Conferencia pronunciada en el Foro Espiritualidad, Democracia y Ciudadanía Cristianismo indignado

"El Movimiento de los Indignados, nacido en la emblemática Puerta del Sol de Madrid el 15 de mayo de 2011 y muy pronto extendido por todo el mundo, fue un fenómeno que cambió las preguntas a los diferentes poderes"
"A las nuevas preguntas planteadas por aquel movimiento hace catorce años pretende responder un cristianismo radical que reformula la figura de Jesús de Nazaret dándole un nuevo título: Indignado"
"La indignación y la resistencia de Jesús fueron las prácticas revolucionarias durante su actividad pública. Vamos a verlo a continuación en seis escenarios de su vida y de su actividad pública"
"La convergencia de voces, manos, voluntades, utopías, proyectos emancipatorios y sueños 'despiertos' puede liberar del fatalismo histórico, que atenaza hoy a la humanidad, y deja abierta la puerta a la esperanza de 'otro mundo posible'. Porque no todo está perdido"
"La indignación y la resistencia de Jesús fueron las prácticas revolucionarias durante su actividad pública. Vamos a verlo a continuación en seis escenarios de su vida y de su actividad pública"
"La convergencia de voces, manos, voluntades, utopías, proyectos emancipatorios y sueños 'despiertos' puede liberar del fatalismo histórico, que atenaza hoy a la humanidad, y deja abierta la puerta a la esperanza de 'otro mundo posible'. Porque no todo está perdido"
El Movimiento de los Indignados, nacido en la emblemática Puerta del Sol de Madrid el 15 de mayo de 2011 y muy pronto extendido por todo el mundo, fue un fenómeno que cambió las preguntas a los diferentes poderes políticos, económicos, incapaces de proponer alternativas para resolver la crisis provocada por el mundo de las finanzas tres años antes, que, como todas las crisis, la pagaron los sectores más vulnerabilizados. También cambió las preguntas a las religiones y a no pocos teólogos cristianos acostumbrados a ofrecer respuestas del pasado a problemas del presente.
A las nuevas preguntas planteadas por aquel movimiento hace catorce años pretende responder un cristianismo radical que reformula la figura de Jesús de Nazaret dándole un nuevo título que creo responde mejor a la vida, mensaje y práctica de Jesús el Galileo que otros títulos que se le han aplicado hasta negar su humanidad: Indignado.
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La indignación y la resistencia de Jesús fueron las prácticas revolucionarias durante su actividad pública, tanto en el terreno religioso como en el político, ambos inseparables en una teocracia, el criterio ético que guió su vida y la clave hermenéutica que explica su trágico final. Vamos a verlo a continuación en seis escenarios de su vida y de su actividad pública, que constituyen el referente para el cristianismo actual en las nuevas coordenadas históricas.

Indignado con la religión oficial
Los evangelios oponen dos interpretaciones de la religión. Una es la legalista, que se traduce en estricto cumplimiento de la letra de la ley sin atender al espíritu y desemboca en ortodoxia. Otra es la humanista, que busca la liberación de las esclavitudes a las que los poderes someten a los seres humanos. Lo que está en juego en ambas interpretaciones es el lugar y la función de la religión en la sociedad y la actitud ante la ley.
La actitud de Jesús fue de indignación con la religión oficial y sus intérpretes, que anteponían el cumplimiento de la ley al derecho a la vida e incitaban a la venganza en vez de llamar al perdón. Cuando estaba en juego la vida, la libertad y la salud de las personas, infringió las leyes judías del ayuno y del sábado y justificó que sus discípulos las incumplieran.
Comió con pecadores y publicanos y ante el escándalo de los bien-pensantes de aquella sociedad por tan heterodoxo comportamiento, les explicó su gesto. La comida con gente descreída y excluida era el ejemplo visible de la presencia de Dios entre los marginados, la prueba de que la salvación no llegaba a quienes se creían justos, sino a los que transgredían la ley. Mayor escándalo e indignación todavía provocó al afirmar que las prostitutas precederían a los escribas y fariseos en el Reino de los cielos. Colocó en el centro del nuevo movimiento igualitario la práctica de las Bienaventuranzas, carta magna de la nueva sociedad.
Osó corregir la ley mosaica, eliminando su lado violento y vengativo (Mt 5,38) y poniendo en el centro la práctica del bien y del amor a todas las personas. Se opuso a la venganza y abogó por el perdón y la reconciliación. Rechazó el odio a los enemigos y llamó al amor.
Uno de los pilares en que se sustentaba la religión de Israel era elcódigo de pureza, que Jesús transgrede y considera una trampa para no cumplir con los más elementales deberes humanos como la atención y el sustento a los padres (Mc 7,10-12). En el planteamiento moral de Jesús hay un desplazamiento del concepto y de la práctica de la santidad: de la pureza legal a la ética de la projimidad, ejemplificada en el Buen Samaritano y en su moraleja: “vete y haz tú lo mismo”.

Indignado con las autoridades religiosas
Las autoridades religiosas vivían una escisión entre la realidad y la apariencia. Su actitud no podía ser más hipócrita: decían y no hacían, absolutizaban la Torá e imponían al pueblo cargas legales que ellos mismos no cumplían. Daban constantemente muestras de ostentación y buscaban el reconocimiento de la gente a través de gestos altivos. Les encantaba pasearse con amplios ropajes y ser reverenciados en las plazas. Les gustaba ocupar los primeros puestos en los banquetes y en la sinagoga.
Jesús les acusa de una profunda ruptura entre interior y exterior, labios y corazón, culto y justicia. Lo pone de manifiesto Jesús citando al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos” (Is 29,13). Amén de la referida ruptura, se subraya la sustitución de la palabra de Dios, que humaniza, por las tradiciones humanas, que oprimen la conciencia. Un ejemplo de tal suplantación es ofrecer al templo como donativo lo que debería darse al padre y a la madre para su sustento.
La actitud hipócrita de las autoridades religiosas es una clara discrepancia entre lo establecido por la ley y su actuación. Las acusa de corrupción: “devoran las casas de las viudas” (Mt 12,40). Tal comportamiento resultaba inmoral. Pero hay más: se establece una estrecha relación entre el expolio a las viudas y el cumplimiento de la práctica religiosa. Los largos rezos sirven de “pretexto” para extorsionar económicamente a las viudas.
Les echa en cara su dureza de corazón, provocada por el legalismo, que torna a las personas insensibles al sufrimiento ajeno, impide el amor a las personas necesitadas y dificulta la solidaridad. La autosuficiencia es otra de las críticas que Jesús dirige a los guías religiosos de Israel. La parábola del fariseo y del publicano retrata perfectamente su autosuficiencia, que desemboca en elitismo (Lc 18,9-14).
Pero quizá la mayor crítica que Jesús les dirige es la falta de autoridad doctrinal y moral de la que presumían y la falsedad de su magisterio. Más aún, las desacredita y desautoriza. No le merecen el menor respeto.
Indignado con el poder económico
La acumulación de bienes fue uno de los motivos más importantes de la indignación de Jesús, convencido como estaba de la incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero, de que toda riqueza es injusta y se convierte en un medio de dominación y de opresión de las minorías opulentas contra las mayorías populares. El apego a la riqueza es tan fuerte que las personas ricas no atienden a razones ni divinas ni humanas.
Jesús cuestiona las raíces materiales y religiosas –generalmente unidas- de la exclusión y luchó por erradicarlas. Se pone del lado de los grupos marginados social, política y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, personas enfermas, paganas, samaritanas y gente considerada “de mal vivir”. Era en su compañía como se encontraba más a gusto. Era compartiendo mesa con dichas personas como se sentía feliz.

Indignado con el poder político
La indignación de Jesús subió de tono en el enfrentamiento con los poderosos, a quienes acusó de opresores, y con la tiranía que imponía Roma a su pueblo. Precisamente la condena a muerte de Jesús, y muerte de cruz, dictada y ejecutada por la autoridad romana, fue la consecuencia lógica de la indignación con el poder político, a quien negaba legitimidad, y contra el Imperio, a quien consideraba invasor. El reino de Dios que él anunciaba constituía el mayor alegato contra el Imperio, como ya expuse en el capítulo dedicado al cristianismo contrahegemónico.
Jesús mantuvo permanentes choques, directos o indirectos, con las autoridades políticas. Conflictiva fue su relación con Herodes Antipas, quien asociaba a Jesús con Juan Bautista. Herodes temía que el pueblo, amotinado por el Bautista, se levantara contra él. Por eso mandó ejecutarlo. El mismo temor sentía hacia Jesús, a quien le llega un recado de que abandone el territorio de Tiberíades porque Herodes quería matarlo. Pero Jesús no se pliega ante la amenaza herodiana. Más bien hace frente a Herodes llamándole “don nadie” (Lc 13,32) y sigue su camino.
En un sistema teocrático, religión y política son inseparables. En el modelo imperial de dominación romana se daban conexiones estrechas entre las instituciones religiosas y las políticas. Uno de los momentos de mayor tensión en el enfrentamiento con los autoridades religiosas y políticas fue el de la actividad de Jesús en torno al templo de Jerusalén, y más en concreto, la escena de la -mal llamada- “purificación del templo” (Mt 21,12-17; Mc 11,15-19; Lc 19.45-48).
Indignado con el patriarcado
Jesús mostró su indignación con la sociedad y la religión patriarcales de su tiempo. El cristianismo histórico ha mantenido oculta esa actitud durante muchos siglos, con más empeño incluso que las indignaciones antes descritas, ya que las iglesias cristianas han elaborado una cristología androcéntrica y se han configurado patriarcalmente. Tampoco la exégesis descubrió esa indignación ya que ha operado, hasta muy recientemente, con métodos histórico-críticos consciente o inconscientemente misóginos.
Jesús denunció las múltiples marginaciones a las que eran sometidas las mujeres por la religión y la política, se opuso a las leyes que las discriminaban (lapidación por adulterio, libelo de repudio) y las incorporó a su movimiento en igualdad de condiciones que a los varones y con el mismo protagonismo, como expuse en el capítulo dedicado al cristianismo comunitario fraterno-sororal. El movimiento de Jesús comenzó precisamente en Galilea en el seno de un grupo de mujeres emancipadas del patriarcado, que lo acompañaron hasta el momento trágico de su crucifixión y fueron las primeras testigos de la experiencia de la Resurrección, que dio origen a la Iglesia cristiana. Fue en el movimiento de Jesús donde ellas recuperaron la dignidad que les negaba la religión oficial, la ciudadanía que les negaba el Imperio y la libertad que les negaban sus conciudadanos varones.

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Indignado con Dios
Fue sin duda la indignación más dolorosa, la que más desgarro interior le provocó y la que puso a prueba su fe y su esperanza. Jesús se había dirigido a Dios con plena confianza y familiaridad llamándole cariñosamente Abba. Le experimentaba como una persona de quien podía fiarse plenamente. Dios era el centro de su vida, el horizonte de su proyecto liberador, el sentido de su existencia. Pero no el Dios lejano, sino el Dios de la esperanza, compasivo, abogado de la gente empobrecida. Nada había que lo separara de él.
Sin embargo, llegado el momento de la prueba y de la persecución en Getsemaní, Jesús siente pavor, angustia, una profunda tristeza, y vuelve a dirigirse a Dios con la misma confianza con que lo había hecho antes, para comunicarle el terrible trance por el que estaba pasando y la crisis de sentido que le rondaba. Es en ese momento en el que el conflicto con Dios se muestra en toda su radicalidad. Le pide cuentas a Dios por no estar de su lado cuando le llega el agua al cuello.
Estando en la cruz, le expresa su más profunda decepción y lanza un grito de protesta y de angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Le pide cuentas por haberle abandonado. La crisis de fe y de esperanza había tocado fondo. En ese momento, al decir de Jürgen Moltmann, “sintió desesperación”.
Esa es la gran paradoja del Dios cristiano: cuando se le siente cerca, parece alejarse; cuando se recurre a él, da la impresión de que no escucha; cuando se le busca, parece que nunca se le encuentra. Y viceversa: habla en el silencio, acompaña en el camino sin ser visto. Es solidario en la distancia. Jesús también experimentó esa paradoja en su relación con Dios.
Estas manifestaciones de la indignación de Jesús de Nazaret a lo largo de su actividad pública con Dios, los poderes económicos, políticos, religiosos, patriarcales, y con quienes los detentaban constituyen un desafío para los cristianos y cristianas de hoy, pero también para las ciudadanas y los ciudadanos indignados con causa. Y no para sacralizar la lucha de los Indignados, sino para sumar fuerzas y razones a favor de la indignación contra las injusticias de nuestro mundo, generadas por la religión del mercado, que ha sometido a su tiranía a la religión, la política, la economía, la ética, y hasta la conciencia de no pocos ciudadanos y ciudadanas.
La convergencia de voces, manos, voluntades, utopías, proyectos emancipatorios y sueños “despiertos” puede liberar del fatalismo histórico, que atenaza hoy a la humanidad, y deja abierta la puerta a la esperanza de “otro mundo posible”. Porque no todo está perdido. ¡Hay alternativas! Y la indignación de Jesús y de sus seguidores y seguidoras puede contribuir a su búsqueda.
Conferencia pronunciada en el Foro Espiritualidad, Democracia y Ciudadanía. Guatemala- 21 de agosto de 2025

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