Mi respeto y admiración a un misionero con argumentos para tirar la toalla

Transcribo la reflexión de un misionero que intenta ayudar a otro con problemas y me escribe lo siguiente: Hoy he estado todo el día con XX. Hemos ido al museo, a comer a Caritas y a pasear. Todo bien. Parece que se calma. Pero al llegar a casa le ha llamado la coordinadora de nuestro proyecto en XX y ha vuelto a lo de siempre: problemas y más problemas. Y, sin vía de salida, esplota "estoy hasta los... de este puto país de mierda donde nadie dice la verdad, todos te mienten, donde no hay ni una chispa de justicia, donde todo es corrupción y engaño. No puedo más, es imposible. Por más que intento reconciliarme con el país y su gente, no puedo" Y descubro, entonces, que toda mi terapia se ha ido, otra vez, al cubo de la basura.

Lo malo, me dice, es que tiene más razón que un Santo. Pero lo peor es que nos venzan las verdades meridianas, que son solo sombras de la verdad.

Las razones verdaderas habitan un poco más allá de las evidencias. No en el tener razón y machacar a los demás a fuerza de argumentos sino en el habitar esperanzadamente la verdad de las cosas, que es mucho más de lo que vemos y sufrimos a diario.

Hay que seguir esperando y creyendo que las cosas pueden ser de otro modo. Pasar por tontos, pero esperanzados. Capaces de ver más allá de los rostros agrios y sarcásticos de los listos de este mundo. De no ser así el mal se seguirá extendiendo con la complicidad de los buenos, que o bien le oponemos una resistencia armada con sus mismos instrumentos o nos resignamos a que triunfe.

Situaciones reales de profunda injusticia e inhumanidad como Auschwitz nos han enseñado que la manera de matar el mal no es un mal más fuerte, sino el bien supremo. El amor o el perdón, que eligen el camino extraño de dejarse aplastar por el mal sin oponerle (aparentemente) resistencia o elegir la derrota para romper la lógica de la violencia.

Con todo, ¡qué difícil es vivir día a día con semejantes ideas! y a la vez lidiar en este país con gentuza de toda especie: mafiosos, constructores y empresarios sin escrúpulos, abogados sobornados, jueces injustos que se ríen de ti en tus narices y te hacen sentir un extranjero que no entiendes nada de este país. Es lo que le pasa a XX a diario.

¡Yo no sé como estaría de salud mental si viviera allí permanentemente como él!

Amigo lector. He compartido contigo un caso real de los que, lamentablemente, no se habla. No es noticiable. Porque a los medios de comunicación solo les interesa del hecho religioso el acoso, la denuncia y las disputas por el poder.

Te pido que hoy que es el día de San Francisco Javier, patrón de las misiones, reces por esos dos misioneros. Pero me sabe a poco.

¿Qué más podemos hacer? ¿Cómo lograr que su difícil realidad sea testimonio de esperanza y muestre al mundo que sigue habiendo personas comprometidas hasta el tuétano y que son todo un referente?
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