Nuestra actitud como padres para hacer familia

El interés por el aspecto académico, las notas o el triunfo, nos llevan a adoptar una actitud miope, dejando a un lado cómo formar su personalidad y sus valores.
Es verdad que les espera una sociedad competitiva, que exige una sólida preparación profesional, pero también es cierto que esa sociedad es dura, a veces con desvalores y que hay que tener una personalidad muy formada. Porque solo así podrán actuar con criterio propio haciendo que prevalezcan sus propios valores. Esa es una de las claves para que sepan situarse en el mundo y ante el mundo, asumiendo críticamente el desafío del mismo.
¿Qué valores y convicciones trasmitimos? ¿Que decimos, hacemos y somos? ¿Que opinamos de su entorno y sus amigos?
¿Valoramos más lo que tienen los amigos, los vecinos, los personajes públicos etc. que lo que son? Si es así ¿por qué nos extrañamos ante su obsesión por tener más juguetes, más ropa de marca o unos padres más ricos?
Enseñar a convivir no desde la rivalidad sino desde la colaboración. Sin que sea preciso estar contra nadie, sino conociendo valorando y aceptando al otro.
Enseñar a diferenciar lo esencial de lo accidental. Para saber cuáles son los referentes fundamentales a los que no deben renunciar y, en los que por tanto, deben poner un énfasis especial.
Valorar y potenciar los aspectos positivos del mundo actual. La sociedad plural e intercultural, la posibilidad de solidaridad universal. El poder actuar con convencimiento y no por imposición.
Huir de la postura de la familia “light”, vacía de cometidos, que renuncia a su papel de educador y de conformador de valores; en la que los padres dejan de ser un referente y renuncian a inculcarles un modelo de vida.
Es fundamental dotar a nuestros hijos de la madurez suficiente para no ser manejados ni zarandeados por el mundo que les rodea. Sabedores de que lo esencial no es el aislarlos de todo ambiente que pueda conllevar un determinado riesgo (porque siempre habrá algo que se nos escape) sino que adquieran la madurez suficiente para que prevalezcan sus propios valores.
A todo lo anterior hay que echarle ganas y tiempo. Porque la educación de los hijos requiere tiempo, dedicación, autocontrol, respeto, comunicación, convivencia, confianza, cercanía, cariño, testimonio, paciencia y coherencia. En la sociedad actual casi nada de eso es fácil, y por eso me parece obligado señalarlo. Y cuando al final de la jornada laboral llegamos a casa cansados debemos ser capaces de desconectar, de hacer acopio de todos los requisitos mencionados y entregarnos a vivir con ilusión el resto del día.