La misericordia de Dios ¿tiene “pecados reservados”?

¿Por qué no se concede a todos los sacerdotes ser “Misioneros de la Misericordia”
En el n. 18 de la Misericordiae vultus, el Papa manifiesta “la intención de enviar los Misioneros de la Misericordia”. Será en la cuaresma. Dice que “serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios”. “Serán sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica”. ¿No sería más signo de la misericordia divina el que concediera dicha “autoridad” a todos los sacerdotes? ¿Hay que peregrinar a donde estén estos distinguidos presbíteros para obtener más misericordia? Si la Iglesia, representada por quienes la presiden, quiere ser “eco de la misericordia del Padre”, que lo sea de verdad: sin cortapisas, sin mediaciones innecesarias, gratis, en toda ocasión...

La disciplina eclesial contradice el Evangelio
El Evangelio (actitud de Jesús, sus parábolas...) proclama la misericordia del Padre Dios. Es el amor que sale del corazón de Dios, representado por la pasión de una mujer que pierde una moneda que necesita para vivir, o la del pastor que va al encuentro de una de sus ovejas (el rebaño es su tesoro, del que vive y para quien vive), o la de un padre que pierde a un hijo (se va del hogar de vida, del cuidado y amor familiar; sólo quien tiene experiencia de parternidad real, puede valorar bien esta vivencia; no los solteros).

La alegría de la mujer, del pastor, del padre... son indicios, metáforas, intuiciones... de lo que es la alegría que siente el Padre del cielo, el Creador, cuando una persona es encontrada por su amor. Si vivo, es porque Alguien me ha llamado a la Vida: quiere que viva, que me realice, que entre en la corriente de la Vida, que participe y disfrute de los bienes de la Vida. Es la experiencia de Jesús de Nazaret, la experiencia que quiso transmitir con su vida, con sus palabras, con sus gestos y parábolas. Es sentirse profundamente amado por el Misterio de la vida, al que las religiones dicen “Dios” y Jesús llamaba “Padre mío y vuestro”. Nadie le ha visto, pero son muchos los que creen que existe, y que se da a conocer a través de las maravillas de la naturaleza, de la historia, y de la conciencia personal.

Personas muy sensibles a la presencia del Misterio
En la tradición judía tenemos la gran figura de Moisés que se sentió llamado a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Dentro de esta corriente religiosa surge “el hecho” de Jesús de Nazaret. Su vida y su obra están recogidas en los libros del Nuevo Testamento, sobre todo en los Evangelios. Su pretensión era hacer de la vida el Reinado de Dios, el modo de vida coincidente con las aspiraciones universales de dicha y felicidad, que todo corazón sensato quiere: reino de vida, de libertad, de amor, de paz, de verdad, de justicia... como proyecto que el Padre del cielo quiere y promueve. Eso fue lo que hizo Jesús en su vida histórica. Eso fue lo que le enfrentó a los dirigentes religiosos de su Pueblo. Eso le llevó a la cruz y muerte. Cruz y muerte que no mataron su esperanza en el amor del Padre. Así se manifestó el proyecto divino para la vida humana: la muerte no es la palabra última. La última palabra es el amor del Padre que da vida eterna. Es el último misterio que se revela en la vida de Jesús: muerto para este mundo, resucita por la fuerza del Espíritu divino que lo acompaña siempre. Esa es la experiencia pascual que tuvieron los que le había acompañado en su vida terrena: sintieron en sus alma que Cristo vivía, se hacía presente en las celebraciones comunitarias, al recordar su vida y al vivir movidos por el Espíritu de amor que a él le movía.

El Espíritu de Jesús sigue actuando
El libro de los “Hechos de los Apóstoles” narra la continuación de la causa de Jesús. El protagonista es el Espíritu Santo. Los apóstoles anuncian el Reino y forman comunidades al estilo de Jesús. Ellos siempre piden la inspiración del Espíritu que animó la vida de Jesús, y entre todos van eligiendo y repartiendo las varias tareas y responsabilidades, según los carismas de cada uno. Los apóstoles, a la vez que van anunciando el Evangelio, procuran que las comunidades vayan eligiendo responsables que cuiden de la integridad del Evangelio, de los sacramentos y de la vida en el amor. Son los que se llamarán “supervisores” (en griego: episcopoi, obispos), “ancianos” (en griego: presbiteroi, presbíteros), “servidores” (en griego: diaconoi, diáconos). Así va surgiendo lo que denominamos la “jerarquía” de la Iglesia. Nunca se les llamará sacerdotes en sus inicios. Sus nombres expresan las funciones que realizan al servicio de la comunidad. La palabra sacerdote en el Nuevo Testamento se aplica sólo a Jesús y a todos los cristianos. Y sin ninguna relación con ritos religiosos. La vida de Jesús y la de sus seguidores es interpretada como sacerdotal porque viven en Amor. Luchando contra todo lo que impide un vida digna del ser humano, y colaborando por un mundo mejor (donde haya más verdad, más justicia, más vida, más alegría, más paz, más libertad...) están vinculando el Misterio de la vida, el Padre del cielo, con las personas humanas (esos significa sacer-dote: quien da lo sagrado, contacta con lo sagrado, con Dios). Este es el sacerdocio de Jesús: su vida entregada a los hermanos, hijos del mismo Padre, para qu vivan en fraternidad consciente y libre. La vida en amor nos pone en contacto con la divinidad, con el Padre. En cristiano no hacen falta mediadores, expertos en rituales religiosos, para contactar con la divinidd. Llevando una vida como la de Jesús, se contacta directamente con el amor del Padre, hacemos su voluntad, somos gratos a Dios. Para que pudieran ejercer este sacerdocio, Jesús les enseñó a orar al Padre, a preocuparse de los enfermos y necesitados, a recordar su vida compartiendo el pan y vino, signos eficaces de su presencia resucitada.

El movimiento de Jesús se hace “religión”
Pasando el tiempo, la Iglesia olvida la organización del Evangelio y se hace una religión organizada como la judía y otras no judías, presentes en el imperio romano. Los servidores van apropiándose de todos los servicios, se organizan como estamento privilegiado y empieza a denominarse “clero” o “suerte” del Señor, nombre que en la revelación neotestamentaria se da a todos los cristianos, al Pueblo de Dios. Más aún, aceptan llamarse “sacerdotes” en contra de toda la enseñanza del Nuevo Testamento y de la práctica de los dos primeros siglos cristianos. Algunos historiadores comentan este cambio como la “gran traición” de la Iglesia al movimiento fraternal de Jesús. Cada vez va contando menos la comunidad. Se olvidan los principios comunitarios: “lo que atañe a todos debe tratarse y decidirse por todos”, “que se ordene como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo”, etc., etc. Aparece el clero como casta sacerdotal, dedicada, como en el judaísmo y en otras religiones paganas, al culto y organización eclesiástica. Los sacramentos, sobre todo la eucaristía, se “sacralizan” en demasía, se realizan sin comunidad, se convierten en ritos sin vida comunitaria, sin entendimiento, sin libertad, deshumanizados.

El clero hace el Código de Derecho Canónico
Controlan hasta la misericordia del Padre. La trocean, la conceden ajustada a sus leyes, a sus personas. Empiezan los pecados reservados al Papa, a los Obispos... Dios tiene que ajustarse a sus reverencias, señorías, excelencias, eminencias, Santidad (no la de Dios, claro) personificada en un ser humano, sucesor del pescador Pedro. Claramente los papas se han situado por encima de Jesús. Menos mal que tenemos en el evangelio una situación similar y la respuesta de Jesús a Pedro sabihondo que pretende saber más que Jesús y le recrimina para que actúe de otra forma (con más poder, más gloria, más “como Dios manda”...). Tras darle las “llaves del reino de los cielos”, Jesús les explica el camino cristiano, y Pedro quiere seguir los caminos del mundo, identificándolos con los caminos de Dios. Son los caminos del poder, del dominio, de la gloria del mundo. Jesús le reprocha duramente: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Eres un peligro para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana” (Mt 16, 22ss). ¿Reservar pecados es idea de Dios? ¿O idea de los humanos que quieren dominar, controlar, premiar y castigar... en nombre de Dios? ¿Dónde consta esa voluntad de Dios?

Rufo González
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