Iglesia Viva presenta su nuevo número "Transhumanismo: La domesticación de la vida"

Transhumanismo
Transhumanismo

Cuando imaginábamos este número sobre el transhumanismo nada hacía pensar que viviríamos una crisis global a consecuencia de la COVID-19. Hemos descubierto que somos más vulnerables y más mortales que nunca

En este momento el número tiene más sentido aún que cuando lo programamos. Por eso lo presentamos hoy, aunque añadiendo una sección con reflexiones sobre la COVID-19, que es un avance de lo que serán nuestros próximos números

Nos gustaría ayudar a interpretar y hacer inteligibles a nuestros lectores y lectoras los signos de este tiempo de pandemia, de contagio, de desafío y de desconcierto

Queremos hacerlo siendo fieles a nuestro lema: pensamiento crítico y orientación cristiana esperanzada y comprometida

El mejoramiento humano a debate

Cuando imaginábamos este número sobre el transhumanismo nada hacía pensar que viviríamos una crisis global a consecuencia de la COVID-19. Mientras reflexionábamos cómodamente sobre las posibilidades de evitar la enfermedad y la muerte, gracias al poder de la ciencia y la tecnología, hemos descubierto que somos más vulnerables y más mortales que nunca. Un simple microorganismo de 50 millonésimas partes de milímetro, totalmente invisible, ha hecho tambalear el mundo entero, y poner en el centro el valor de la vida y las relaciones sociales.

En las últimas dos décadas el mejoramiento humano se ha convertido en uno de los principales temas de debate en el ámbito de la teología y la filosofía. Este interés se ha acrecentado debido a los avances de las tecnologías biomédicas. Se trata de intervenciones que en un futuro no muy lejano –algunas ya están aquí– podrían alterar y modificar nuestra propia naturaleza humana, para mejorarla.

A ese nuevo movimiento que proclama la conveniencia de trascender los límites actuales de la naturaleza humana para alcanzar un estadio diferente y superior al humano se le ha dado el nombre de transhumanismo. Si la biotecnología nos permite superar los condicionantes biológicos: ¿por qué no debemos mejorar también nuestras capacidades físicas y cognitivas? ¿Por qué no debemos eliminar el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento, e incluso, la muerte?

Ante ese conjunto de promesas que ofrece el transhumanismo se detecta una línea divisoria entre los partidarios y los contrarios al mejoramiento humano. Por un lado, los transhumanistas creen que se deberían desarrollar tecnológicamente las mejoras y que las personas deberían poder utilizarlas sin limitaciones. Por otro lado, los contrarios al mejoramiento piensan que no se debería alterar la biología o la condición humana en su esencia. La naturaleza humana es indisociable de la sabiduría de antaño, y puede ser una insensatez interferir en ella, porque llevaría al final del ser humano.

El transhumanismo pretende domesticar la vida mediante el poder tecnológico. Esto presenta, a la vez, riesgos y beneficios. Nuestro destino está, en mayor medida que nunca antes en la historia de la humanidad, en nuestras manos. En este número presentamos un conjunto de reflexiones para orientarnos en torno a una de las cuestiones más controvertidas y desafiantes de este siglo.

El primero de los tres ESTUDIOS que presentamos es el de Ester Busquets Alibés, profesora de ética en la Universidad de Vic-Universidad Central de Cataluña y miembro de nuestro consejo. Realiza una aproximación al transhumanismo para hacerlo comprensible: lo define, explica sus orígenes filosóficos y sus distintos planteamientos. Explica la controversia que existe entre los bioprogresistas y los bioconservadores. La visión panorámica que nos ofrece sobre el transhumanismo invita a reflexionar acerca de la responsabilidad ante los avances biotecnológicos que pueden modificar la naturaleza del ser humano.

En el segundo estudio, Roberto Casas Andrés, profesor del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao y también miembro del consejo, ofrece un análisis profundo del transhumanismo desde una perspectiva teológica. Desde una antropología cristiana aceptar la ideología transhumanista sería querer liberarnos de aquello que nos hace humanos, de la condición de posibilidad de ser creaturas, de nuestra intrínseca limitación.

El tercer estudio, de Tomás Domingo Moratalla, profesor de filosofía a la Universidad Nacional de Educación a Distancia, hace ver que el movimiento transhumanista debe ser comprendido como componente fundamental de nuestro imaginario social, el cual cumple diferentes funciones, tanto en su vertiente ideológica como utópica. A partir del análisis de un repertorio de películas, especialmente de “ciencia ficción”, nos adentra en el tema del transhumanismo. Según él la imaginación cinematográfica nutre también la imaginación ética y antropológica.

En la CONVERSACIÓN CON, ofrecemos una entrevista al abogado y urbanista Albert Cortina, realizada por Teresa Forcades i Vila. Cortina ha sido pionero en abrir debate público sobre el transhumanismo en nuestro país.

En la sección de A DEBATE, publicamos la traducción de un artículo de Arthur Caplan, profesor de bioética en la Universidad de Nueva York, en defensa de la visión transhumanista. Dicho artículo constituye la única contribución de nuestro número claramente favorable al transhumanismo. Por su parte, Montserrat Escribano Cárcel, teóloga y miembro del consejo, plantea cuáles son algunos espacios de reflexión que cuestionan el proceso de transhumanismo y biomejoramiento en el que parece que nos hemos instalado. Incide en que estos procesos afectan también a nuestra intimidad y a la creación de nuestra subjetividad. Por ello, pueden ser pensados críticamente desde las teologías a partir de prismas éticos y feministas ya que afectan a nuestras esperanzas personales y políticas.

La sección de SIGNOS DE LOS TIEMPOS se inicia con las reflexiones del asturiano Javier Vallbuena, director del Sanatorio Covadonga, sobre robótica y cuidados. Siguen lo que es casi una carta íntima de José Bada a su amigo Alfredo Fierro con motivo de la obra de este último titulada ‘Conversación en el atrio’ y la atractiva presentación que hace Juan Francisco Comendador acerca de la vida y obra de la mística, poeta y profeta Madeleine Delbrêl.

En PÁGINA ABIERTA nos asomamos a la primera obra de ciencia ficción moderna, el Frankenstein de Mary Shelley. A inicios del siglo XIX, cuando contaba solamente con dieciocho años, Shelley anticipó el debate ético implícito en la imposibilidad de controlar a una criatura inteligente y, sobre todo, sensible.

En este número introducimos un anticipo de una futura sección de reseñas culturales, que presentaremos en breve. Como RESEÑA DE MÚSICA van hoy las reflexiones de Silvia Bara Bancel, teóloga, acerca del nuevo disco de Aura Música dedicado a la poesía mística de las beguinas medievales. Como RESEÑA DE CINE José M. Monzó recensiona la película Tres anuncios en las afueras, del director Martin McDonagh. Y en RESEÑA DE LIBROS Bernabé Robles Del Olmo, neurólogo, reflexiona sobre la relación fe y ciencia en su reseña de la obra de Francis Collins, y la doctora en psicología y diplomada en teología Ana Gimeno-Bayón nos presenta la nueva obra de Ramón Rosal Cortés, sacerdote y psicoterapeuta que ya ha colaborado otras veces en Iglesia Viva, la última en el número 276 sobre Espiritualidad y humanización.

La COVID-19 muestra que el gran poder tecnológico del siglo XXI no siempre puede curar ni salvar vidas, ya que el ser humano ha sido, es y será siempre en su naturaleza un ser vulnerable. En este nuevo contexto, en la sociedad postcovid, el transhumanismo se puede convertir en una propuesta mucho más seductora y mucho más amplia socialmente de lo que es ahora. Pero a pesar de las esperanzas que genere y de los adeptos que aglutine también sabemos que hoy algunas de sus promesas están más lejos, y otras son inalcanzables. Querer domesticar la vida es un quehacer muy caprichoso.

Portada
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Un tiempo de interrupción: la crisis de la COVID-19

En un conjunto de artículos breves que hemos añadido a la estructura habitual de la revista, los miembros del consejo de dirección, de modo coral, tratamos de aproximarnos a la realidad que atravesamos. Mercedes Arbaiza, describe el momento que vivimos como “un tiempo de interrupción” en el que, por un lado, parece que nuestras vidas se han ralentizado y otras, demasiadas, se han detenido para siempre. Sin embargo, también ahora el tiempo sucede rápido, pues las noticias, las informaciones, los mensajes circulan a una enorme velocidad empujando los días que pasamos en nuestras casa confinadas, distanciadas y alejadas socialmente.

Nos gustaría ayudar a interpretar y hacer inteligibles a nuestros lectores y lectoras los signos de este tiempode pandemia, de contagio, de desafío y de desconcierto. Queremos hacerlo desde un par de claves que ubican nuestro pensamiento. Una, es la realidad a la que nos aproximamos desde la fe, y la segunda, es la búsqueda de una orientación posible en medio de ella.

La primera de estas claves consiste en una mirada que interroga y busca en nuestra propia tradición creyente. Resuena ahora uno de los criterios que el papa Francisco señaló al afirmar que «la realidad es superior a la idea» (EG, 231-233). Es, pues, una realidad que muestra ahora su potencialidad y su capacidad de impacto vírico. En ella, la Iglesia coincide recorriendo un tiempo litúrgico central, la Cuaresma, aunque esta vez, este camino de conversión no parece tener una Pascua fija en la que esperar. Entonces comprobamos que nuestras creencias religiosas no nos inmunizaban ni frente a las preguntas radicales ni frente al sin sentido que hace tambalear aquello que dábamos por seguro.

Parece que es momento de recuperar la tradición bíblica del lamento. En estos días, junto a la presencia del virus, el llanto ha hecho aparición. Se trata de una emoción que nos hace reaccionar ante el dolor social padecido. Cuando hace pocas semanas nuestra cultura se mostraba indiferente, indolente y a menudo instalada en una acedía colectiva –al menos para una minoría acomodada que se consideraba feliz– esa sociedad soñaba entonces con ideas tecnomesiánicas que perseguían estadios de biomejora humana y casi de inmortalidad. Hoy, sin embargo, las lágrimas brotan al conocer escenarios nuevos como son las morgues heladas que cobijan a cientos de féretros iguales que guardan a personas fallecidas en soledad.

El lamento que traspasa los textos bíblicos es también ocasión para que broten las preguntas, siempre incómodas y, la mayor parte de las veces, sin respuesta. Nuestro mundo instalado en la cultura de la evidencia, de la inmediatez y de la certeza apenas deja espacio para la incertidumbre o el duelo, pero ahora surgen cuestiones, como las que propone Daniel Barreto. Estas preguntas tienen formas de lamento y sitúan a las personas que se han ido, a las víctimas, en el centro de nuestra reflexión. “Quienes se han ido” se convierte en una interrogación clave que debe repetir una Iglesia que se sabe vulnerable e infectada y que, en su memoria, opta por no olvidar a las víctimas. “¡Que nada se pierda!” gritaba también Walter Benjamin.

El llanto, como ha subrayado el papa Francisco, es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas. Ahora, el lamento se pregunta por el sistema político, cultural, económico y espiritual del que brota. Este tiempo hace evidente la fragilidad de la reproducción social, así como de determinadas prácticas del Estado que, según José Antonio Zamora, repiten formas suicidas. Este sistema exige sacrificios y víctimas constantes para evitar el colapso, aunque este parece acercarse.

La segunda de las claves que orienta el pensamiento del consejo de esta revista es la reflexión a partir de experiencias, es decir, de relatos que surgen en lugares y espacios concretos que definen ahora la realidad cotidiana focalizando nuestra atención de un modo distinto. Algunos de ellos son, por ejemplo, las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de los hospitales. Lugares silenciosos y sagrados, como dice Arbaiza, que sostienen la vida. También surgen las residencias de mayores, los hogares, las ventanas y balcones que señalan el contacto con el exterior, con el aire libre, pero que también muestran desequilibrios y diferencias según sea el barrio, la distribución urbanística de las construcciones, las vidas que las habitan, el espacio geográfico o su acceso tecnológico. Queda al descubierto, de nuevo, la realidad de miles de hombres y mujeres que viven sin estos derechos y que en estos días deambulan, como antes de la pandemia, por las calles, cajeros y portales. Se evidencia ahora, más si cabe, la distribución y el acceso injusto a la riqueza y a los recursos sociales.

En estos momentos se percibe con crudeza el lema que hace unos meses nos presentaba el VIII Informe Foessa, analizado por Sebastián Mora, en la que hay una realidad que vemos y otra que es . Este Informe denunciaba la necesaria recuperación de los vínculos sociales como posibilidad para superar una sociedad que, en la actualidad, se divide entre una población que permanece estancada, una sociedad insegura y otra tercera que, de modo soberbio, consume, dirige, apenas empatiza y marca el destino del resto.

Realidad

El último de los nuevos lugares a los que nos referimos para interpretar este momento son los propios cuerpos, las vidas y las señales emocionales, psicológicas y cognitivas que estamos soportando. A ellas se les une también la capacidad espiritual y creyente que busca espacios de resilencia de alivio o de calma. La capacidad espiritual y la fe creyente resultan vitales en cualquier tiempo, pero ahora se vuelven imprescindibles frente al impacto emocional, el desconcierto, la ansiedad, la rabia o la incertidumbre que soportamos, también, no lo olvidemos, de modo desigual. Desde el Japón, el misionero claretiano Marcel·lí Fonts nos aporta información y reflexión desde un contexto muy distinto del nuestro.

La fe religiosa, las distintas espiritualidades y las prácticas meditativas ni ofrecen respuestas ni evitan la angustia frente a la ausencia de un mapa que nos permita situarnos y orientarnos con claridad. Es momento de evitar contagios, de ensanchar el cordón sanitario frente a la enfermedad, pero también de pensar en los modos políticos que nos damos para la vida común. La democracia y las instituciones de nuestros Estados están, como señala Carlos García de Andoin, mostrando debilidades en el ejercicio del gobierno. En condiciones de complejidad aparecen narrativas autoritarias, nacionalistas y darwinistas que pretenden autolegitimarse. Por ello, apela a revalorizar el conocimiento cívico, las instituciones comunes y una gobernanza de interdependencia global.

La revinculación social, como nos recuerda Cáritas Española, puede alejarnos de políticas higienistas y de políticas fronterizas de muros, pues, en esta casa común o nos salvamos todas o ninguna.

Casa comun

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