El Jericó de mi biografía y el silencio de Dios

El Jericó de mi biografía y el silencio de Dios
El Jericó de mi biografía y el silencio de Dios

Jericó, un pueblo muy lindo donde viví muchos años, está rodeado de montañas y subir a ellas es subir al silencio; desde arriba contemplo las calles, la plaza, la catedral, sus muchas iglesias, el convento de las monjas, el seminario, el estadio, el mercado y alcanzo a oír el ruido de los carros, de los vendedores, de las voces de la gente…. Y voy subiendo y me doy cuenta que todo está envuelto en el silencio, un silencio que cuida la ciudad y sus habitantes… allá arriba, mientras me llega el rumor de lo de abajo, me lleno de esperanza; sé que si la ciudad ruidosa, llena de ansiedad y luchas, de depresión y problemas, está abrazada en el silencio que desciende de lo alto, sé que está en buenas manos, sé qué está en Dios mismo y que todavía podemos esperar lo mejor.

La realidad toda envuelta en el silencio que es el Padre es como un diccionario que dice las infinitas voces de la Palabra que es el Hijo, cada creatura es una entrada de ese léxico divino, nosotros también, así todo está diciendo Cristo, todo está proclamando la gloria de Dios, “sin que hablen, sin que pronuncien, a toda la tierra alcanza su pregón” (Sal 19).

Jericó, un pueblo muy lindo donde viví muchos años, está rodeado de montañas y subir a ellas es subir al silencio; desde arriba contemplo las calles, la plaza, la catedral, sus muchas iglesias, el convento de las monjas, el seminario, el estadio, el mercado y alcanzo a oír el ruido de los carros, de los vendedores, de las voces de la gente…. Y voy subiendo y me doy cuenta que todo está envuelto en el silencio, un silencio que cuida la ciudad y sus habitantes… allá arriba, mientras me llega el rumor de lo de abajo, me lleno de esperanza; sé que si la ciudad ruidosa, llena de ansiedad y luchas, de depresión y problemas, está abrazada en el silencio que desciende de lo alto, sé que está en buenas manos, sé qué está en Dios mismo y que todavía podemos esperar lo mejor.

  • - El Hijo, la Palabra que viene del silencio

San Ignacio de Antioquia, en su carta a los magnesios, habla del Hijo de Dios, de Cristo, como la Palabra que viene del silencio que es el Padre; y esto me parece una bella intuición del misterio de Dios, de Dios Trinidad, el Padre es el silencio, el Hijo es la Palabra que viene de él, y el Espíritu Santo es el aliento con el que el Padre dice la Palabra.  Cuando hacemos la experiencia del silencio, nos adentramos en el Padre, y el Padre no puede estar sin su Hijo, que es su Palabra.

María es la mujer del silencio, así nos la muestran repetidamente los evangelios (Lc 2,19.51) un silencio tan hondo que era el mismísimo Dios, el Padre que con su aliento, el Espíritu Santo, generó en ella la Palabra, a Cristo, y así en ella “la Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14). Estar en Dios y estar en silencio es la misma cosa, el silencio de María es el Padre mismo que la embaraza de su Palabra.

Muchas veces, en los evangelios, vemos a Jesús que busca el silencio, lo hace cuando la multitud, llevándole enfermos, se agolpaba a la puerta de la casa donde se hospedaba en Cafarnaúm (Mc 1,35); lo hace, después de la multiplicación de los panes y los peces (Mc 6, 46); lo hace cuando se da cuenta de la muerte de Juan el Bautista (Mt 14,13); lo hace, en compañía de sus discípulos, para descansar (Mc 6, 31-32); lo hace después de la última cena, en el huerto, cuando se da cuenta que llega la pasión y muerte (Mt 26,36-46).  En todos estos momentos, Jesús no está haciendo otra cosa que buscar al Padre, porque el Padre es silencio; y en el silencio, es decir en el Padre, el Hijo encuentra su propio ser, de allí brota lo que es, la Palabra. El Hijo, la Palabra, desde la eternidad, antes de la creación del cielo y de la tierra, hasta la eternidad, después que pasen el cielo y la tierra, está saliendo del silencio, del Padre. 

  • - Nosotros, hijos en el Hijo, palabras en la Palabra

Nosotros no estamos por fuera de la Trinidad, estamos dentro, unidos a Jesús, como las ramas al tronco, somos hijos en el Hijo, palabras en la Palabra; Cristo se ha hecho carne y somos uno solo con él.  El Padre, silencio, pronuncia la Palabra, el Hijo, y en ella nos pronuncia a todos nosotros; también nuestro origen, lo que somos, está en el silencio, en el Padre. La realidad toda envuelta en el silencio que es el Padre es como un diccionario que dice las infinitas voces de la Palabra que es el Hijo, cada creatura es una entrada de ese léxico divino, nosotros también, así todo está diciendo Cristo, todo está proclamando la gloria de Dios, “sin que hablen, sin que pronuncien, a toda la tierra alcanza su pregón” (Sal 19).

Cuando buscamos el silencio, como Jesús, encontramos, nuestro propio ser.  Así como Dios nos tejió en las entrañas de nuestras madres, en el silencio, el silencio que es él mismo, y allí en lo oculto nos iba formando (Sal 139, 13-16), así lo sigue haciendo cada vez que nos sumergimos en él, que nos sumergimos en el silencio.  Ir al silencio es hundirse en la Trinidad, en el Padre, silencio, en el Hijo, Palabra, en el Espíritu Santo, aliento que comunica; y es siempre una nueva creación, “he aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 2,15); en la Palabra que el silencio pronuncia con su aliento divino resonamos también nosotros.  Para nacer de nuevo, no podemos volver a las entrañas de nuestras madres, pero si podemos hundirnos en el silencio, en el Padre, y ser pronunciados siempre de nuevo en la única Palabra, el Hijo (Jn 3,1-21)

Cuando nos hundimos en el silencio, el Padre que es el mismo silencio, genera su Palabra en nosotros, a su Hijo, y Cristo se va formando en nuestras vidas (Gál 4,19); el silencio nos cristifica, va esculpiendo en nosotros la imagen del Hijo, la Palabra se hace carne en nosotros así como se hizo carne en Jesús.

Jericó visto desde el Morro del Salvador
Jericó visto desde el Morro del Salvador

  • - El silencio que da razón a nuestra esperanza

En este jubileo de la esperanza, peregrinemos al silencio y llenémonos de la certeza de que por muchos ruidos que nos desanimen, por más ansiedades y depresiones que nos amenacen, siempre estamos abrazados en el silencio, siempre estamos en Dios y en él, en sus entrañas. Bautizar es hundir y esto no es sólo un rito, es nuestra vida toda. Hundámonos en el Padre, en el silencio, y dejemos que Dios siga pronunciando la Palabra, la Palabra que es su Hijo, la Palabra de la que nosotros y todas las criaturas somos voz; escuchemos la Palabra que viene del silencio y que Dios pueda seguir su obra en nosotros, nos pueda restaurar y hacer nuevos. Así como el Padre silencio llenó a María y la fecundó que también nosotros quedemos embarazados del Hijo Palabra y que Cristo se geste en nosotros.  Sí, escuchar la Palabra que pronuncia el silencio, nos hace “madres de Cristo” (Mt 12, 49-50), así lo enseñaba también San Ambrosio de Milán que decía: “El que escucha la Palabra engendra a Cristo”.

Todo, como el Jericó de mi biografía, está envuelto en el silencio, envuelto en Dios. Estamos en manos del amor, podemos esperar lo mejor.

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