
¿Que supone para tí esta canonización de un santo venezolano?
Al mirar la vida del doctor José Gregorio Hernández siento que encuentro un espejo en el que se refleja la posibilidad de que, a través de nuestra vida ordinaria, la profesión, el trabajo, el día a día, también podamos alcanzar la santidad
¿Destaca su formación y preparación?
Nacido en Isnotú, en el estado Trujillo, el doctor Hernández fue un hombre de profunda fe, de sólida formación científica y de entrega total a los más pobres. Se licenció en la Universidad Central de Venezuela en 1888 y viajó a Europa —París, Berlín— para especializarse en histología, embriología y bacteriología. Al regresar a Caracas en 1891, fue profesor de histología, fisiología experimental y bacteriología; introdujo el uso del microscopio en Venezuela y ayudó a crear nuevas cátedras universitarias.
¿Qué es lo que más te llama la atención de su vida profesional y creyente?
Lo que más me conmueve no son sus títulos o logros, sino que ese científico brillante jamás dejó de considerar como su principal paciente al pobre, al descartado, al último. En su consultorio colocaba una cesta con el letrero: «Que dé el que pueda». Atendía sin cobrar a quienes no tenían recursos; si hacía falta, él mismo llevaba medicinas a los enfermos de los barrios. Un día de 1919 salió con prisa para llevar medicamentos a una mujer anciana en La Pastora (Caracas) y, al cruzar la calle, fue atropellado. Su muerte no disminuyó la fama de santidad que ya le atribuía el pueblo.
¿Fue santo de otra manera, podemos decir?
Para mí, este hombre es un ejemplo vivo de cómo la santidad no es exclusiva de los claustros o la alta teología, sino que puede brotar en los pasillos de un hospital, en un aula universitaria, en una redacción, en un estudio de ingeniería o en un despacho de abogados. La santidad como vocación profesional: no hacer simplemente un buen trabajo, sino convertir ese trabajo en servicio, en misericordia, en entrega.
¿Crees que es posible hoy vivir con ese carima profesional?
Cuando llegué a España y conocí al grupo de profesionales cristianos acompañados por el padre José Moreno, comprendí mejor su mensaje. Allí estaban médicos, profesores, y otros profesionales, todos poniendo sus talentos al servicio de quienes del bien común y en especial de los que no tienen voz, de los que están en los márgenes, de los que el mundo descarta. Y eso ya es un milagro. Porque hay tantas profesiones que solo buscan éxito, reconocimiento o beneficio. Pero transformar la profesión en misión, convertir la rutina en compasión, el informe en palabra de esperanza, el cálculo en solución, la consulta en cuidado humano, eso es santidad.
En mi trabajo como periodista he intentado no solo informar, sino también evangelizar y concienciar. He buscado dar voz a quienes no son escuchados, mostrar con historias que otra forma de hacer comunicación es posible: una comunicación que dignifica, que acompaña, que transforma. En ese sentido, el doctor Hernández me inspira. Fue un profesional destacado, un científico con visión moderna, pero también un creyente humilde, que permitió que la fe y la ciencia caminaran juntas; que convirtió la medicina en un sacramento al servicio del prójimo.
¿Qué interpelación nos deja el testimonio de este médico santo?
Hoy, me pregunto: ¿y yo? ¿Y tú? Desde la profesión que tengas, sea medicina, derecho, ingeniería, docencia, comunicación, arte o cualquier otra, ¿puedes también hacer de tu trabajo un camino de santidad? ¿Puedes, como el doctor Hernández, transformar la excelencia técnica en servicio, el éxito profesional en compasión, la rutina en entrega? Yo creo que sí. Porque la santidad no es privilegio de unos pocos excepcionales, sino posibilidad de todos los que, con talento y humildad, deciden no trabajar solo para sí mismos, sino para los demás. Deciden mirar a los descartados, abrazar al vulnerable, servir al enfermo, defender al indefenso. Esa es la vocación de cada profesional que entiende que su herramienta es un medio para amar.
¿Qué conclusión última nace de tu reflexión en torno a esta persona?
Al mirar la vida del doctor José Gregorio Hernández, concluyo: mi profesión puede ser santidad, mi trabajo puede ser servicio, mi día a día puede ser historia de misericordia. No tengo que esperar otro escenario: está en lo ordinario, en lo cotidiano, en lo humilde. Y eso es precisamente lo hermoso.