Últimos días en el desierto. La humanidad sin Dios


Nuevamente una representación de la figura de Jesús de Nazaret en el cine. En este caso, se trata de reconstruir la experiencia en el desierto donde desde las tentaciones, donde se fragua la conciencia personal y la búsqueda del Padre. El resultado es un ensayo fílmico muy personal sobre la existencia humana desde el arquetipo de Jesús, pero sin acceder al misterio de su persona y acontecimiento. Las piedras que tapan el sepulcro también oscurecen la hondura y luz de Jesucristo en comunión con los hombres y en filiación con Dios.
El cineasta colombiano Rodrigo García, hijo de García Márquez, es un especialista en retratar el mundo femenino, recordemos “Nueve vidas” (2005), “Madres & Hijas” (2009) o “Albert Nobbs” (2011), con un papel memorable de Glenn Close. Pero ahora se enfrenta a una película en la que compone un guion sobre el que vuelca sus inquietudes sobre la dureza de la existencia, las relaciones fundantes de paternidad-maternidad- filiación, la revuelta de la nuevo sobre lo viejo o la ausencia de un Dios del que solo queda fotografiar su inexistencia, como un recuerdo cultural y mitológico.
El punto de partida no son los relatos evangélicos, por lo cual se desliza en una reconstrucción de ficción de sus personajes. No se trata tampoco de una confesión de fe que el autor, experiencia que asegura no tener. Se trata más bien de una indagación en el personaje de Jesucristo como misterio de lo humano que abarca las proyecciones hacia lo divino.
Jesús camina y sobrevive en el desierto intentado encontrar el rostro de Dios como Padre. Y allí se encuentra con una familia. Un padre fuerte que quiere esconder sus miedos levantando una casa-sepultura, en medio de la nada, para su hijo. Un joven adolescente que quiere hacer su vida saliendo del círculo cerrado de su familia-desierto. Y una madre gravemente enferma, misteriosa y ausente que desea otro mundo para su hijo. El encuentro con Jesús supone la entrada de un espectador extraño en esta familia primigenia, a lo Malick de “El árbol de la vida” (la influencia de este director se deja sentir más formalmente que argumentalmente). Jesús no cambiará el destino humano de esta familia, de sus relaciones y aspiraciones, así como de su trágico destino sacrificial. Pero la interacción con estos personajes permite al Jesús de Rodrigo García afrontar el contraste con su lado oscuro, con su alter ego Satanás. Y desde ahí comprender el sentido del sacrificio como apertura a lo nuevo, en versión postmoderna del chivo expiatorio.
Algo se parece la pretensión de Rodrigo García a “La última tentación de Cristo” donde la naturaleza humana y la divina se enfrentan en un resquebrajamiento personal. Si el resultado de Martin Scorsese-Nikos Kazantzakis fue un Jesús escindido entre el deseo humano y la misión divino paterna, el resultado de Rodrigo García es un Jesús que condensa la tragedia humana donde el desierto es el mundo, la familia imposible es el fracaso de las relaciones de amor y donde Dios está enterrado en el búsqueda humana, pura horizontalidad sin profundidad de campo ni verticalidad del desplazamiento de la cámara que siempre permanece a ras de tierra.
A pesar de todo, la humanidad de Jesús sigue despertando preguntas sinceras, abismales e inciertas. Siempre son un paso, que en este caso no pasa del atrio de los gentiles.
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