"Todos tenemos algo de los dos protagonistas de este bello texto del Evangelio" "El fariseo y el publicano"

"Este domingo la Iglesia nos propone que meditemos sobre la parábola del fariseo y el publicano. Si la leemos con humildad nos veremos reflejados en ella como en un espejo"
"La parábola va dirigida a todos aquellos que se creen justos. A los que piensan que su vida agrada a Dios y se dedican a criticar a los demás"
"Sigamos el camino de la humildad. La humildad, como nos dice santa Teresa de Jesús, es 'andar en verdad' (Las moradas VI,7). Y la verdad es que para Dios no cuentan ni el prestigio ni las apariencias. Él nos ama gratuitamente"
"Sigamos el camino de la humildad. La humildad, como nos dice santa Teresa de Jesús, es 'andar en verdad' (Las moradas VI,7). Y la verdad es que para Dios no cuentan ni el prestigio ni las apariencias. Él nos ama gratuitamente"
Este domingo la Iglesia nos propone que meditemos sobre la parábola del fariseo y el publicano. Si la leemos con humildad nos veremos reflejados en ella como en un espejo. Y es que todos tenemos algo de los dos protagonistas de este bello texto del Evangelio.
Este pasaje evangélico empieza con un «aviso para navegantes». La parábola va dirigida a todos aquellos que se creen justos. A los que piensan que su vida agrada a Dios y se dedican a criticar a los demás.
Jesús nos explica que, cierto día, un fariseo y un publicano subieron al templo para orar. Los fariseos eran miembros de un grupo judío que cumplía la Ley de Moisés de manera estricta. Eran considerados personas respetables por la gente. Los publicanos eran personas contratadas por los romanos para recaudar impuestos. Tenían fama de corruptos y eran odiados por el pueblo.

El fariseo ora para recordar a Dios que él es un hombre de bien, una persona intachable. Solo busca el reconocimiento de Dios y le muestra todas las cosas buenas que hace. Está tan orgulloso y lleno de sí mismo que en su corazón no hay lugar para Dios ni para los demás. También nosotros podemos parecernos a él, cuando vemos la mota en el ojo ajeno, pero no somos capaces de ver la viga que hay en el nuestro (cf. Mt 7, 3-5).
El publicano va al templo para hablar a Dios con confianza. Se reconoce frágil, pequeño y pecador. El publicano se abre a Dios, ora de verdad. Su oración conecta con el Padre. Así lo escribe el autor del libro del Eclesiástico: «La oración del humilde atraviesa las nubes y no se detiene hasta que alcanza su destino» (Eclo 35,20).
Jesús nos pide en este fragmento del Evangelio que sigamos el camino de la humildad. La humildad, como nos dice santa Teresa de Jesús, es «andar en verdad» (Las moradas VI,7). Y la verdad es que somos vulnerables, somos vasijas de barro frágiles y agrietadas. Sin embargo, a través de estas grietas podemos mostrar al mundo el amor que Dios ha puesto en nuestro interior y que recibimos de una manera particular en el sacramento de la Eucaristía. La verdad es, también, que para Dios no cuentan ni el prestigio ni las apariencias. Él nos ama gratuitamente. Es posible que en muchos momentos de nuestra vida no tengamos nada bueno que ofrecer a Dios. Sin embargo, siempre tenemos mucho que recibir de Él: perdón y amor.
Queridos hermanos y hermanas, Cristo es el buen pastor que no deja de buscarnos hasta que nos encuentra. Pidámosle que nos enseñe a orar como el publicano. Digámosle con fe: «Jesús, ten compasión de mí, que soy un pecador”» (cf. Lc 18,13). I acojamos con gozo su perdón y su amor. Él es el amigo que nunca falla.
