristo, es la adopción de un estilo pastoral de cercanía, compasión, humildad, gratuidad, paciencia, mansedumbre, entrega radical a los demás, sencillez y pobreza; un sacerdote que conoce «el olor de las ovejas» (Misa Crismal 28.03.2013) y que camina con ellas, a su paso... Así es como el sacerdote llegará al corazón de sus fieles, se ganará su confianza y les hará encontrarse con Cristo. Esto no es nuevo, por supuesto; innumerables sacerdotes santos han adoptado este estilo en el pasado, pero hoy se ha convertido en una necesidad para evitar no ser creíbles ni escuchados”.

Para esta existencia sacerdotal, dice, “sólo hay una solución: alimentar una relación personal, fuerte, viva y auténtica con Jesús. Amad a Jesús más que a nada, dejad que su amor os baste, y saldréis victoriosos de todas las crisis, de todas las dificultades”.

Pero esto, ¿no es propio de todo cristiano? Uno de los dones grandes del Vaticano II ha sido reconocer la igual dignidad de los bautizados, ungidos todos por el Espíritu de hijos de Dios y vocacionados a la santidad (LG 39-42). La carta a los Efesios, que, sin duda, entiende la Iglesia como la totalidad de los bautizados, afirma tajante que “Cristo amó a su Iglesia: se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la Palabra” (Ef 5, 25b-26).

“Solución” válida para todo cristiano que quiera vivir su sacerdocio bautismal, el básico, el fundamental, en el que se basan las vocaciones secundarias según carismas y aptitudes recibidos. Todo bautizado necesita “alimentar una relación personal, fuerte, viva y auténtica con Jesús; amar a Jesús más que a nada, dejar que su amor baste”. Si esto es así, “no tiene necesidad de grandes consuelos…, ni de grandes éxitos…, ni de sentirse en el centro de vastas redes relacionales; si Jesús basta, no tiene necesidad de afectos desordenados, ni de notoriedad, ni de tener grandes responsabilidades, ni de hacer carrera, ni de brillar a los ojos del mundo, ni de ser mejor que los demás; si Jesús basta, no tiene necesidad de grandes bienes materiales, ni de disfrutar de las seducciones del mundo, ni de seguridad para el futuro. Si, por el contrario, se sucumbe a alguna de estas tentaciones o debilidades, es porque Jesús no basta y fracasa en el amor”.

Igualmente, la exhortación final, inspirada en Pablo, es un texto dirigido a todos los cristianos: “Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final…. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1Cor 1,3-9).

Por ello, todos debemos: “Tener siempre como primera preocupación responder a esta llamada y reforzar nuestra unión con Aquel que se digna hacernos amigos (cf. Jn 15,15). Él es fiel y te hará feliz…”.

Si todo cristiano está llamado a la santidad, los dotados de carismas y actitudes para servir a la unidad comunitaria y a representar a Cristo como cabeza, tienen motivos añadidos para ser santos: “Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que reintegró, con divina eficacia, todo el género humano” (PO 12). “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo su triple función” (PO 13).

La identidad del sacerdocio ministerial tiene su corazón, no en el celibato, sino en “la caridad pastoral”, concretada en las funciones episcopales, presbiterales y diaconales, propias del ministerio jerárquico. Los sacerdotes, casados y solteros, “desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad” (PO 14).

El celibato “por el reino de los cielos… siempre ha sido tenido en gran aprecio por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal. Pues es a la vez signo y estímulo de la caridad pastoral y fuente peculiar de la fecundidad espiritual.. No es exigido ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde.. hay también presbíteros casados muy beneméritos. Pero al tiempo que recomienda el celibato eclesiástico, este Santo Concilio no intenta de ningún modo cambiar la distinta disciplina legítimamente vigente en las Iglesias orientales, y exhorta amabilísimamente a todos los que recibieron el presbiterado en el matrimonio a que, perseverando en la santa vocación, sigan consagrando su vida plena y generosamente al rebaño que se les ha confiado” (PO 16).

Es, pues, claro que ningún ministerio eclesial tiene como identidad el celibato. Sólo el celibato opcional es humano y, por tanto, evangélicamente asumible, al margen del servicio que se preste a la Iglesia. Puede ser “signo y estímulo de la caridad pastoral (propia del sacerdocio común y jerárquico) y fuente peculiar de fecundidad espiritual”. El obligatorio ha creado casta clerical, apegada al poder; ha favorecido la hipocresía; ha creado mujeres invisibles e hijos clandestinos…

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