Mi deseo para el nuevo año que ahora comienza es que sueñes con los pies en la tierra; que lo hagas con raíces y con alas. Que logres que las alas arraiguen y las raíces vuelen
La idea anterior procede de un aforismo, de Juan Ramón Jiménez, que refleja, magistralmente, la tensión y la paradoja esencial del ser humano.
El ser humano vive
entre la tierra y el cielo y, desde la gravidez que le mantiene enraizado, sueña con elevarse, con ascender y volar.
Una persona anclada en sus raíces y sin capacidad de elevarse es un ser que se limita a vegetar. Por ello
las raíces deben elevarse y volar.
Una persona sólo movida por las alas de la ensoñación, del deseo, del ansia de transcender y sin vínculo con la tierra es humo que se evapora sin dejar rastro de su paso. Por ello
las alas deben arraigar.
Es necesario complementar lo uno con lo otro.
Raíces con alas y alas con raíces.
En este siglo que nos ha tocado vivir debemos aprender a gestionar la tensión entre lo local y lo universal; entre la seguridad del estar arraigado y la aventura del vuelo. Sin renunciar ni a lo local ni a lo global.
Debemos saber estar en este mundo aun no siendo del todo de este mundo.
Con los pies en la tierra pero sin estar anclados en ella.
Con voluntad de volar y de soñar con cambiar el mundo. Pero con realismo para conocer la realidad, interpretarla e incidir eficazmente en ella.
¿Lo crees posible?