"Jesús fue mártir de la 'civilización del amor' (Pablo VI, 1970). Los cristianos también podrían serlo" Compromiso cristiano con el planeta

"¿Cómo es posible hoy continuar la misión de Jesús del anuncio y la práctica del Reino de Dios, que constituye la razón de ser de la Iglesia?"
"Desde hace más de un siglo, el mundo se ha regido por un paradigma económico y político compartido por el socialismo y el capitalismo. Este es, en breve, el de producir y distribuir"
"No a todos puede pedírseles el activismo ni el martirio, pero nadie debiera, al menos, reírse de quienes, crean o no en Dios, apuestan sus vidas por habitar el planeta de otra manera"
"No a todos puede pedírseles el activismo ni el martirio, pero nadie debiera, al menos, reírse de quienes, crean o no en Dios, apuestan sus vidas por habitar el planeta de otra manera"
Los evangelios son relatos de la pasión con una introducción extensa, dice un biblista cuyo nombre no recuerdo. A Jesús lo eliminaron. Lo mataron exactamente por lo que trató de hacer. Las razones que se adujeron para asesinarlo se encuentran en los mismos evangelios; son de distinta naturaleza y no coinciden entre sí. Todo sumado, sin embargo, a Jesús le costó la vida haber anunciado con palabras y con acciones el advenimiento del Reino de Dios.
Entender la crucifixión de Jesús exige tener en cuenta las tensiones políticas y geopolíticas de su tiempo. Se dice que Jesús nació cuando César Augusto era el emperador romano y que en Palestina gobernaba Herodes el Grande como representante del imperio. Palestina era un territorio bajo dominio romano, con funcionarios encargados de recaudar impuestos y mantener la paz en el Mediterráneo. Jesús agitó las aguas. Él fue un judío marginal proveniente de Galilea, una zona pobre de donde salían los zelotas, los guerrilleros, que hablaba de Dios sin tener ninguna investidura especial para hacerlo.

A poco andar, su conflicto con los fariseos, los principales intérpretes de la Ley de Moisés, y con los sacerdotes pertenecientes a la aristocracia de Jerusalén, a cargo del Templo, se agudizó. La temperatura poco a poco subió. Surgió la pregunta acerca de si él podía ser el mesías. El Sanedrín, que reunía a los judíos, y Pilatos, que resguardaba la calma en esa región, convinieron en deshacerse de un personaje que ni a unos ni a otros les convenía.
¿Cómo es posible hoy continuar la misión de Jesús del anuncio y la práctica del Reino de Dios, que constituye la razón de ser de la Iglesia? Es preciso localizar esta misión en la cancha del partido que se está jugando. ¿Cuál?
Desde hace más de un siglo, el mundo se ha regido por un paradigma económico y político compartido por el socialismo y el capitalismo. Este es, en breve, el de producir y distribuir. Este principio de organización civilizatoria de las relaciones nacionales e internacionales, sin embargo, ha conducido a la catástrofe medioambiental de la que somos testigos: de tanto producir no queda qué repartir.
¿Qué viene ahora? Es muy probable que continuaremos pensando que lo que necesitamos es crecer más para repartir más. Pero el planeta, así, no puede continuar. La vida de las especies vivas se regenera incesantemente, pero en la medida en que se conservan las condiciones materiales que lo hacen posible. Es penoso constatar que el desarrollo de energías renovables, aunque prometedor, requiere enormes cantidades de agua y minerales. El panorama es malo.

Sí hay, empero, una esperanza. La hay si, primero, se tiene clara la película: el modo de compartir la tierra debe cambiar por completo. Como objetivo principal, debemos crear relaciones entre los seres vivos que garanticen las condiciones mínimas para la habitabilidad del planeta, según Bruno Latour y Nikolaj Schultz (Manifiesto ecológico político, Buenos Aires, 2023).
Los cristianos, ¿en qué están? Hemos de suponer que, en las escuelas de economía y negocios de las universidades católicas alumnos y profesores, al menos, estudian los documentos del papa Francisco: Laudato si’, Laudate Deum y Querida Amazonía. ¿Se han dado cuenta los profesores de filosofía y teología de que, en lugar de glosar a grandes autores y citarse entre ellos, deberían reflexionar sobre las condiciones para una nueva civilización? Me gustaría saber que a algunos investigadores su empeño por salvar la Casa Común les haya costado la carrera. El papa Francisco en Laudato si’ hace un llamado a diálogos disciplinares a todos los niveles.
Jesús fue mártir de la “civilización del amor” (Pablo VI, 1970). Los cristianos también podrían serlo. Es precisa una conversión al nivel del “metro cuadrado”. La mayoría puede ocuparse del agua y la energía que consume, pero los esfuerzos individuales deben conectarse con acciones globales. Entre lo pequeño y lo grande debe darse una colaboración. A la hora de votar, ¿quiénes serán los candidatos de los que contribuyen en lo chico? No a todos puede pedírseles el activismo ni el martirio, pero nadie debiera, al menos, reírse de quienes, crean o no en Dios, apuestan sus vidas por habitar el planeta de otra manera.

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